Amnistia para Netanyahu
Mañana de domingo primaveral en pleno mes de noviembre, muy apropiada para salir a la calle y hacer cosas con familia y/o amistades, como ir a la playa, tomar el sol en los bancos de un parque, practicar senderismo, echar un aperitivo en alguna terraza, ver escaparates, curiosear en los puestos de artesanía, disfrutar de la feria del libro… o manifestarse en una de las dos convocatorias previstas para esa misma mañana con causas muy diferentes. La inmensa mayoría de las personas se desentenderá de ambas.
El viernes, Ana y Pedro decidieron mostrar otra vez su repulsa por la infame y lenta sangría ejecutada por el Estado de Israel, desde hace 75 años, sobre el pueblo palestino. Esperan que la gente de bien se eche a la calle para exigir justicia ante el asesinato de niños, ancianos, mujeres y hombres inocentes en una demostración de barbarie que no recuerda la humanidad desde que Hitler y sus nazis gasearon o fusilaron a millones de seres humanos por el hecho de tener otra ideología, otra religión. Así son Netanyahu y el sionismo.
El bombardeo de hospitales, ambulancias, escuelas, lugares de culto y bloques de viviendas es un espectáculo indecente que Ana y Pedro esperan que movilice a las conciencias éticas. La noche anterior, les alteraron el sueño las imágenes de bebés muertos en hospitales sin luz, de médicos desesperados por falta de medicinas, de incontables mortajas alineadas en la calle, de cuerpos jóvenes amputados de por vida, de niños disputando la comida a perros y ratas, todo ello entre escombros y nubes de polvo gris con el ácido olor imaginado a sangre, pólvora y fósforo blanco.
De camino a la manifestación para pedir el cese de la carnicería israelita, pasan por dos iglesias de las que salen los rebaños de misa con banderas de España compradas a moros y negros sin papeles. En las placetas, ven manadas de adolescentes picados de acné facial y cerebral, envueltos en trapos rojos y gualdos, que ese fin de semana han sido amnistiados de deberes en sus colegios concertados. Y, para completar el cuadro, se cruzan con piaras de radicales futboleros con tatuajes, cabezas y cerebros rapados, pañuelos tapándoles los hocicos, símbolos nazis y banderas franquistas desplegadas.
Ana y Pedro piensan que iglesias, escuelas concertadas y estadios de fútbol son centros de adoctrinamiento radical, nidos de extremismo. Por el centro de la ciudad caminan Armani, Yanko, Bulgari, Vuitton, Giorgi, Benefit, Insparya… dejando rastros de Baccarat en el aire. Muchas banderas de esta gente son de seda, compradas en la sección Good People de Cortefiel o en Adolf Domínguez y planchadas por la asistenta antes de salir. Acuden al aquelarre facha convocado por quienes, entre otras cosas, amnistían de antemano la matanza del Carnicero de Jerusalén, con nostalgia del Carnicero de El Pardo.
Llegan a los jardines donde 3.000 personas de bien esperan para salir. Nadie se mueve y se hacen cábalas sobre la inusual y nutrida presencia policial junto a la cabecera. Corre el rumor de que los fachas se han salido del redil asignado por la Delegación del Gobierno. Con retraso, arranca la manifestación en dirección distinta a la aprobada por la Delegación. Recorren calles angostas del centro, menos visibles, para evitar el contacto con quienes protestan porque los suyos no han sido capaces de dialogar con nadie para formar gobierno, con quienes odian a Catalunya como los israelitas a Gaza: odio, mentiras y violencia.
Finalizada la manifestación, las terrazas de los bares muestran la molestas banderas dejadas caer de cualquier forma en las sillas, algunas arrastradas por el suelo, tal vez en contacto con inmundicias que la mucama peruana lavará en casa. Familias pijas unidas, las hijas y los hijos de uniforme de El Corte Inglés, ella con sus collares, él con sus rizos engominados, ambos con sus Ray-Ban. Esta gente no llorará por las víctimas del genocidio: sus lágrimas son españolas, de la España elitista y sectaria que la mayoría detesta. El lunes, siguieron los asesinatos de inocentes en Gaza mientras peligrosos radicales patrios armados se ofrecían para derramar su sangre por SU España.