Arrebato a debate
Dice una voz popular: «Lo poco gusta, lo mucho empacha y lo repetitivo aburre».
En las elecciones generales del pasado domingo ha habido una estrella que ha arrebatado el sentido y que ha atraído mayor atención, quizás que sus propios protagonistas: «Los debates». Ellos han conseguido fijar el foco en el proceso, en los juegos de poder invisibles y en actores y actrices que hasta ahora parecían secundarios.
Y, sin duda, se trata de algo paradójico, los debates presenciales han vuelto a ocupar en las agendas de campaña un papel central, para mí inesperado en la sociedad de las redes sociales. Y creo que no sólo para un servidor, si observamos las cantidades y los recursos humanos que dedican los partidos a posicionarse en Internet.
Debates por aquí y por allá, de todo pelaje y condición. Sólo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Granada tres en seis días de campaña, alguno solapado con la Facultad de Derecho y varias televisiones y radios locales y comarcales de la provincia. Los debates se han impuesto no sé con cuánta fortuna.
Sin profundizar demasiado, porque a diferencia de «las nuevas ciencias sociales silvestres», que diría Freud, que cultivan los asiduos a tantas tertulias, no podemos hacer en dos días un riguroso análisis de lo sucedido con tan poco material empírico y con tan exiguo acervo cualitativo.Sí se puede afirmar que los debates en las grades televisiones han sido, si no decisivos, sí importantes. Su capacidad para aumentar la cuota de pantalla, para concertar en torno a ellos un número elevado de espectadoras y espectadores en horas de máxima audiencia(shares, prime time, etc.), parece que han adjetivado a los candidatos (varones) en un sentido o en otro.
En una sociedad del espectáculo y con identidades líquidas, el liderazgo ocupa un lugar central. Estas circunstancias han podido contribuir, dentro de los bloques de izquierda y derecha, a orientar el voto en un sentido u otro de una cantidad de votantes aun por ponderar. Pero ¿Qué hemos sacado en claro de los debates? Su formato nos da, como en un combate circense múltiple, un raquítico resultado:un vencedor, un bien parado, un mal educado, un desdibujado y un ausente. Quizás hayan afectado a la encriptada voluntad de los indecisos, hoy como ayer, el oscuro objeto de deseo. Pero sin duda, de ello se deduce que nuestra elección no se basa en la racionalidad programática o pragmática.
Los debates han venido para quedarse. Estos grandes debates son espejo en el que reflejarse. Están en los manuales de campaña y tienen un indudable efecto en las municipales. Sobre esta cuestión, sin que nadie lo esperara, la discordia le ha vuelto a dar el protagonismo a la Junta Electoral.“Más Madrid” es un partido que nunca ha obtenido representación, lo cual deja fuera del plató a Manuela Carmena y a Iñigo Errejón. La alcaldesa y el interés informativo se quedan fuera.
Si se sigue está orden ¿quién podrá participar en los debates que se organicen por medios públicos y por los grandes privados en Granada? La cosa tiene miga, no me dan los dedos de una mano para contar cuántas y cuántos concejales del consistorio saliente no tendrán asiento o atril. Por ejemplo, el debate entre Sebastián Pérez y García Montero nos estará vetado. El debate entre las concejalas, el concejal y la asesora de Vamos no será posible. Y ni les cuento aquél que reuniría al representante del fulgurante neofranquismo oficial y su escisión.
El multipartidismo capitalino de Granada no cabe en debates. No creo que haya en la urbe un plató de televisión lo bastante grande para ello. ¿Y la ciudad aparecería en ese debate, si se celebrase con tan variopintos liderazgos? Tengo la esperanza de que sí.
Mas un televidente cano, les debe confesar, que echa de menos el humo de las pipas de José Luis Balbín y Luis Gómez Llorente, o la audacia y el desparpajo de la veterana Federica Montseny. Debates en los cuales algo se sacaba en claro. Quizás había más ideología en el sentido de interpretación del mundo. Se echan de menos debates en los que las propuestas parecían posibles y las mentiras la excepción. … ¡Maldita melancolía del tiempo que se fue! No me hagan caso, en todo tiempo se han cocido habas: “OTAN, de entrada no.”