El Uxoricio de Ana Orantes (1997)
Ana Orantes Ruiz vivió cuatro décadas sometida por un marido violento y con proclividad al alcohol. Las relaciones entre ambos eran inaceptables. Los malos tratos que le dispensaba José Parejo Avivar, Pepe, su marido, tales como palizas, agresiones puntuales, ofensas y vejaciones de todo tipo, incluso con episodios de torturas impropias de un ser humano medianamente civilizado, eran la tónica más frecuente en el seno del matrimonio. Cualquier cosa por ínfima que fuera era razón suficiente para que el monstruo que ocultaba su cónyuge se desatara para maltratarla hasta que ella, Ana, lograba que se calmase. Entonces él, Pepe, se conmovía y entre lágrimas y sollozos le pedía a ella que lo perdonase, prometiéndole que no la volvería a lastimar nunca más. Este era su comportamiento infame y perverso, que reiteró una y otra vez a lo largo de varias décadas.
Todos sufrían
Ella, Ana Orantes no sufría en solitario. Para aumentar su dolor, sus hijos eran partícipes o testigos del mal trato. Sus ocho hijos sobrevivientes, tres mujeres y cinco varones con edades comprendidas en el momento de su asesinato en 1997, entre los 19 y 40 años, habían soportado también las agresiones de su padre. Los maltratos, desprecios y vilezas eran lo habitual en el seno familiar. Todos ellos sin excepción habían sido testigos directos de las crueldades que dispensaba su padre a su madre y receptores directos en muchas ocasiones de esos mismos comportamientos, que incluso, algunos de ellos, fueron expulsados de la vivienda familiar durante su adolescencia.
Cuando el padre estallaba en cólera, Ana y sus hijos se veían forzados a huir del hogar, aunque después se veían obligados a volver porque no tenían donde ir y nadie podía acogerlos. No faltaron los episodios de otro tipo originados por la violencia del padre, como los intentos de suicidio del menor, Francisco Javier que con solo 7 años trató de lanzarse por una ventana. También lo intentaría Ana, la segunda en la prole, que se tomó un bote de pastillas tras intentar su padre violarla. Ana procuraría dejar pronto el hogar familiar y con solo 14 años contrajo matrimonio con el principal objetivo de escapar de su padre que venía barruntando violarla desde que cumpliera 8 años y comenzaran sus tocamientos.
Pronto Ana auxiliaría a varios de sus hermanos. Dispuso que Charo, de 12 años, y Jesús, de 14, fueran a vivir con ella. Otro hermano, José, contraería matrimonio también muy pronto, con 17 años, y Alberto, con 18. Así uno tras otro buscando todos abandonar cuanto antes el hogar familiar. Solo Rafael aguantó hasta los 20 años. Sin embargo, ni con ello se habían aplacado las acciones violentas del padre, que llegó a prohibir que Ana pudiera asistir a la celebración del matrimonio de algunos de sus hijos.
Quería anularla
Desde el primer momento quiso subyugarla. Así se deriva de la biografía particular y conjunta de ambos esposos. Ana Orantes Ruiz nació en Granada, en febrero de 1937, y vivió en la calle de Elvira. Era la tercera de seis hijos del matrimonio formado por Manuel Orantes, albañil de profesión, y Rosario Ruiz, modista y dependienta de una tienda. Las penurias económicas de los tiempos y de su familiar impidieron que pudiera permanecer en el colegio más allá de los 9 años cuando debió de abandonar la formación para ejercer de costurera y ayudar en su casa.
Contaba con 19 años cuando durante la celebración de un Corpus Christi conoció a quien iba a ser su esposo y asesino, José Parejo Avivar, nacido en Alcazarquivir, Marruecos, el 28 de septiembre de 1935. Al poco de su primer encuentro aceptó iniciar un romance con Parejo para darle celos a un antiguo novio, coincidiendo con que él deseaba emanciparse de sus progenitores, algo que conseguiría si se casaba de inmediato, y a tal fin aceleró el casamiento, que Ana pareció no verlo tan claro, pero no pudiendo negarse por temor a que el cumpliera la amenaza que le había hecho de que difundiría falsedades e injurias sobre ella si se oponía.
