DANAS naturales y artificiales

El egoísmo tiene muchas aristas y muchas derivadas. Una sociedad que idolatra su ombligo tiende a relajar, hasta el abandono, el cuidado del cerebro y del corazón en un progresivo proceso deshumanizador asumido como algo natural, como algo “normal”. El egoísmo es algo que las personas intentan no exteriorizar, conscientes de que socialmente es percibido como nocivo para la convivencia y el bien común, incluso es condenado por las religiones como pecado. Es habitual que quienes lo practican lo critiquen cuando lo hacen los demás.

Es natural sentir el dolor del propio cuerpo más que el ajeno porque el dolor físico es una sensación molesta y aflictiva ante una agresión interna o externa. En cambio, si la agresión es sobre cuerpos ajenos, se aplica una escala de dolor que responde a un constructo social, artificial, establecido por una conjunción de sentimientos e intereses. La mayor o menor cercanía de los demás se construye sobre una base de afectos que a la vez sitúa a los otros en distintos planos según una proximidad afectiva y social con origen artificial e ideológico.

La familia, las amistades, el entorno estudiantil o el laboral, el vecindario, el paisanaje a diferentes niveles geográficos y administrativos y otros agrupamientos sociales crean lazos con diferente grado de pertenencia en los individuos. El dolor ajeno se mide en esta escala de forma interesada, egoísta, desde sufrirlo como propio hasta diluirlo en muchos casos y justificarlo en otros cuando el ombligo se impone a la razón y al corazón. Hay intereses que utilizan la emoción humana para sacar rédito económico o político del dolor y el sufrimiento.

Toda “persona de bien” siente como propio el sufrimiento de las personas afectadas por la DANA que ha azotado a tierra española, desatando una ola de solidaridad y ayuda que se percibe como algo de lo que se siente orgullosa la sociedad en su conjunto. En cambio, hay muchas “personas de mal” que han aprovechado el dolor ajeno para sus intereses políticos con una campaña de bulos, desinformación y odio contra quienes piensan diferente a ellas, apelando al ombligo, la irracionalidad y la carencia de sentimientos de parte de la sociedad.

Lo de Valencia, muy duro, casi insoportable, se sitúa en lo más alto de la escala del dolor al tratarse de gente conocida, familiares, amigos… que han sufrido lo que “mañana te puede tocar a ti”. “Los españoles, primero” es una consigna sumamente egoísta, inhumana, que circula en las calles mezclada con el barro y el odio portador de enfermedades igualmente contagiosas. No todo el daño proviene de un fenómeno natural largamente anunciado y reiteradamente negado: la incitación al odio por la derecha y la extrema derecha es letal.

El ombligo sitúa en la zona baja de la escala del dolor a los afectados por las inundaciones, los terremotos, las guerras y otros desastres que con regularidad sufren “los otros”, los parias de Asia, Sudamérica o África. La razón se aparta de estas catástrofes y el corazón sufre el lapso de la noticia en el telediario porque el ombligo diluye el dolor desviando la atención a otras cosas, tal vez un bizum a alguna ONG sirva para enjuagar la conciencia. Inundaciones, muertes y ruinas en el Tercer Mundo no duelen lo mismo que las de Europa.

El egoísmo más extremo es el que justifica violencias como la ejercida por Israel sobre el pueblo palestino, con muertos cada día, durante un año, que equivalen a los de la DANA y que ahora extiende el sionismo a otros estados vecinos. El egoísmo cómplice del desastre artificial que es un genocidio emana del mismo ombligo irracional, sin corazón, que esparce odio en medio del desastre natural de Valencia, en ambos casos alimentado por bulos, desinformación y un interés desmedido en derribar el Estado Democrático y de Derecho.

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