El futuro de lo público
Parto de la base de que lo público tiene futuro. Es evidente la ofensiva, no ya neoliberal, sino directamente de ataque a todo aquello que suponga solidaridad, fraternidad e igualdad. Cómo también ha de ser evidente que deberá producirse una ofensiva a favor de los servicios públicos, de las prestaciones públicas, que conforman una sociedad medianamente decente. En definitiva, de aquellos sistemas de protección, defensa, redistribución y reequilibrio de condiciones de vida, que sólo pueden ser públicos.
Y justamente, porque esa nueva vuelta de tuerca a lo público se producirá cuando se hayan acreditado las desigualdades e inequidades derivadas del salvaje “sálvese quien pueda” que parece presidir la política y la economía actuales, es por lo que merece la pena repensar, y muy bien, las condiciones en las que se prestan esos servicios públicos esenciales, el modo en que se organizan, cómo se financian, que parcelas se consideran innegociables para ser prestadas por las Administraciones y los poderes públicos y con qué medios personales, materiales y técnicos se prestan los mismos. Una reflexión que, en mi opinión, ya están tardando en abordar las fuerzas políticas, económicas y sindicales de clase. Porque el futuro puede estar más cerca de lo que imaginamos.
El reparto y el uso del tiempo es, en mi opinión, la primera de las claves. El ser humano trabaja para vivir, y no al revés. Las condiciones, las retribuciones y los derechos con los que se trabaja en la prestación de servicios públicos son fundamentales. Y mucho más teniendo en cuenta que debemos tener tiempo para el trabajo y para el ocio, para conciliar vida laboral y vida personal y, naturalmente, para posibilitar rotación y relevo en el desempeño de funciones públicas. Los años de vida en que se trabaje han de venir acompañados de años de descanso y desconexión del trabajo, para hacer otras actividades y para garantizar la máxima felicidad al ser humano. Periodos de permiso, retribuciones económicas y en especie, jubilaciones anticipadas e incentivadas, jornada laboral continua o partida, trabajo presencial o teletrabajo, etc, son cuestiones que se deben abordar sin demora. Buscando el mejor modo de prestación del servicio y el mejor desempeño del mismo. Buscando la rentabilidad social y colectiva, en detrimento de la mera rentabilidad económica.
La especialización de las funciones es otra cuestión vital. El avance de los medios tecnológicos, incluso de la inteligencia artificial, va a hacer que determinadas funciones no precisen soporte humano, o precisen mucho menos. Habrá funciones públicas que podrán ser desempeñadas con poca o ninguna presencia humana, mientras que otras funciones o servicios precisarán ser reforzadas para garantizar su correcta prestación y el alcance universal de las mismas. Qué decir de los horarios y lugares de trabajo del futuro cuando las consecuencias del cambio climático o de los cambios sociales no permitan determinados movimientos o salidas al espacio público. Y no lo digo por alarmar. Recientes estudios nos dicen que para el año 2050 (pasado mañana como quien dice) en provincias como la nuestra no será posible exponerse al sol en bastantes horas del día. Conviene tener todo esto muy en cuenta.
El contenido, finalmente, que le demos a lo público es también algo básico. Se habla mucho (yo lo he hecho) de que caminamos hacia una simplificación en los trámites administrativos y burocráticos, como si ese fuera el nuevo maná. Parecería que quitando burocracia, vamos a vivir mejor. Pero mucha de esa mal llamada burocracia no son sino garantías para los más débiles, pues sencillamente buscan la igualdad de trato y la igualdad de acceso a bienes públicos. La simplificación para eliminar trámites garantistas, la externalización o privatización de servicios, no es sino una estrategia para mermar los servicios públicos y aumentar la desafección ciudadana hacia ellos.
Por tanto, hay mucho que hacer, que hablar y que avanzar. Recuperar la confianza perdida en lo público, quizá sea lo primero. Recuperar la ética de las instituciones públicas para que quienes son sus verdaderos destinatarios se antoja fundamental, pues sólo lo público garantiza el mínimo común de protección y solidaridad necesario para una sociedad digna. Es un camino largo y tortuoso, porque el enemigo es despierto y juega con cartas marcadas. Pero cuanto antes lo iniciemos, mejor para todas y todos.