Bailaré sobre tu tumba
‘Bailaré sobre tu tumba’ es el tema que le da nombre al cuarto álbum de estudio de la banda de punk-rock española Siniestro Total, lanzado al mercado en 1985. La frase amenazante viene a simbolizar la última venganza a manera de los árabes cuando aconsejan esperar sentado a que el cadáver del vecino detractor pasase delante de su misma puerta. Ilustrándonos en los proverbios castizos podemos traducirlo como que «la venganza es un plato que se sirve frío» o —en su versión prolongada dado nuestro gusto por el pareado—: «la venganza y el cangrejo de río, se sirven en plato frío».
Pero no quisiera hablar de la calculada vendetta, tan despreciablemente humana como la envidia, sino del inocente regodeo que tras la muerte hacen los enemigos con el cuerpo del difunto sin llegar al extremo de la antropofagia (tratada en un artículo anterior), que a veces no entra en el arte de cisoria ni en la necesidad extrema, sino que es ritual, como quienes devoran el corazón de los vencidos para heredar sus poderes, fuerza o valentía o, como entre los sambia de Nueva Guinea que comenta Alberto Cardín en ‘Guerreros, chamanes y travestis’ (1984), en la que el adulto ofrecía su semen al hijo para contribuir a su desarrollo. El antropólogo asturiano también refiere que: «En algunos pueblos africanos y del Pacífico (como los sambianos de Melanesia), el rito del paso de la pubertad incluye hacer felaciones a otros varones adultos», pero eso es otra historia.
Dicen que los vikingos y otros pueblos tan salvajes como crueles —aunque en revisiones actuales el mito parece falso— bebían cerveza en el cráneo de sus enemigos. San Isidoro en sus ‘Etimologías’ (cerca de 634) cuenta que «los hombres de la provincia de Tracia eran tan crueles que se comían unos a otros y no sólo esto sino que, para mostrar más su ferocidad, en la calavera blanca de un hombre muerto bebían la sangre reciente de un hombre vivo». En el quinto libro de sus ‘Historias’, Paulo Orosio, entre los siglos IV y V, habla de pueblos cercanos a los montes Rodopeos, en la antigua Tracia, que igualmente empleaban como vasos las calaveras humanas, «pero todavía con sangre, pelos y sin haber limpiado bien los sesos».