Fueron solo tres meses de noviazgo y a pesar de la oposición de sus padres, contraerían matrimonio a final de 1956, yendo a vivir con sus suegros, con los que residirían durante algo más de tres años.
Solo tres meses después de la boda ella quedaría embarazada por primera vez, siendo entonces cuando sufriría la primera agresión física, la primera de las innumerables que sufriría las siguientes cuatro décadas. Su marido le pegó una bofetada justo después de que ella le informara de que acaba de volver de casa de sus padres de recoger unas sabanas. Su suegro, José, la defendió golpeando a su hijo, mientras que su suegra, Encarnación, recriminó a su marido por entrometerse en la situación alegando que no era cuestión de ellos lo que sucediera entre ambos. Con el tiempo los suegros también llegarían a violentar a Ana. Todos querían desde el primer momento anularla de modo que no contase para nada.
Como un comportamiento propio de un maltratador José Parejo siempre tuvo como objetivo aislarla socialmente, de modo que cuando comprobaba que ella estaba acomodada en un entorno favorable, determinaba que debían mudarse, buscando lugares poco habitados en los que ella no conocía a nadie. De ese modo residieron en distintos barrios como el Albaicín o el Fargue hasta que finalmente fueron a residir en el municipio de Cúllar Vega.
Episodios
José Parejo Avivar sufría de celos que lo hacían un ser despreciable y criminal en potencia. Siempre fueron el determinante de sus acciones violentas, la mayoría de las cuales le llevaban a emprenderla a golpes y puñetazos con ella. Ana Orantes narraría algunos de aquellos episodios terribles vividos. Así, en un ataque, acaecido en un mes de agosto de comienzos de la década de 1970, cuando ella tuvo que llevar a su hijo a Urgencias porque lo había encontrado gravemente enfermo y se encontraba en la farmacia retirando los medicamentos prescritos por el médico, fue advertida de que su marido andaba buscándola enfurecido. Cuando finalmente madre e hijo regresaron al domicilio familiar, su enfurecido esposo no creyó la explicación que ella le dio sobre su ausencia, por lo que la arremetió brutalmente a golpes y patadas contra ella delante de todos los hijos, diciendo que mentía, porque había estado manteniendo encuentros sexuales con otros hombres. En otra ocasión, de camino a casa tras haber estado en una feria del Corpus de Granada, Parejo, furioso porque ella había bailado con un primo suyo, la embistió a puñetazos en plena calle hasta dejarla inconsciente y tirada en el suelo. De la misma manera le prohibió continuar con sus estudios en clases de educación para adultos o a acudir a los eventos familiares tales como a las bodas de sus hermanos. Cuando visitaba a su madre a escondidas de su marido, porque había prohibido tanto a ella como al resto de su familia que la visitasen, y le preguntaba por la razón de los moratones que mostraba en su rostro y en otras partes del cuerpo, Ana le contestaba con evasivas ocultándole la verdad.
Cosas normales
Debido a los prejuicios y convenciones sociales imperantes en las décadas de los cincuenta a setenta en nuestro país, Ana Orantes no denunciaba su situación a la Policía, ni tampoco podía demandar el divorcio como pensó en alguna ocasión, ya que éste no se legalizaría hasta la promulgación de la ley de 1981. Tendrían que pasar mucho tiempo para que se atreviera a hacerlo, llegando a denunciarlo hasta en quince ocasiones. Sin embargo, la respuesta policial y de las autoridades era siempre la misma, “esas son peleas normales en la familia”. Esta lamentable respuesta era la que siempre obtenía Ana de la Guardia Civil ante la que iba a denunciar. Finalmente, Ana interpuso demanda de separación y obtuvo la suspensión de su matrimonio mediante sentencia en 1995. Aunque el fallo y el convenio determinó, parece que por aceptación de Ana conmovida por ser José Parejo el padre de sus hijos, que ambos esposos continuaran compartiendo el inmueble de Cúllar Vega donde estaba instalado el domicilio conyugal. Se dividió el chalet en dos unidades independientes. La planta alta la ocuparía ella con sus dos hijos no emancipados más una nieta, y la baja quedaría para Parejo.
