El guión de la guerra de Ucrania
No puedo más, me supera. Lo último, «En la guerra de Ucrania se han cometido crímenes de guerra», se ha escuchado en el gran teatro del mundo que es la ONU. Impactante declaración preñada de enjundia intelectual para subrayar, enfatizar, lo que hace a esta guerra diferente de las demás que en el mundo hay, en la Historia hubo y en el futuro habrá. No cabe duda: Putin es la personificación del mal, más perverso y peligroso que Hitler, Mussolini y Franco, tomados de uno en uno o en conjunto.
Desde su inicio, la cobertura mediática y política de la guerra, y la propia guerra en sí misma, huelen mal, apestan a podrido. Llamó la atención el finiquito exprés, por parte de EE.UU., de la guerra de Afganistán: ¿dejó de ser rentable?, ¿se había cumplido el objetivo? Da igual, a guerra muerta, guerra puesta. Trump dejó encarrilado un negocio bélico que Biden, con los mismos intereses que Donald, continúa: guerra en Europa (competidora), contra Rusia (enemiga) y el misil apuntando a China (rival a batir).
Una guerra no es plato que encaje en un menú sin estropear el conjunto de la carta. Por ello, los chefs de la información se esmeran en deconstruir, edulcorar y servir en píldoras esta guerra para que entre sin abuso de pan y salga sin exigir bicarbonato. Así la preparan los cocineros mediáticos, expertos en noticias basura y adiestrados ex profeso en los fogones de Hollywood. El mundo se está intoxicando con unas «fast news» consumidas sin el más mínimo análisis de su procedencia y composición.
Lo de Ucrania es servido por los medios con el familiar estilo del western, el reconocible lenguaje de la publicidad y un inquietante tufo a manipulación. ¿No ha notado alguna vez, quien esto lee, episodios de ardor estomacal tras ver un telediario, escuchar la radio o leer la prensa? A mí me ocurre, con la guerra y con McDonald’s. Presentan la hostilidad militar con la clásica división en buenos y malos al nivel adecuado para un público pueril y bisoño adoctrinado por el general Custer, Supermán o Indiana Jones.
De Putin hacen, los medios de comunicación, un refrito de Fu Manchú, Hannibal Lecter, Freddy Krueger, Darth Vader y El Joker. Escogidos los personajes y montado el escenario, los guionistas van dando cuenta de vulgares episodios bélicos, conocidos por otras guerras habidas desde tiempos pretéritos en cualquier rincón del mundo. Por ejemplo, la ONU dice «Se ha descubierto una horrible fosa común» y los medios repiten doce veces al día durante doce días este “singular” y “original” enunciado como primicia.
En España, líder global de fosas comunes, hay todavía patriotas, muchos, capaces de apreciar frescura informativa en estas noticias y rasgarse las vestiduras mientras muestran desdén y hartazgo ante los crímenes de guerra cometidos por el franquismo. Esa España palurda, radical y extremista es capaz de votar a partidarios de Putin, como Vox, o defensores del franquismo, como el PP. Estas fuerzas repiten el guión aliñado con bulos y adobado con odio y manipulación a mayor gloria del fascismo renacido.
La guerra de Zelensky es una maniobra de distracción masiva exigida por la crisis del capitalismo y el auge de un neoliberalismo salvaje, desbocado. Con ella, sin que tenga que ver, se justifica la espuria inflación actual. Entre relatos de malos y buenos, de matanzas y fosas, obtiene ilícitos beneficios el «amigo» americano en los mercados de las armas y la energía, a la par que se debilita la competencia rusa, europea y china. La economía yanqui recurre a la guerra: siempre le da buen resultado.