Caracol, saca los cuernos
En japonés caracol suena algo así como ‘katatsumuri’. La idea del nombre y su bella pronunciación me impulsa a crear esta puntual entrada. Aunque este molusco bisexual esté lejos de ser un animal de bestiario, Claudio Eliano, en ‘Historia de los Animales’ (siglo III), lo menciona repetidas veces como alimento de algunas aves, que lo elevan a gran altura para dejarlo caer sobre las rocas y así quebrarles el caparazón para comérselo, al igual que los moluscos e incluso que las tortugas. Precisamente ya conté la historia de un águila que, en 456 a.C. —aunque ella no era consciente de la fecha al igual que no sabe el mar cuando es domingo—, procedió de igual guisa con una tortuga y la estrelló contra una piedra lisa y bruñida, que resultó nada menos que ser la calva del dramaturgo griego Esquilo, cumpliéndose así la predicción de que moriría aplastado por una casa, por lo cual se traslado a vivir en el campo donde no tuviera más techo que la noche estrellada.
Joan Corominas y José A. Pascual, en su ‘Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico’ (edición de 1991), proponen, después de hartas teorías, que la palabra ‘caracol’ puede ser concebible como un ‘catalanismo gastronómico’. Y argumenta que «uno de los ejemplos más antiguos está en el ‘Arte de Cisoria’ de Villena (1423), obra llena de costumbres y vocabularios imitados de la corte barcelonesa: en este libro se nos describe la forma de comer urbanamente caracoles» y acaban prudentemente con la advertencia de que «muchos no gustan de esta comida».
Jules Renard en sus ‘Historias naturales’ (1894) cuenta que «el caracol tiene el cuello de jirafa encogido» y que «hierve como una nariz llena». Y Juan Eduardo Cirlot, en el ‘Diccionario de símbolos’ (1968) asocia su caparazón «al sistema jeroglífico egipcio y a una espiral microcósmica [parecida a una galaxia]». Por esta misma razón de infinitud, el caracol (o la caracola) constituye una fuente de enigmática inspiración para el artista plástico y no es difícil verlo representado tanto en pintura (motivo constante de Nono Guirado y otros artistas) como en escultura, arquitectura e ingeniería (véase la escalera de caracol o determinadas rampas, como la que hay para ascender al piso superior en Santa Sofía de Constantinopla).
A Vishnu, uno de los dioses de la India, lo representan de color azul y provisto de cuatro brazos que sostienen la clava, el loto, el disco y la caracola o el caracol, llamado ‘shanká’ «para cantar victoria luego de vencer a un enemigo».
Comer caracoles es costumbre exclusivamente francesa y española. Julio Camba, en ‘La casa de Lúculo o El Arte de Comer. Nueva fisiología del gusto’ (1929), relata con comicidad: «El primer francés que se comió un caracol no era, ciertamente, un epicúreo, sino un hambriento. Sólo el hambre, en efecto, pudo hacerle llevarse a la boca ese gasterópodo de aspecto inmundo, y hoy los caracoles de Borgoña tienen en la cocina francesa el tratamiento de excelencia».
Por otra parte —por mor de una exhaustividad nunca conseguida—, existe un cante flamenco de la familia de las cantiñas de Cádiz llamado ‘caracoles’ que don Antonio Chacón vistió de largo basándose en el pregón de un mercader por las calles de Madrid.