Borja, el vasco

España es (también y sobre todo) su periferia. España no es solo el microclima madrileño. Por eso es una cuestión deseable que las diversas lenguas españolas puedan utilizarse con libertad en el Parlamento Español. Es lógico que una España que es plurilingüe se manifieste en la sede soberana, y que cada miembro del Parlamento pueda expresarse en la lengua que le convenga, que le identifique, que le haga sentir y hablar con comodidad. Son lenguas más minoritarias o menos mayoritarias pero no dejan ser lenguas españolas que debemos defender y mostrar con orgullo.

Acostumbrarse a escuchar y comprender el gallego y el catalán es una cuestión que exige escaso hábito para un castellanoparlante: no hay que dedicarle demasiado tiempo, solo un poco de interés y curiosidad, para entender una lengua hermanada con el castellano y en muchos casos influida por el propio castellano durante siglos. Se comprende que no es fácil el euskera, al fin y al cabo, es la lengua más antigua llegada a la península ibérica de la cual aún disfrutamos de su pervivencia. Digo “llegada a la península Ibérica”, en tiempos remotos y a saber de dónde, porque todas las lenguas son migrantes y mestizas. Son migrantes porque las lenguas las trasladan los grupos humanos de un lugar a otro (ahí tenemos el ejemplo del castellano o el inglés extendidos por medio mundo, mezclados, apropiados por habitantes no nativos) y son mestizas porque se impregnan de las lenguas que están en el subsuelo, ya enraizadas, las autóctonas, y se mezclan con las nuevas palabras que llegan, como usted hace a diario con palabras inglesas o estadounidenses. Por eso, que un tesoro lingüístico, que una muestra de la antigüedad de este país, como es el euskera, pueda escucharse en el Parlamento y normalizarse más allá de las lindes vascas, es un interesante avance hacia la normalización de las lenguas hispanas.

En cuanto a Borja Sémper, hablando en vasco en cuanto se ha dado la oportunidad, y aún contra su propio discurso de partido, o incluso para decir en euskera que hay que hablar en castellano, lo comprendo.Lo comprendo perfectamente: si a mí me hubiesen prohibido hablar con mi acento (o mi dialecto, que sobre temas de lenguas nacientes hay mucho que hablar) en cualquier lugar, no perdería la oportunidad de hacerlo en cuanto se levantase la prohibición. Así que, si sus señorías se quejan de que en el Parlamento de España se muestre la riqueza de España, solo serán unas cuantas señorías, porque muchas de ellas entienden perfectamente el catalán, el gallego y hablan un castellano des-estandarizado, en privado. Los andaluces sabemos que cuando dos paisanos se encuentran y se ponen a hablar entre sí, a su velocidad “normal” que suele ser más rápida que la de muchos hablantes del castellano (sobre todo cuando el castellano no es su primera lengua), y lo hacen ante un payés o un casero (del caserío vasco) posiblemente el tercer oyente se entere de la misa menos de la media.

Deben aprovechar sus señorías la clase diaria que van a recibir en el Parlamento, para ir educando su oído a la realidad de España, a las lenguas que hablan los españoles y españolas de todo lugar y vacunarles ante la intolerancia a la diversidad.La patria chica de Madrid, hija de la Gran castilla, confunde el discurso de los medios y de los propios políticos. Con el tiempo, a buen seguro, nos sorprenderá que hayamos tardado casi cincuenta años de democracia para convertir en normalidad, en “nueva normalidad”, el uso de las lenguas españolas en el Parlamento. Esta tarea, por cierto, podría también impartirse en todos los centros educativos del Estado es decir que cualquier nacional sepa un poquito de euskera y suficiente gallego y catalán, para no ir por el mundo, ni por España, como monolingües ni bilingües, sino casi trilingües. Nos conformamos por ahora con andar encandilados por el uso del inglés –o el francés o el alemán o el chino, en A2, B2 o C1-puesse considera que tal despliegue de poliglotía sí es propio de “ser culto”. No el A1 de euskera, claro…

Escuchar en el Parlamento, también, la riqueza de los acentos andaluces (no solo el trabado acento sevillano de la ministra de Hacienda en funciones) sino toda la riqueza de esta tierra a la hora de expresarse, sería otro logro. Sucede en el Parlamento Andaluz con naturalidad, pero los acentos de esta tierra oriental se oyen poco por la capital: porque quien habla andaluz ha aprendido a camuflar su acento según el auditorio ante el que se encuentra, es decir hemos aprendido también a usar el lenguaje de los comunes, pero no renegamos del dialecto propio en privado. Así como el andaluz no es lo que se habla en Sevilla, el castellano no es el español que se habla en Madrid, porque el castellano es español y tan españoles son el catalán, el euskera, el gallego (y otro pico de lenguas) para alguien que realmente crea en la idea de España.

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