El crimen de los melocotones (1986)
En esta selección de sucesos que componen un dossier sobre Granada y su particular historia negra de las últimas décadas, no podía faltar el crimen racial. Podría haber elegido cualquier otro de los varios muy llamativos de los ocurridos entre 1981 y 2010, pero éste, ocurrido en la localidad de Santa Fe, donde existe una importante comunidad gitana y en la que han acaecido otros crímenes que han tenido por protagonistas a miembros de dicha etnia, tiene una especial significación por las circunstancias en las que se produjo.
Crímenes xenófobos
Siempre podremos encontrar llamativos crímenes en los que el desprecio racial sirve de aditamento. Acaso el suceso de Loja, ocurrido en la primavera de 1992, en el que la sociedad local de la localidad se dividió entre payos y gitanos para enfrentarse, sea el más conocido o llamativo. El conocimiento de lo que dieron en llamarse los “crímenes de Loja” dio lugar a interesantísimos estudios realizados por investigadores y antropólogos de la Universidad de Granada, como el realizado por los profesores Juan F. Gamella y Patricia Sánchez-Muros del Departamento de Antropología y Trabajo Social, publicado en la Gaceta de Antropología, número 12, de 1996, que analiza con detalle la fenomenología y teleología de un suceso en el que morirían varias personas.
Fue aquel un primer choque colectivo que se produjo en abril. Sin embargo, comenzaría el mes antes. En marzo, Antonio Jiménez, de la familia de “Los Santeros”, un joven payo, deficiente intelectual, que se había peleado con tres hermanos de una familia gitana conocida como “Los Parrones”, mató al menor de ellos en una céntrica plaza del pueblo. Un mes después, mientras el homicida permanecía en prisión, Luis, el mayor de “Los Parrones”, mató a un hermano de Antonio, ajeno a la pendencia, cuando éste salía a abrirle la puerta. Era la aplicación particular de la ley del talión en clave gitana. Esta segunda muerte, incomprensible para muchos vecinos, provocó la más importante movilización antigitana que se recuerda en Loja y estuvo cerca de terminar en un ataque a uno de los principales enclaves gitanos del municipio. Precedentes en la localidad, como tal no se recordaban. Sí que existían otras manifestaciones homónimas como las ocurridas en Mancha Real, el año antes, en 1991, o más lejanamente, en Martos, en 1986, y en Torredonjimeno y Torredelcampo.
De recordar, para que sirva de pórtico al crimen que voy a relatar, es lo acontecido en Martos. En esta localidad jiennense unos 200 vecinos de la localidad, payos, rociaron con gasolina e incendiaron el sábado 12 de julio, 30 viviendas de otras tantas familias gitanas ubicadas en la paupérrima barriada de Cerro Bajo, ello provocaría una movilización casi desconocida que llevaría a la revuelta aludida y a la fuga de la localidad de la casi totalidad de la comunidad gitana. El suceso habría comenzado a raíz de que el joven payo Francisco Expósito fuera agredido en una plaza de la ciudad por un gitano que se encontraba aparentemente en estado de embriaguez. Por esta razón Martos, como después Mancha Real o Loja, pasaron a ocupar las primeras páginas y los lugares más destacados de los medios de comunicación nacionales e internacionales.
Poco común
Pocos días antes del suceso de Martos tendría lugar el crimen en la huerta de los Bastianes, o del cortijo Bastián, situado a escasamente un kilómetro y medio del centro de Santa Fe. Con ocasión de la muerte del gitano Juan Camarero Tallón, un hombre querido por todos y honesto, que fue asesinado por unos melocotones, se iban a producir las primeras llamadas a la movilización de la comunidad gitana.
Salvo la muerte de un ser humano, podría decirse que nada hay de terrible en el que dio en llamarse el “crimen de los melocotones”. Cierto que no fue un homicidio especialmente cruento o macabro si se le compara con otros, pero de lo que no cabe dudar es que sí que fue un hecho criminal en el que se conjugaron presupuestos latentes de una sociedad que a veces consideramos desaparecida ya, por fortuna, pero que en momentos muy concretos aflora revelando que siguen entre nosotros.
