El crimen de las Conejeras (1991)
En 1991 se perpetró en Granada, en el popular paraje conocido como las Conejeras —los Rebites—, en un olivar contiguo al camino de Caicena que conduce hasta dicha barriada de la localidad a Huétor Vega, uno de los crímenes que más preocuparon a la sociedad granadina durante años. De hecho, sus ecos aún siguen resonando en la memoria colectiva de la ciudadanía, que no ha olvidado que el suceso, a pesar de la intensa implicación de la Policía, tardó varios años en esclarecerse, pero no en resolverse como veremos. Realmente nunca llegó a detenerse al criminal, a pesar de que fue identificado.
Lo cierto, es que la sociedad granadina anduvo preocupada durante años y de hecho aún se deja notar lo peligroso que puede resultar estar en lugares solitarios y apartados, aunque sea disfrutando de su tranquilidad, por razón de la existencia de personajes abyectos, sociópatas y siniestros que se dedican a perturbar el espacio de libertad e intimidad de otros con ciudadanos.
Una “madre coraje”
Las pesquisas policiales en el que fue conocido como crimen de las Conejeras se extendieron durante varios años. La investigación fue constante. No decayó más que nada por la perseverancia de Josefa Leyva, la madre de la víctima, que hizo todo cuando estuvo en su mano para impedir que el asesinato de su hijo cayera en el olvido y que la instrucción se archivase pasando a ser un legajo más en un estante esperando a que por un inesperado golpe de suerte pudiera ser resuelto. Durante los seis años que transcurrieron entre la fecha del crimen, el 21 de noviembre de 1991, y la misma fecha de 1997 en que se informó públicamente que la policía tenía identificado al autor del crimen, Josefa no cesó en alentar la labor de los investigadores. Para ello visitaba periódicamente las dependencias de la Jefatura Provincial de Policía de la plaza de los Lobos en Granada y, también, la redacción del diario Ideal para impedir que la muerte de su hijo quedase reducida a un expediente más, a un caso sin resolver. Josefa con su calvario personal llegó a hacerse un personaje reconocido y apreciado en ambos lugares, tanto que llegó a ser reconocida como una auténtica “madre coraje”.
Un lugar apartado
El paraje donde fue apuñalado el hijo de Josefa, Emilio López Leyva, al que había acudido con su vehículo en compañía de su novia, está hoy día relativamente transformado. Permanece buena parte del extenso olivar de entonces, pero con el paso del tiempo, casi tres décadas, han sido construidas varias edificaciones urbanas cercanas que lo hacen ser un lugar menos solitario al que acudían al anochecer numerosas parejas en sus coches para disfrutar de un poco de soledad, aunque todavía sigue siendo un lugar elegido por muchos buscando un poco de intimidad.
“Aproximadamente a las 22 horas de la noche el olivar de las Conejeras registraba la presencia de varios vehículos que se habían ido ubicando en distintos puntos del mismo de modo discreto. A esa hora resultaría muerto por apuñalamiento el joven Emilio López Leyva, de 21 años, hijo de Antonio y de Josefa, nacido en Pamplona (Navarra), el 5 de julio de 1970. La agresión ocurrió cuando el fallecido se encontraba en el interior del turismo de su propiedad con su novia P.A.M.N. y salió del mismo a requerimiento de un desconocido con el que se originó un forcejeo. El agresor después de apuñalarlo se dio a la fuga”. Eso fue lo que se informó inicialmente sobre el hecho criminal y como tal consta en la documentación incluida en las diligencias de las cuales conoció el Juzgado de Instrucción número 7 de Granada que fue el órgano jurisdiccional que se hizo cargo del asunto. Se hace constar también que la novia declaró que “un individuo nos pidió fuego, Emilio dijo que no fumaba y le asestó dos puñaladas”; y que, “le sería difícil reconocer al agresor debido a la oscuridad y porque todo fue muy rápido”. Consta en la información como tras el incidente la joven pidió auxilio a otro coche cercano y que un coche de la Policía Local trasladó a Emilio al Hospital Clínico donde ingresó cadáver.
La madre, Josefa, adivinó lo sucedido nada más llegar al centro hospitalario al ver que varios médicos y enfermeras formaban corros comentando su llegada. Había sido avisada de que su hijo, uno de los dos que tenía, había sufrido un accidente. Emilio, aquella misma tarde antes de ir a buscar a su novia se había despedido de ella cariñosamente, sin embargo, la realidad se impondría dramáticamente de tal modo, que ya no volvería a verlo con vida.
Actuación policial
Las circunstancias del suceso y el lugar donde se produjo, que hicieron pensar a la Policía que podría volver a repetirse un hecho similar, hizo que la Policía desplegara un dispositivo de especial intensidad para descubrir al autor de la muerte de Emilio López. Entre las medidas adoptadas durante la investigación no faltaron agentes simulando ser parejas que acudían al lugar, ni otros que se infiltraron como mirones ocupados en acercarse a los coches en el olivar. No obstante, con independencia de estas actuaciones practicadas en los primeros días y durante las semanas posteriores al asesinato, de las cuales queda minuciosa constancia en la instrucción, también constan otras pesquisas desarrolladas de modo paralelo por la Policía Judicial que resultarían decisivas para la investigación.