El acoso continuó
Con la aceptación de Ana de compartir el inmueble solo se provocaría una situación más generadora de tensiones, hasta el punto de que la entrada común en forma de patio a la que se abrían ambas viviendas sería el escenario donde se desarrollaría el crimen.
Poco después del divorcio Parejo conoció a una mujer, razón por la que se ausentaba temporalmente del domicilio, pero, de vez en cuando volvía a su piso inferior y continuaba con el acoso y las amenazas contra su familia. Llegó el momento de que Ana y uno de sus hijos, el que habitaba finalmente con ella, quisieron comprarle el apartamento que ocupaba para que definitivamente se distanciaran de José Parejo, pero no pudo ser dada la negativa de éste. La tormentosa vecindad continuó degradándose hasta el punto de que el Juez de Paz de Cúllar Vega tuvo que interceder en varias ocasiones entre ellos, la principal con ocasión de que el hijo, que había instalado unas jaulas con animales domésticos que molestaban a Parejo, las retirara.
En Canal Sur
Con distintos conflictos y enfrentamientos que fueron advertidos por los vecinos transcurrieron dos años desde la separación del matrimonio. El jueves 4 de diciembre de 1997, Ana Orantes asistió al magacín televisivo emitido en Canal Sur, “De tarde en tarde”, presentado por Irma Soriano, y en el transcurso del programa dio a conocer ante las cámaras su situación y la realidad que muchas otras mujeres sufrían en silencio pero que muy pocas se habían atrevido a confesar. Estuvo acompañada por su hija menor Raquel, sentada en la grada de los espectadores invitados, y explicitó durante más de media hora que duró su intervención, con mucho detalle su vida con José Parejo, con el que se hallaba separada, así como narró muchos de los terribles episodios vividos con él, tanto por ella como por sus hijos. Explicitó las tentativas de pederastia incestuosa y estúprica hacia dos de sus tres hijas, la conducta denigrante por parte de su difunta suegra y los dos episodios violentos dispensados contra su persona, mostrando la tiranía y las ansias de dominación de su exmarido y de quien sería su asesino, solo mencionando en su favor que había sido un hombre trabajador.
La aparición de Ana en Canal Sur fue muy comentada por los vecinos y conocidos. Su relato desató los ánimos de venganza de Parejo que según declararían posteriormente varios testigos ante la Guardia Civil y en el acto de juicio oral, prometió vengarse, habiéndole indignado más que nada, el hecho de que Ana dijera que ella había mantenido económicamente a la familia durante el tiempo en que Parejo había estado en paro y ella había tenido que montar una tienda de comestibles.
Varios vecinos y personas próximas a Ana también revelarían posteriormente que ella temía por su vida después de haber intervenido en el programa. Lamentablemente no se equivocaría.
El asesinato
En la mañana del miércoles 17 de diciembre de 1997, trece días después de la retransmisión de la entrevista televisada, Ana Orantes salió de su vivienda para realizar unas compras con sus consuegros. Regresó entorno a las 14 horas. Esa misma mañana Parejo había ido a Santa Fe a notificarse de una nueva denuncia de Ana y de su hijo. La recogió, tomo café, jugó una primitiva, compró tabaco y regresó a su domicilio de Cúllar Vega y se puso a limpiar un rotavator cuyo depósito llenó de gasolina, sobrándole aproximadamente litro y medio que dejó en el recipiente con el que había rellenado el depósito.
Poco después en algún momento en que no pudo precisarse durante el proceso, pero entre las 13:45 y 14:35, Ana regresó, percibiéndose Parejo desde su piso inferior de su llegada. Pudo observar cómo Ana Orantes caminaba a través del jardín comunal para subir a su piso superior cargada con las bolsas que portaba en las que acarreaba la compra. Fue en ese instante preciso cuando estando la mujer de espaldas, asegurándose de que no podía realizar ninguna acción defensiva, cuando se aproximó con sigilo a ella y desde una distancia de entre 3 y 8 metros según dice la sentencia, le arrojó el resto del carburante contenido en el mismo envase que había utilizado para llenar el rotavator. Al rociárselo, éste se derramó sobre la espalda de Ana Orantes, mojando su ropa. A continuación, Parejo con premeditación, encendió el mechero que portaba y prendió fuego al líquido inflamable, iniciándose una rápida combustión que ocasionó la caída al suelo de su exmujer envuelta en llamas. Ésta perdió la consciencia y se desplomó en posición lateral izquierda a causa del shock provocado por el ataque. A su rápida agonía asistió Parejo con toda frialdad, el cuál, tras asegurarse de la muerte de su víctima, huyó del lugar del crimen mientras aún ardía su cuerpo ya sin vida y se mantenía el incendio provocado.