En esto España ni Granada son diferentes. Más episodios xenófobos ha habido, y hay, en los autoproclamados paradigmáticos países más civilizados de occidente como Francia, Inglaterra o Suecia, que en el nuestro. Y no digamos ya en Estados Unidos, o en Alemania, donde ahora mismo están produciéndose persecuciones de kurdos, gitanos e incluso de personas de origen eslavo. El crimen xenófobo o racial no es exclusivo de nuestro país por mucho que desde el siglo XVIII, la “Santa Ilustración” francesa y los hacedores de nuestra leyenda negra, ubicados en el triángulo de la mentira constituido por anglosajones, luteranos y orangistas, se haya empeñado en presentar a España como un lugar atrasado, exótico, anárquico, anodino, atávico y donde la Inquisición y los propios españoles, se han dedicado a perseguir y a genocidar minorías. Ello amén de falso, es interesado y repugnante. Si hay un país europeo u occidental donde la población y sus élites han sido más respetuosas con el diferente, ese ha sido nuestro país, España. Numerosos ejemplos de ello jalonan nuestra historia, aunque no viene al caso ahora entrar en ellos y menos en una diatriba comparada. De cualquier modo, quiero dejar expresado lo poco común del suceso hoy día frente a lo que algunos quisieron entonces y pudieran querer entender actualmente.
Melocotones y disparos
Un hombre de 40 años, Juan Camarero Tallón, de etnia gitana, resultó muerto en la tarde del jueves 26 de junio de 1986 al ser alcanzado por un disparo de escopeta en la localidad granadina de Santa Fe, tras mantener una discusión con el propietario de una finca en la que un hijo suyo, de 13 años, había entrado a coger melocotones.
El autor del disparo, que se dio a la fuga y posteriormente fue detenido por la Guardia Civil en Granada, fue Sebastián Muñoz Morillas, de 51 años, propietario de una gran zona de labor en el límite de Santa Fe. Poco antes de producirse el suceso que acabaría con su vida, Juan Camarero se encontraba regando la chopera de Paco Carreras -apodo con el que en la localidad se conocía al vecino Francisco Martín Capilla-, una propiedad colindante con la finca de “Los Bastianes”, propiedad del autor de los disparos y de sus tres hermanos, todos ellos solteros, mayores con más de 50 años y, según sus vecinos, bastante reservados, por no decir huraños.
Resultó que un hijo de Camarero, de 13 años, que le acompañaba en el trabajo de riego, entró en la finca colindante a coger melocotones —otras versiones señalaron que ni siquiera llegó a entrar en la propiedad, sino que se limitó a tomar los frutos de un melocotonero cuyas ramas caían fuera de la misma, sobre el camino que pasaba junto a la plantación—cuando fue sorprendido por dos de los hermanos Muñoz Morillas y un hermano suyo que vigilaban la finca escopeta al hombro. Según la versión comprobada posteriormente los dos hermanos Muñoz se afanaron en quitar al muchacho los melocotones de modo que lo acometieron amenazándolo.
Según mantendría el muchacho en sus declaraciones, su padre al percatarse de la situación acudió en su ayuda entablándose una breve discusión y un forcejeo con Sebastián Muñoz Morillas, que habría amenazado ya al chico y posteriormente al padre con la escopeta. Seguidamente en un aún más breve tira y afloja, se produjeron dos disparos. El primero, al aire, mantuvo el agresor que lo efectuó con intención intimidatoria; el segundo, contra el abdomen de Juan Camarero, que no murió en el acto y quedó gravísimamente herido tirado junto a la cuneta.