En el transcurso de estas gestiones fueron investigadas distintas personas del entorno familiar y de amistad de Emilio y su novia, P.A.M.N., al objeto de recabar de las mismas cualquier dato que pudiera facilitar el esclarecimiento de los hechos o para facilitar o descartar cualquier tipo de implicación de alguna de ellas en la comisión del hecho criminal. Pronto se llegó a la conclusión de que el autor del crimen no tenía relación alguna con la pareja.
Un “arrastrapechos”
Como ya se ha dicho, por la circunstancia de que a la zona en que ocurrieron los hechos solían concurrir numerosos vehículos ocupados por parejas, se montó el oportuno servicio de observación y vigilancia en el olivar durante bastantes noches, lográndose varias decenas de matrículas de vehículos, con cuyos propietarios y acompañantes se contactó por el Grupo de Homicidios al objeto de intentar obtener de ellos cualquier información interesante sobre personas que frecuentaran la zona y que pudieran corresponder a las características del autor del crimen o identificar el vehículo, de color blanco, del que se sirvió el criminal. Sin embargo, tales pesquisas resultaron infructuosas.
Simultáneamente y ante la posibilidad de que el individuo autor de la muerte de Emilio López Leyva pudiera tratarse de alguno de los conceptuados como “mirones” o “arrastrapechos” que frecuentaban las zonas donde acudían las parejas, tanto en Granada como en los pueblos de la periferia, se practicaron numerosas gestiones en colaboración con las policías locales y la Guardia Civil de los mismos lográndose la identificación de cerca de una veintena de individuos conocidos por dedicarse a vigilar parejas cuando estas se encontraban en el interior de sus coches en lugares apartados. Se pudieron obtener fotografías de estos individuos y fueron mostradas a P.A.M.N., pero no pudo reconocer a ninguno como autor del asesinato. Asimismo, también fueron interrogados estos individuos sin que se desprendieran indicios o pruebas determinantes de la intervención de ninguno de ellos en la comisión del crimen de las Conejeras.
Una pareja
A pesar de los esfuerzos policiales por descubrir al autor del crimen, pasado un año del suceso prácticamente nada se había descubierto. Sin duda, la dificultad de conocer los pormenores de un asesinato cometido por un personaje ignoto que había actuado en solitario protegido por la noche y que había huido sigilosamente, hacían que fuera prácticamente imposible descubrirlo.
En el transcurso de la investigación y pasado más de un año del crimen y del inicio de la instrucción se pudo contactar con una pareja de novios, que de forma confidencial y tras garantizarles que iban a permanecer totalmente en el anonimato, según pidieron a los investigadores de la Policía Judicial, informaron de que la noche que se produjo la agresión a Emilio, ellos se encontraban en el interior de su coche, que tenían aparcado en la misma zona, cuando alrededor de las diez de la noche se dieron cuenta de que en la parte trasera del vehículo se encontraba un individuo que al parecer los estaba observando y que al verse descubierto se acercó a la ventanilla del conductor y le pidió a él, al muchacho, que le diera fuego. En principio el joven informante no se decidió a bajar el cristal y entregarle el mechero, pero a continuación, ante la insistencia del individuo, lo bajó lo suficiente como para darle el encendedor. Entonces, tanto éste como su novia, pudieron ver como el individuo sacaba un cigarrillo de un paquete de la marca Fortuna, que seguidamente encendió, devolviéndole el mechero y diciéndole antes de marcharse: “tranquilos, que no pasa nada, que yo soy de aquí tengo novia”.
Cómo sucedió el crimen
Acto seguido lo vieron alejarse del coche y esconderse tras un olivo situado al lado del lugar en que estaba aparcado el vehículo de Emilio López Leyva. En aquellos momentos llegaron al olivar otros dos vehículos que se marcharon poco después y un tercero que intentó aparcar cerca del olivo en que se había escondido el individuo, pero posiblemente tras advertir su presencia, hizo varias maniobras y sin llegar a estacionar se alejó de allí.
Seguidamente pudieron observar que el individuo que les había pedido fuego salía de detrás del olivo y se dirigía hacia otro coche aparcado en el olivar y que resultó ser el ocupado por la Emilio López Leyva y su novia. Que a continuación pudieron ver como de ese coche salía un joven que comenzó a forcejear y a golpearse con el individuo, lo que sucedió muy rápido, viendo seguidamente como el joven se sentaba en el interior del coche y el otro se marchaba andando en dirección a la carretera de Caicena, hacia las ruinas allí existentes, pensando en principio que el incidente se había limitado a un intercambio de golpes.
