El molde de las copas de champaña

Según describe Julio Camba en ‘La casa de Lúculo o el arte de comer’ (1929), el champagne es «alegre, petulante, ruidoso, escandaloso, mujeriego y fanfarrón, pero en el fondo buen muchacho». Se suele tomar en dos clases de copas, una es la llamada flauta, que parece conservar mejor el carbónico, o sea, las burbujas, que es una copa estrecha y alta sostenida por un pie corto; y la otra es la típica copa plana, con forma de cáliz, poco fondo y talle alto, más bien vulgarota hasta que intentamos adivinar su origen, cuando un mito griego la hace resurgir del molde de los delicados senos de Helena de Troya.

Siglos después, María Antonieta, Reina de Francia, esposa de Luis XVI, se proclama autora y sustituye como molde y modelo a la beldad helénica, diciendo ser, a petición del monarca, la que trocó la forma tradicional de las copas altas y estrechas por las bajas y abiertas. Se ve que María Antonieta estaba mejor dotada que la reina de Esparta.

Sin embargo Joan Perucho, investigador gastronómico y buen comensal, en ‘Estética del gusto’ (1998), retrotrae la historia a una época anterior, donde expone: «Siempre se ha recomendado por las autoridades más prestigiosas beber champaña en copas en forma de cáliz o tulipa, o en lo que los franceses llaman ‘flute’. La moda de beber champaña en la copa ancha y abombada la lanzó Luis XV, bastante perversamente. Cuenta Piero Accolti en su ‘Viaggio attraverso i vini di Francia’, que Luis XV, llevado por su pasión amorosa, usaba para el champaña copas hechas con el calco del seno ‘della sua bella amica, la Marchesa di Pompadour’».

Incluso hay quien insiste que este molde lo halló Napoleón inspirado en las tetas de Josefina. Lo que es cierto es que todo partió de un seno. Hay más pechos que colores.

El escritor francés Jules Barbey d’Aurevilly, en cambio, por mucho romanticismo que avale la copa abierta, se inclina por la tradicional alargada, quejándose de la contraria preferencia en un cuento incluido en ‘Las diabólicas’ (1874): «Y alzó su copa de champaña, que no era la copa estúpida y pagana por la que la han sustituido, sino el vaso alargado y esbelto de nuestros antepasados, que es la auténtica copa de champaña, la que llaman ‘flauta’, quizá a causa de las celestes melodías que derrama en nuestro corazón».

Cualquier otro intento de continente para el licor dorado está de más. El plástico es aberrante

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