Concordia

Últimamente se escucha mucho la palabra Concordia. Una mirada a quienes la pronuncian, con lenguas viperinas habituadas a escupir veneno, dispara la alarma preventiva sobre su significado. Aznar, Abascal, Aguirre, Ayuso o Almeida son garantía de extrema toxicidad. La etimología es latina: el prefijo ‘cum’ (con: medio, modo o instrumento para hacer algo), el sustantivo ‘cor, cordis’ (corazón) y el sufijo ‘ia’ (usado en latín para formar topónimos). La Real Academia la define como conformidad, unión, convenio entre personas que litigan.

En el imaginario popular, Concordia remite a una relación armoniosa entre personas, entendiendo la armonía como una conexión interpersonal basada en la simetría y el equilibrio. La derecha utiliza la palabra Concordia como elemento de discordia para negar a los españoles “vencidos” por el golpe de Estado y la dictadura algo tan cordial y humano como es buscar a los familiares insepultos para dignificarlos y tratar de evitar la infamia de que el país honre a criminales de guerra. Así, el tósigo se manifiesta con toda su carga letal.

Las derechas patrias son expertas históricas en torsión léxica y manipulación semántica. Se llamaron “Nacionales” quienes atentaron contra el Estado español, llamaron “Años de Paz” a la represión basada en la violencia, el miedo y el silencio, “Amnistía” a la impunidad de los crímenes cometidos, “Transición” a injertar la dictadura en la democracia, llaman “Golpe de Estado” al resultado de las urnas, “Discriminación masculina” a la Igualdad de mujeres y hombres, “Doméstica” a la violencia machista y “Concordia” a la distorsión de la Historia.

La Concordia ultra va en la línea marcada por Aznar cuando exigió al PP ser “una derecha sin complejos”, orgullosa de su pasado golpista y dictatorial, fiel a los intereses económicos y sociales de las élites y opuesta a toda libertad, igualdad, fraternidad, pluralismo y progreso de las capas desfavorecidas en cualquier sociedad, española o no. España lleva de retraso el tiempo que jamás invirtió en hacer una revolución industrial o social como el norte y el centro de Europa hicieron y en desprenderse del adverso lastre de palacios y sacristías.

Las derechas en España están en sintonía con el neofascismo que hoy recorre el mundo y que votan peligrosamente quienes no conocen o han olvidado su historia más reciente. La extrema derecha española, anidada en el PP y Vox, es una excepción que no sólo no ha condenado la dictadura, sino que sus filas y sus arcas se nutren de elementos políticos y económicos franquistas. Avergüenza que ministros y cargos políticos de Franco hayan estado al frente de la nación, comunidades autónomas y otras instituciones democráticas.

Esta anormalidad democrática exige, en nombre de la democracia y la transición, Concordia y olvido a las familias de los 500.000 encarcelados por el franquismo, de los 550.000 exiliados huidos del terror, de los cientos de miles de asesinados, de los más de cien mil desaparecidos, de las decenas de miles de niños robados a sus madres rojas, de los cientos de miles de desaparecidos y de los cientos de miles de depurados y despojados de sus bienes por ser republicanos. Esta es la sectaria y odiosa Concordia que proponen.

La Concordia de las extremas derechas consiste en destrozar unas placas con poemas de Miguel Hernández, en borrar el nombre de Almudena Grandes de una Biblioteca Pública y de un premio literario, en prohibir murales, obras de teatro y literatura infantil, en rendir homenaje al fascismo en el mismo callejero que depuran de rojos, en sembrar el odio y el enfrentamiento entre españoles… en definitiva, su Concordia es, a fin de cuentas, rechazar la Democracia. Y no es la persecución a la cultura lo único que proponen, ni lo más grave.

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