Derechos Humanos
76 años se cumplen de uno de esos aconteceres que compiten en el calendario con otras muestras de la mitología laica cuya vigencia es una lucha continua contra la indiferencia y el olvido en la mayoría de los casos. Con un nombre compuesto, como si perteneciera a la aristocracia o a la ínfulas carcas de la extrema derecha, se presentó al mundo, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, apadrinada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, poco después de que Hitler y Franco los gasearan y fusilaran a placer.
Con frecuencia, el periodismo y la diplomacia suelen aludir a ella con el apodo de Carta de los DD HH, lo que supone un ahorro tipográfico y léxico a la hora de informar y perorar. Hay que reconocer que el apodo le sienta mejor, es más campechano, menos rimbombante y, además, da pie a meditar en lo que se está haciendo con ellos de forma tragicómica. La relación de los DD HH se dispone en la Carta de la ONU como un listado de elementos numerados de forma muy parecida a cómo se presentan los platos que componen un menú.
Los restaurantes son negocios que ofertan a la clientela distintas posibilidades a la hora de satisfacer los apetitos y gustos más variados, buscando el equilibrio entre la demanda y la oferta en cuanto a calidad y cantidad de productos. Para ser rentables alternan los platos al gusto del cliente junto con otros de menor demanda pero de un beneficio superior para la caja. La excelencia del negocio consiste en obtener una ganancia desmesurada a cambio de raciones minimalistas so pretexto de taumatúrgicas elaboraciones de la galaxia Michelin.
Hay restaurantes y menús al alcance de paladares sibaritas y bolsillos pudientes, los hay con un menú del día asequible y hay quien sólo se puede permitir la fiambrera preparada en casa o un bocata con bebida enlatada. Hay quien estudia la carta analizando la descripción de los platos, quien mira la columna de precios y quien pide sin más ni más el menú del día. Con los DD HH sucede algo muy parecido. La carta de los DD HH es accesible en mayor o menor grado en función del bolsillo del cliente y el capricho de chefs, maîtres y empresarios.
Con el número 13, la Carta ofrece una base por la que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado” con guarnición de “toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. Unos restaurantes eliminan el Artículo 13 del menú y algún maître lo reserva a la clientela extranjera que nada en la abundancia y sobrevuela la órbita de la fama. No es lo mismo un moro de patera que un príncipe heredero saudí con licencia para descuartizar.
El plato 3, “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, y el 5, “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”, tienen todos los ingredientes necesarios para garantizar la alimentación equilibrada de cualquier comensal, salvo que se trate de palestinos o de alguien que ocupe una mesa cercana a Israel. El chef Michelin ofrecerá mil excusas para justificar la mosca en la sopa y, si la cosa va a más, el propietario acusará al comensal de perjudicar su negocio.
En el resto de la Carta, se observan platos de muy parecidas características a los que se encuentran en los menús de la Constitución, UNICEF, la UNESCO, la COP 26 o cualquier otro restaurante temático. Con productos de primera calidad y conocimientos culinarios más que suficientes, estos restaurantes muestran una obsesiva tendencia a contaminar vajillas y deteriorar alimentos causando indigestiones e intoxicaciones alimentarias. Para colmo, la comida basura ha sustituido a la dieta mediterránea y descartando los Derechos Humanos.