Catolicismo Vs cristianismo

La palabra cristianismo se aplica al conjunto de creencias y preceptos que constituyen la religión de Cristo. El término catolicismo alude a la comunidad y gremio universal de quienes viven en (de) la religión católica. Es la Real Academia de la Lengua Española, en su Diccionario, quien establece la sutil diferencia entre ambos conceptos. Los paréntesis son míos. Se podría interpretar como la dialéctica entre lo espiritual, lo metafísico, lo filosófico, y lo material, lo mundano, lo tangible, el yin y el yang o, en términos teosóficos más prosaicos y populistas, dios y el diablo.

En torno al mito de Jesús, Cristo o Jesucristo, se ha tejido un entramado narrativo que aúna elementos de la tradición oral del cuento popular con otros más próximos a la filosofía y la historiografía, disciplinas incipientes cuando, se dice, fue compuesto el Pentateuco, base del Antiguo Testamento, unos 1.450 años a. C. El cristianismo contaba con diversas variantes impregnadas de localismos socioculturales. Tras la muerte de Jesús, la Iglesia católica unificó las diferentes iglesias cristianas, contando hoy con 24 iglesias latinas u occidentales y 23 orientales.

La Iglesia Católica ha devenido, casi desde su fundación, en un emporio económico ya profetizado en el episodio del Becerro de Oro de la Biblia. El poder que otorga el dinero permite a sus detentadores esconder ciertos vicios, y delitos, detrás de las virtudes que presuntamente practican como garantía para alcanzar la Gloria. ¡Aleluya! Ese dinero la acerca al más terrenal de los poderes, el político, una posición a la que, una vez alcanzada, es muy difícil, casi imposible, renunciar. Apuntan ciertas ortodoxias a que se trata del triunfo del diablo.

La Iglesia Católica, muy avezada en intrigas palaciegas, ha logrado disponer de un cúmulo de privilegios vedados al resto de los mortales. En el reino de este mundo, no paga al César, como todo cristiano, tributos por bienes inmuebles (IBI), sucesiones, donaciones, transmisiones patrimoniales, sociedades, donativos y limosnas, tal y como concordaron el Estado español y la Santa Sede en 1979. Empresa insaciable, sus sucursales parroquiales compiten feroces entre ellas para captar bautizos, comuniones, bodas, entierros y sus ingresos en negro.

Se trata de una organización que rentabiliza sus alianzas ideológicas como nadie. A cambio de su apoyo militante a las políticas de las derechas, desde sus púlpitos sacros y mediáticos, ha mejorado la cuenta de resultados de su negocio inmobiliario desde que Aznar decidió regalarle el patrimonio español con la indecencia de unas inmatriculaciones que la ávida Conferencia Episcopal aceptó y se apresuró a ejecutar sin ningún tipo de pudor. La jerarquía católica es una estructura comercial diseñada para hacer lobby en todos los estamentos del poder.

Al margen de los dudosos negocios a los que se entrega el clero en cuerpo y alma, hay otras actividades, practicadas por un altísimo número de miembros de la clerecía, que se inscriben en el escabroso ámbito del pecado y el punible del delito. La misma opacidad con la que la Iglesia Católica protege sus dudosas maniobras financieras y contables es aplicada a la inconfesable y repugnante pederastia, fruto, sin duda, de esa sórdida práctica antinatura conocida como celibato. Tan delictiva como la pederastia es la actitud encubridora de la Jerarquía.

Frente al catolicismo, y a veces repudiado por papas, obispos y cardenales, brilla humilde el cristianismo, eso que practican diablos como el padre Ángel, los curas obreros, la HOAC o los teólogos de la liberación. Esta práctica religiosa no necesita cruzadas misioneras, como la realizada en Hinojosa del Duque o la prevista en Nueva Carteya, ni bolos adoctrinadores en colegios públicos como los del obispo Demetrio. Tampoco necesita la parafernalia populista del rancio pregón y el postureo del desfile procesional, basta con practicar la solidaridad y el amor al prójimo.

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