Ahogados
Avisar sobre la quiebra del medio ambiente es un discurso que se ha convertido en una alarma tan habitual que parece que no está allí: como esas pintadas que en la puerta de casa llama la atención el primer día, por su novedad, y pasado el tiempo la vista se acostumbra, narcotiza el interés y solo una reflexiva atención posibilita que reparemos que sí, que la pintada, el aviso, sigue allí y nos mira.
Los más jóvenes alertan a menudo, se movilizan en todos los países y solo nos queda la esperanza de que parte -solo parte- de las generaciones en ciernes atiendan con mayor atención al aviso continuo, a la pintada acusadora. Porque la absurda contradicción en que sobrevivimos, enfangados en plásticos por casa y en el súper, adormilados en el exceso continuo de gasto energético, en el extremado confort de las temperaturas, en la dependencia de la velocidad y la obsesión económica por el aprovechamiento del tiempo, domeñando el mundo a base de esquilmar las fuentes de energía, exigiría aplicar sesiones de terapia intensiva a gobiernos y sociedades, incapaces de parar el desenfreno, la orgía del desequilibrio, encubiertos todos por esta responsabilidad tan ampliamente compartida (de China a Puerta Real, del Salón a Ohio), que vivimos en la continua sensación de que la pintada no va con nosotros, que alguien se equivocó por poner el aviso en la puerta de mi casa.
Granada se ha elevado sobre todas las capitales de España para colocarse junto a los dos endriagos nacionales –Madrid y Barcelona- para colocarse a la cabeza de la contaminación ambiental. El demérito tiene aún más jarana cuando se repara en que esta ciudad no padece de la contaminación industrial: las chimeneas de humo son escasos fantasmas. La calidad del aire muestra un exceso de nitrógeno que certificará el adagio de que morimos de respirar, pero más rápidamente.
Claro está que los planes puestos en marcha por los ayuntamientos anteriores han sido de escaso impacto. Es muy posible que no se esté escuchando lo suficiente a las voces autorizadas como Ecologistas en Acción, y no se aprecia en el nuevo consistorio un plan estratégico contundente y decidido que ponga a Granada en la lista de contaminación en el lugar que le corresponde, ese puesto 200 en la lista nacional de renta per cápita.
Cuánto hay de responsabilidad en cada uno de nosotros, cuánto de incoherencia absoluta entre mercado y futuro, cuánto hay que renunciar a un bienestar artificioso y cuánto hay que optar por un decrecimiento racional, por un pequeño sacrificio que nos dé un mayor beneficio en un futuro cercano, son preguntas sin respuestas, sujetas a la vieja regla de que lo urgente aparta lo importante. El modelo de ciudad no solo debe fundarse sobre la cultura y el turismo sino sobre la medida de las cosas. Es cierto que la orografía no ayuda, que el diseño urbano es incompatible con la modernidad de transportes, que se construyó un muro de edificios ante la Vega, que la bicicleta se enfrenta a cuestas y cuesta, que la climatología no está de nuestra parte, pero tampoco ayuda la proverbial inacción política granadina ni la característica dejadez de nuestra sociedad, reducida, timorata, que tanta atención pone en sus necesidades domésticas y tan pocas en los comunes.