Poco después la nieta de Ana, de 12 años, al regresar del colegio halló el cadáver de su abuela calcinándose y corrió a alertar a los vecinos. La Guardia Civil llegaría inmediatamente y apagó el fuego que aún estaba vivo sobre Ana Orantes, no pudiendo hacerse nada por salvar su vida. Las fuerzas de seguridad activaron un dispositivo de búsqueda para detener al presunto criminal, José Parejo Avivar, que después de darse a la fuga se había dirigido al cuartel de la Guardia Civil en Las Gabias para entregarse. Tras encontrarlo inicialmente cerrado, lo haría dos horas después, manifestando “vengo a entregarme, he discutido con mi mujer y la he matado”. Aún no conocía que el dispositivo policial había iniciado su búsqueda.
Ana Orantes sufrió quemaduras muy graves de sexto grado en la columna vertebral, de quinto en cabeza, cuello y zona derecha de la espalda, de cuarto en tórax y abdomen y de segundo en cadera y miembros inferiores, que casi calcinarían su cuerpo. La impresión del ataque y su modalidad le ocasionaron un shock neurógeno y una isquemia cerebral que acabaron con su vida en pocos segundos. Ana tenía 60 años.
El juicio y la sentencia
En medio de una consternación y repulsa sin precedentes de la sociedad española ante la crueldad del crimen y la situación, ya conocida, que había vivido durante años la víctima hasta su muerte, el 9 de diciembre de 1998, doce meses después del homicidio, comenzó la celebración del acto de juicio oral de la causa, instruida como juicio del jurado 1/1997, con origen en el Juzgado de Instrucción número 1 de Santa Fe. Se extendió durante tres sesiones en las que la Sala de la Sección 2ª de la Audiencia Provincial se celebró la primera sesión del proceso judicial contra José Parejo en la Audiencia Provincial de Granada, siendo magistrado presidente y ponente-redactor de la sentencia, Eduardo Rodríguez Cano. El defensor de José Parejo Avivar, fue el gran penalista Jesús Huertas Morales. Acusó el ministerio público y mantuvieron la acusación particular los letrados Luna Quesada y Requena Paredes y la acusación popular, la Asamblea de Mujeres Mariana Pineda, representados por la letrada Manuela de la Torre.
Para ese momento ya algo había cambiado muy decididamente en la sociedad española, porque antes del inicio del juicio, asociaciones de mujeres y colectivos feministas se manifestaron para reivindicar justicia y repudiar el maltrato doméstico generando una respuesta social desconocida.
Desde el comienzo del acto el acusado reconoció su autoría de los hechos, aunque su defensa mantuvo que el detonante de su acción fue que la víctima lo había increpado, cuando ambos coincidieron en el acceso común de donde convivían. También manifestó que intentó socorrerla mientras era abrasada por el fuego que él mismo había prendido. Sin embargo, tales alegatos acerca del insulto y del intento de posterior auxilio no pudieron ser probados. Durante las siguientes sesiones del acto de vista oral fue proyectada la reproducción de la comparecencia de la víctima en Canal Sur pocos días antes del crimen. Testificaron varios vecinos y conocidos sobre la violencia de José Parejo. Depusieron en testimonio los hijos del matrimonio contra su padre confirmando haber presenciado las atroces agresiones y humillaciones hacia su madre y sobre ellos mismos. Y también lo hizo el juez de paz de Cúllar Vega, Gerardo Moreno Calero, quién había mediado entre la expareja con los litigios de los últimos tiempos, concluyendo que la intervención televisiva de Orantes, en donde ella lo había denunciado públicamente de todas sus fechorías, fue la razón por la que él la mató como acto de venganza, puesto que el propio Parejo se lo había comunicado el día anterior a la tragedia, diciéndole que estaba muy enfadado por las acusaciones vertidas contra él en televisión.