La citada pareja informó con bastante detalle de los rasgos del individuo en cuestión, autor de la agresión a Emilio. Dijeron que parecía tener unos treinta y cinco años de edad aproximadamente, 1,70 metros de estatura, pelo rizado de tono castaño oscuro, manos y dedos gruesos con grietas negras, de complexión fuerte, cara algo rellena, redonda y con piel color moreno de campo, hablaba algo ronco y con énfasis en la última palabra, como alargando la frase, con acento de pueblo, llamándoles especialmente la atención la forma de andar que tenía, que denotaba que podía ir algo embriagado o que tuviera algún defecto o cojera en alguna de las piernas, ya que lo hacía de forma vacilante. Dijeron que vestía cazadora gris oscura, pantalón vaquero polvoriento y polo con listas rojas, y que presentaba aspecto de poco aseado. Estas características las pudieron observar mientras el individuo se encontraba junto a la ventanilla de su coche encendiendo el cigarrillo y posteriormente al alejarse tanto de ellos como poco después del coche de Emilio, tras producirse el incidente —Frente a esta información ofrecida hay que matizar que la Policía estableció nada más salir de su vehículo, el individuo desconocido lanzó una lanzó una puñalada a Emilio que le dejó gravemente herido, seguida de otra, y después se marchó. También, que La chica no pudo conseguir ayuda de nadie hasta pasado un buen rato. Cuando en otro coche (de la Policía Local) llevaron al joven al hospital y ya no pudo hacerse nada por él—.
Identificación
La Policía Judicial mostró a la pareja de novios que contempló lo sucedido las fotografías de los “mirones” investigados, pero no reconociendo entre estos al criminal. Sin embargo, seleccionaron varias fotografías de los individuos mostrados que, aunque no se trataban del autor de la agresión, presentaban rasgos y características que correspondían con los del autor. Se dio la circunstancia de que esta pareja encontró también algún parecido del agresor con uno de los investigados como posibles autores, el llamado J.C.Q. al que la novia del fallecido, P.A.M.N., en principio creyó reconocer como posible autor del asesinato, aunque posteriormente quedó descartado.
Se solicitó de la Comisaría General de Policía Científica de la Dirección General de la Policía, la presencia de un funcionario especialista en confección de retratos robot por ordenador, el cual se desplazó a Granada y con la colaboración de la pareja de novios informante confeccionó un retrato robot del autor. Una vez confeccionado fue mostrado a P.A.M.N., que manifestó que efectivamente le encontraba algún parecido con la idea que todavía guardaba con el asesino de su novio, pero que no podía afirmarlo rotundamente.
Con dicho retrato-robot se intensificaron las gestiones por los pueblos y zonas cercanas al lugar del suceso, contactando con las distintas Policías Locales. Estas pesquisas no obstante, no permitieron la identificación del autor crimen.
Años después
La perseverancia de la Policía, incentivada sin duda por la actitud persistente de Josefa Leyva que espoleó la conciencia colectiva de periodistas e investigadores, determinaron que la investigación continuase avanzando muy lentamente. Fruto de ello fue que casi seis años después de haberse producido el crimen, por una confidencia, la policía pudiera enhebrar distintas piezas de la investigación, de modo que los trabajos llevados a cabo por el Grupo de Homicidios de la Policía de Granada lograran dar con la identidad del autor del crimen de las Conejeras. Así, en uno de los casos que más había calado en la opinión pública se había logrado llegar a la identificación casi total de un sospechoso, con el noventa por ciento de posibilidades de que hubiese sido él el autor del asesinato del joven Emilio López Leyva. Sin embargo, las circunstancias de la investigación impedían en el momento de filtrarse la información del avance en la investigación, que tal sospechoso pudiera ser detenido de modo inmediato.
Crimen no resuelto
A pesar de que el criminal fue identificado, no pudo ser detenido. Los investigadores policiales estaban plenamente convencidos de la autoría de J.A.M.M., que resultó hallarse ingresado en un centro asistencial de una localidad del cinturón de Granada. Sin embargo, las pruebas más determinantes como eran su forma de andar y de hablar que habían facilitado su identificación concreta, no se consideraron suficientes como para que el instructor autorizase su detención. Ello unido a que el tiempo transcurrido entre la fecha del suceso y el momento en que se logró dar con él presunto homicida no permitió a los testigos presenciales del crimen identificar al asesino, determinaron el posterior archivo de la causa.
De este modo, los motivos que determinaron la instrucción del sumario incoado por el Juzgado como consecuencia de la muerte de Emilio López Leyva, apuñalado por un desconocido sobre las 22 horas del día 21 de noviembre de 1991, cuando se encontraba en compañía de su novia en el interior de su coche, que tenía estacionado en el olivar existente junto a la carretera de Caicena, no fue definitivamente resuelto. Puede hablarse por ello que el crimen de las Conejeras fue más que un crimen sin resolver, un crimen que no acabó de resolverse. Un crimen al que solo faltó poner el punto y final en su instrucción.