Domesticar vecinos: descárgate la App.
Que la ciudadanía siente lejanas, ajenas e inaccesibles a las administraciones públicas en general, y a sus órganos de gobierno en particular, es un hecho. Basta con sondear a cualquier vecino o vecina para constatar lo poco que hemos avanzado desde el «vuelva usted mañana» de Larra.
Por un lado, los asuntos que más preocupan a la ciudadanía (el paro, la vivienda o los servicios públicos) parece que nunca están en la agenda de los políticos. Por otro, la información sobre a qué se dedican los gobernantes o sobre cómo y en qué gastan nuestro dinero, solo la encontramos tarde y mal. Tarde, porque en la mayoría de los casos se publica con años de retraso y mal porque el formato en que se presenta es todo un canto a la opacidad: denominaciones incomprensibles, conceptos ambiguos, cantidades millonarias en las que se mezclan todo tipo de gastos, para que la ciudadanía se quede igual que antes de la consulta, etc. De las reuniones de negociación a puerta cerrada con otras administraciones mejor no hablar. Y si planteo siquiera que podamos conocer qué temas se abordan y qué se pacta con las empresas privadas, es posible que a alguno le de un ataque de risa.
El Ayuntamiento de Granada no es una excepción. Entra uno en el portal de transparencia y lo primero que se encuentra es una información de «Actualidad en Transparencia» de mayo de 2017 ofreciendo datos de 2016. Ya si uno es tan atrevido como para meterse a ver el estado de ejecución del presupuesto (que si se publica es tan solo porque lo exige la ley), lo que encuentra es un galimatías contradictorio entre lo presupuestado y lo que ya acabando el año se lleva gastado en una retahíla de partidas agrupadas, sin que se pueda conseguir información más detallada del gasto real, ni mucho menos una explicación sobre los criterios seguidos.
Por poner ejemplo, sería bueno conocer cómo se ha distribuido por barrios algo tan sensible como el mantenimiento de los colegios públicos. A estas alturas de año, apenas se ha usado un tercio de los fondos disponibles para los colegios, mientras el gasto en las fiestas del Corpus se multiplicó por dos o el de dietas por plenos y comisiones para los concejales se ha multiplicado por cinco. No estaría de más una explicación en el autoproclamado «portal de la transparencia».
Si lo que pretende uno saber es a qué se dedica nuestro alcalde, empleado nuestro, el apartado de la agenda institucional contesta: «En esta semana y la siguiente Eventos desde 17/11/2019 hasta 01/12/2019 No existen eventos en ese periodo» Literal. Es decir: que o, mal, el alcalde va a estar dos semanas de vacaciones o, peor, va a dedicarse a improvisar su actividad cada día o, lo más seguro, tiene programadas toda una serie de actividades con agentes públicos y privados que su gabinete ha decidido que es mejor que la ciudadanía no conozca a través de un portal que se llama nada menos que «de la transparencia»
Los órganos de participación ciudadana son una broma, como cualquiera que haya asistido a uno sabe. Es patético ver a los sucesivos gobernantes pedir, con toda la cara, a los vecinos sus prioridades de inversión para el año siguiente y a continuación escuchar a las asociaciones de vecinos repetir que llevan pidiendo lo mismo cinco, diez o quince años y nadie les hace caso. Entonces ¿Para qué se piden esas prioridades? Cuando de lo que se trata es de que se aporte a una Junta de Distrito algo tan básico como el programa de limpieza viaria para unas calles que parece que no se limpian nunca, lo único que se recibe es la versión moderna del «vuelva usted mañana».
Pero no crean ustedes que no hace nada el Ayuntamiento en materia de participación, no. Han tomado una iniciativa cuando menos llamativa: se trata de la aplicación «Granada Mejora» que cualquier vecino o vecina se puede descargar en el móvil y que nos permite en tiempo real mandar notificaciones a los servicios de mantenimiento municipales sobre cualquier desperfecto en la vía pública: señales de tráfico, jardines, tapas de alcantarilla, farolas o losetas levantadas. Se trata de convertir a cada vecino en un inspector municipal voluntario. Esto ahorrará costes, tanto al ayuntamiento como a las empresas concesionarias de los respectivos mantenimientos. La aplicación es tan actual que permite mandar la foto geolocalizada del desperfecto para mayor exactitud en el aviso. No es que nos parezca mal, pero uno no deja de maravillarse de la agilidad y la innovación de nuestro consistorio para convertir a cada vecino en inspector aficionado de la vía pública y la torpeza y falta de capacidad que muestran cuando lo que toca es que ese mismo vecino o vecina pueda ser inspector de lo que hacen los gobernantes tanto con el dinero público como con el poder que les hemos delegado.
Este es el modelo de la «participación domesticada» que agrada al poder, el de vecinos y asociaciones que se preocupan solo de los asuntos menores de gestión, pero que ni se plantean cuestionar las decisiones no ya grandes, sino ni siquiera de nivel medio de la administración. No es que la culpa sea de Luis Salvador. Cuando el alcalde era Paco Cuenca la realidad era idéntica y algunos de los concejales del PSOE que hoy claman por la participación ciudadana son los mismos que hace menos de un año negaban la información a los vecinos desde las presidencias de las Juntas de Distrito.
La participación ciudadana que puede empezar a devolver al pueblo la confianza en la democracia es otra: es ofrecer información veraz, puntual y accesible sobre la administración de nuestros recursos y cauces a la iniciativa ciudadana. A ser posible, con decisiones vinculantes. No para notificar que hay una farola rota, sino para demandar políticas de empleo y de vivienda, discutir la falta de presencia de policía local en los barrios, la distribución de las actividades culturales o las tremendas desigualdades en el estado de vías públicas, edificios y jardines entre las zonas más ricas y las más pobres de la ciudad. Esta participación ciudadana incómoda para el gobernante pero útil para el pueblo es la que dignifica las instituciones. Por el camino que vamos, que la ciudadanía las perciba como lejanas y ajenas no es síntoma de apatía, sino de lucidez.