El caos de la creación
Está demostrado que el mundo hace agua por sus costuras. La tierra —achatada por los polos— hace tiempo que dejó de ser el centro del universo; con la teoría heliocéntrica (por la que quemaron a más de uno) pasamos a un segundo plano. Extensa o concretamente cuando hablamos del mundo nos referimos al hombre como ser humano; al hombre y la mujer (homo sapiens) cuando exterminaron a los neandertales. Y es que no se puede crear todo un mundo en seis días («y el séptimo descansó»). Dios fue pretencioso; se pasó de listo o de sobrado. O quizá no. Tal vez el resultado esperado fuera el que estamos viviendo o consumiendo o padeciendo, ¡quién sabe! (Para Ambrose Bierce en su ‘Diccionario del diablo’, de 1911, el que haya cientos de demonios «es uno de los lamentables errores del creador».)
Había un anuncio en que un espectador le objetaba su inutilidad al jugador de fútbol por no acertar un penalti, diciendo que hasta él lo metería. Un par de tipos entonces entran en su casa y en volandas lo llevan al campo, lo ponen enfrente de la portería ante su asombro y lo exhortan para que lance ese penalti. En la creación del mundo también Dios nos diría, pues hacedlo vosotros. Aunque desde luego nosotros no somos dioses; si fuéramos dioses otro gallo nos cantaría. Pero el cacareo iría posiblemente por otros derroteros no por la creación de un mundo dudoso en sus días o dubitable en su eficacia.
¿Por qué le daría a Dios por crear el mundo? Puestos a hacer cábalas, podríamos dar mil explicaciones diferentes (desde que el mundo es mundo nos hemos preguntado su existencia). Torrente Ballester, en su novela ‘Don Juan’, escrita en 1963 (justamente después de ‘Los gozos y las sombras’, según decía porque estaba cansado de tanto realismo) afirmaba que: «La Creación no es un Cosmos, sino un Capricho». Un capricho pasional, podríamos decir (¿crimen pasional?). Oscar Wilde explicaría: «La única diferencia entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho dura un poco más».
Marcel Schwob, en ‘El libro de Monelle’ (1894), escribe: «Que toda creación perezca, no bien creada» (‘Que toute création périsse, sitôt créée’). Ya Basilides, en el siglo II, decía: «El cosmos es una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes».
Quizá lo que sobran son creadores. Eduardo Galeano (1940-2015) define ‘creación’ en su ‘Diccionario del Nuevo Orden Mundial’ como: «Delito cada vez menos frecuente». Voltaire, sin embargo, no le daba vueltas y en su ‘Diccionario Filosófico’ (1764) declaraba: «Confieso que no concibo la creación ni la nada porque ignoro por completo el principio de todas las cosas».