En el uso de su derecho a la última palabra, el 11 de diciembre, en el último día de la vista oral, el procesado expresó su deseo de ser ejecutado. Las acusaciones mantuvieron su petición de pena de 22 años de prisión, mientras la defensa interesó la absolución al concurrir la enajenación mental del agresor o, subsidiariamente la pena de tres años de privación de libertad por homicidio consumado bajo trastorno mental transitorio. Concluido el juicio el jurado deliberó y emitió veredicto de culpabilidad, siendo la sentencia pronunciada por el tribunal, el 16 de diciembre de 1998, exactamente un año menos un día después del asesinato. El magistrado Eduardo Rodríguez Cano de la Audiencia Provincial granadina, propuso en su redacción de la sentencia la condena de José Parejo Avivar a una pena de 17 años de prisión, más el pago de una indemnización de 30 millones de pesetas en favor de los hijos de la víctima. Asimismo, cuando este recuperase de nuevo su libertad tras concluir su condena, la resolución impuso la pena de destierro de dos años de la localidad en la que vivieran los descendientes de Ana Orante, y de él mismo.
De expresar ahora es que la condena pudo ser mucho más elevada al concurrir dos circunstancias agravantes, pero el fallo judicial admitió como atenuante su confesión del crimen ante las autoridades policiales poco después de cometerlo. La sentencia fue notificada a Parejo en el centro penitenciario dado que se negó a comparecer a la lectura ante el jurado popular.
Durante la ejecución
La condena se llevó a puro y debido efecto en la prisión provincial de Granada, en el centro penitenciario de Albolote. En su cumplimiento, a comienzos de 2004, José Parejo Avivar solicitó la concesión del tercer grado, que le fue denegado en atención a la alarma social que podría provocar su salida de prisión. El 15 de noviembre de este mismo año, siete años después del homicidio, José Parejo murió a causa de un infarto de miocardio en el Hospital Ruiz de Alda de Granada, al que fue trasladado. Tenía 69 años. Sus restos mortales fueron incinerados. Ninguno de sus ocho hijos, tres de los cuales habían alterado sus apellidos para que no figurase el su padre, se personaron en el sepelio. Solo uno de ellos, Alberto, lo había visitado durante su estancia carcelaria. José Parejo Avivar había acabado sus días.
Crímenes que hizo historia
El asesinato vil y alevoso de Ana Orantes pasó a convertirse en un suceso histórico cuyas repercusiones fueron inmediatas a todos los niveles. Por causa de él se cambió la percepción que la sociedad española y europea en su conjunto tenían sobre la violencia doméstica sobre la mujer. El impacto de los medios que habían servido de vehículo para que la violencia machista ingresara directamente en los hogares de los espectadores, marcó un antes y después en la normativa y en la persecución de las agresiones machistas.
A consecuencia del auxoricidio de Ana Orantes la legislación española, y también la de buena parte del mundo occidental, evolucionó para intentar poner fin a la lacra. Se modificó el Código Penal y la legislación sobre procesamiento, así como toda una serie de normas decisivas sobre el delito de violencia sobre la mujer y la perseguibilidad del delito y de prevención de estas conductas, y para proteger a las víctimas concretas y potenciales, lo cual culminó con la aprobación por unanimidad la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Sirva el conocimiento de este suceso criminal para memoria de las víctimas de la violencia machistas. En especial, lógicamente, de Ana Orantes Ruiz, que con su padecimiento abrió el camino a la concienciación y la eliminación de tan pernicioso vicio social. Sin embargo, poco después otra mujer, Encarnación Rubio, sería asesinada vilmente en la misma localidad. A ambas se las recuerda año tras año cada 25 de noviembre en el acto que en memoria de las víctimas de la violencia de género se celebra ante el monolito erigido a su memoria en la localidad que registró los dos asesinatos, en Cúllar Vega. Ambos crímenes hicieron historia.