Ante esta situación de riesgo y habiendo observado lo sucedido, el joven logró zafarse de Muñoz y pudo ocultarse entre unos árboles cercanos hasta que una hora después pudo trasladarse a su domicilio para comunicar la muerte de su padre. Allí llegó el chico gritando: ¡han pegado un tiro a mi padre!, lo que motivó la correspondiente alarma y que uno de sus tíos se desplazara inmediatamente hasta el lugar donde, según una versión, habrían trasladado a Juan Camarero hasta el hospital en Granada, y otra, que después se probaría durante el juicio, que el cuerpo del moribundo fue arrastrado por los hermanos del sospechoso hasta las proximidades de su cortijada, desde la cual llamaron a la Guardia Civil, que una vez personada en el lugar habría dispuesto el traslado de Juan Camarero hasta Ruiz de Alda. Para ese momento ya Sebastián Muñoz se habría dado a la fuga con destino a la capital, puesto que no pudo ser hallado por los miembros del instituto armado. Cierto que sus hermanos, el que le acompañaba durante el suceso y el otro, dijeron donde poder localizar a Sebastián que habría propiciado su detención. No hizo falta, porque el agresor homicida de Juan Camarero se entregó pocas horas después en la Comisaría de Policía de Granada.
Manifestación contra el racismo
Al día siguiente, durante el entierro que tuvo lugar a última hora de la tarde del viernes 27 de junio, un día caluroso, lo cual contribuía más a exaltar el carácter, la comunidad gitana de Santa Fe estaba conmocionada, hasta el punto de que alguno de sus miembros, visiblemente furiosos por la muerte de Juan Camarero a quienes todos querían, realizaron manifestaciones llamando a la revuelta y al ajuste de cuentas, la ancestral venganza de la grey gitana. Durante el entierro de Camarero, la asociación Pueblo Gitano llamó a los vecinos a manifestarse contra lo sucedido, que no dudaron en considerar como un crimen xenófobo, porque nadie podía asimilar que la simple toma de unos melocotones pudiera haber desencadenado aquella tragedia.
Juan Camarero, de raza gitana, era padre de ocho hijos. Los Muñoz, propietarios de Los Bastianes, eran gente adinerada del pueblo, con extensas propiedades, poco dados a la conversación con extraños. La finca donde sucedió el crimen tenía fama de estar bien protegida con perros guardianes y el excesivo celo de sus amos. La familia de Juan Camarero manifestó como en más de una ocasión fueron acosados por la jauría cuando apenas habían pasado junto a las lindes, por lo que consideraban como la raza gitana de la víctima y de su hijo, había sido la circunstancia determinante del fatal desenlace. “Con un payo no habría sido igual”, dijeron a los medios de comunicación. Sobre todo, cuando se constató que Muñoz Morillas tuvo que abandonar años antes una localidad de la Alpujarra granadina por haber tenido relación con otro presunto asesinato.
La teoría de crimen racista planeó durante la instrucción de las diligencias. Durante el acto de juicio oral también se mantuvo por la acusación particular que consideró y exigió la condena por el delito de asesinato, frente a la defensa que sostuvo que el homicidio se había producido por imprudencia. Considerar al crimen de manera tan distinta radicaron en la forma de explicar los motivos y antecedentes tanto inmediatos como remotos del homicidio. La percepción de la muerte en un caso como el de los Bastianes depende de la raza de cada agente interviniente. Ello se puso de manifiesto durante el proceso.
¿Rebrote?
Lo cierto es que el que dio en conocerse como el crimen de los melocotones apuntó a ser una cuestión xenófoba, en un momento como aquel año de 1986 en que durante el verano se iba a producir en España un rebrote de los crímenes racistas e interraciales. Así quisieron hacerlo ver los medios de comunicación debido al acaecimiento de varios sucesos en diferentes localidades del sur de España ya citadas, Torredelcampo, Torredonjimeno, Martos, y poco después Mancha Real o Loja, una secuencia indeseable y ominosa que tal vez fue a abrirse en Santa Fe. Cuando los vecinos de etnia gitana fueron destinatarios de las iras, por unas u otras razones, de otros habitantes de dichas localidades que permitieron hablar de la reaparición de los crímenes contra gitanos.
Quedémonos con una única cuestión: casi todos los sucesos criminales raciales comienzan por cuestiones verdaderamente estúpidas”. Unos melocotones nunca deben motivo de un homicidio.