Dioses y diablos
Ver el mundo desde las alturas es algo que las mitologías reservan a los dioses. La mitología neoliberal concede ese privilegio a diablos como Jeff Bezos o Richard Branson, capaces de tocar el cielo escasos minutos con sus propias alas (como hiciera Ícaro para salir del laberinto), o a cualquiera capaz de pagar millones de dólares por el capricho a los citados diablos o a Elon Musk, Príncipe del Infierno neoliberal. Ver el mundo desde la estratosfera implica no tener los pies en el suelo y depender de unas frágiles, carísimas, alas producto del ingenio.
La visión del planeta tierra desde la estratosfera permite a estos diablos y dioses distinguir el mar de plástico de El Ejido, por ejemplo, para que se entienda, pero impide apreciar las realidades que pisan el desierto en el interior de los invernaderos. Una o dos, tres a lo sumo, de las personas que pisan la árida arena entre plantas y riego por goteo podrían plantearse pujar en la subasta para un viaje a las alturas con las alas de Bezos, Branson o Musk. Habrá otros Ícaros a la vuelta de la esquina, éstos sólo son los buitres de la capa de ozono.
El privilegio de estos emprendedores tiene un coste soportado por las miles de espaldas subsaharianas, magrebíes y de otras zonas desgraciadas que pisan desierto verde para producir riqueza la mitad del día que no pisan chabolas o pisos pateras que apenas dan sus salarios para pagar. Dédalo construyó las alas para salir del laberinto uniendo cientos de plumas caídas del cielo con cera. Ícaro, seducido por el vértigo de la novedad, subió más alto, hasta que, como advirtió su padre, la cercanía del sol derritió la cera y deshizo las alas. La caída fue épica y letal.
Los mitos perviven en la Historia gracias a la memoria colectiva popular, la transmisión oral y el legado de intelectuales de las artes y el pensamiento. De los mitos se apropian y aprovechan los poderes políticos, religiosos y económicos para hacer negocio con la fe y las creencias de los pueblos utilizando de forma sibilina los conceptos del tótem y del tabú. Nadie mejor para estas tareas que un sacerdote o un concejal, un obispo o un diputado, un Papa o un presidente. Y para casos de extrema rebeldía están su señoría, la policía y, en última instancia, lo militar.
El evangelio neoliberal tiene en monseñor Milei su radical predicador, tocado por la gracia trumpista que ilumina a Le Pen, a Orban, a Melloni, a Abascal o a la corrupta Ayuso. Han comprado los púlpitos mediáticos para mentir y difamar. De forma descarada compró Bezos The Washington Post y Musk la red social Twitter, ambos con su dinero, con dinero público los demás. El objetivo es manipular la realidad, polarizar con noticias falsas a la sociedad y predicar el evangelio neoliberal. Los mensajes calan en la sobremesa familiar y en la barra del bar.
Oirá usted como sagradas verdades que el emprendedor crea riqueza (no el trabajador), que la comparte con los demás, que nadar en la abundancia está al alcance de cualquiera, que hay que reducir el coste salarial, que los impuestos son un robo, que hay que hacer negocio con la Educación y la Sanidad, que regular los mercados es ir contra la Libertad, que especular con la vivienda y la comida es cosa natural, que es nociva la actividad sindical, que dañar el medio ambiente es progresar, que la mujer en la cocina “con la pata quebrá” y mil patrañas más.
El más cateto del pueblo tiene Audi, chalet, y apartamento con vistas al mar que disfruta las mínimas horas que no tiene que trabajar. Se conforma con las migajas de quienes dicen arriesgar su dinero en la aventura empresarial, los mismos que consideran al cateto un recurso humano de usar y tirar que se debe amortizar, los mismos que pueden pujar en la subasta de un viaje espacial, los mismos que desde las alturas no renuncian a añadir plumas a sus alas para acercarse al sol… El planeta es un basurero y el espacio, con esta gente, va camino de ser su sucursal.