Aproximación a la Rueda
En un principio todo fue redondo, después se quebró. El círculo, la esfera, es un símbolo de perfección. Hasta que llegaron las religiones monoteístas las demás creencias habían basado sus convicciones en un redondel, como el sol, como la luna cuando esta llena, como la Tierra antes de que empezara a ser plana.
Cuenta Gore Vidal, en ‘Creación’ (1981), que Pitágoras opinaba que, entre todos los sólidos, la esfera era el más hermoso; y que de todas las figuras planas, la más sagrada era el círculo, «donde todos los puntos están unidos y no hay principio ni fin». (Allan Poe afirmaba igualmente que la esfera es «la más perfecta y comprensiva de todas las formas».)
Así, Pitágoras simbolizó todos los acontecimientos del universo —incluidos los del hombre—, en los planos material y espiritual, con un círculo, considerando que todo en el universo se repite y el hombre al morir debía regresar a la vida para cerrar nuevamente el círculo (él mismo se reencarnó siete veces).
Pero llegó san Agustín que escribió que Jesús era «la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos»; e impuso la línea quebrada y la cruz. El arte renacentista se hace eco de esta idea y promulga que «lo que distingue la cultura clásica ante la barbarie es el uso sistemático de la línea recta sobre la curva». (José Nieto, poeta jienense de finales de siglo, se lamenta: «Es el triunfo arrogante de la estética / la pura simetría de la recta / fracaso y vocación de curva rota».)
El teólogo Nicolás de Cusa, padre de la filosofía alemana, en el siglo XV, afirmaba en cambio que «la línea recta no es sino el arco de una esfera infinita». (Su contemporáneo, el dominico alemán Maestro Eckhart, afirma que Dios «es una esfera espiritual infinita, cuyo centro y circunferencia están en todas partes».) Lo que nos viene a decir que la línea recta no existe. El norte no es un punto, sino una dirección. Nuestro avance es radial, lo más parecido a la recta son los caminos en el jardín borgiano cuajado de cruces de caminos.
Torrente Ballester lo comprendió cuando dijo: «El Destino es circular, hay que contemplarlo dando vueltas o desde el centro», como la ‘Enciclopedia británica’, como el concepto de aprendizaje de Ortega y Gaset. Fray Julián, fraile y pintor, personaje de Carlos Fuentes en ‘Terra Nostra’ (1975), refiriéndose a su pintura comenta: «Sólo lo circular es eterno y sólo lo eterno es circular, pero dentro de ese eterno círculo caben todos los accidentes y variedades de la libertad que no es eterna sino instantánea y fugitiva».
Para ser un poco más enigmático, Isak Dinesen profundiza, en ‘Siete cuentos góticos’ (1934): «Enseñó a la muchacha griego y latín. Trató de inculcarle la idea de belleza de las matemáticas superiores, y cuando le dio explicaciones sobre la infinita belleza del círculo, la muchacha le preguntó. “Si fuera realmente tan bello y tan perfecto, ¿de qué color sería? ¿No sería azul?”. “Ah, no —contestó—. No tiene color”».