El nuevo tema de nuestro tiempo
En el año 1923, el año de la fundación de la Revista de Occidente, se publicó el libro de Ortega El tema de nuestro tiempo donde se defendía la necesidad de una razón vital y la teoría del punto de vista. Como apéndices el libro añadir un trabajo sobre “El ocaso de la revoluciones” y otro sobre “El sentido histórico de la teoría de Einstein”. Conviene recordar siempre el papel clave de Ortega en la filosofía y el pensamiento español de la primera mitad del siglo XX y sus esfuerzos ingentes por construir una filosofía académica en lengua castellana y a la vez introducir en el panorama cultural español las novedades que estaban surgiendo en Europa. En este cometido la Revista de Occidente y la editorial del mismo nombre fueron esenciales.
Lo primero que habría que hacer es definir la ‘sensibilidad vital’ de nuestra época y calibrar la proporción en que se mezcla hoy la recepción del pasado y el fluir de la propia espontaneidad. ¿Es nuestra época acumulativa o eliminatoria?¿Se limita a desarrollar lo recibido o intenta innovar?¿Es una época en la que los jóvenes se subordinan a los viejos o una época en la que los jóvenes se imponen sobre los viejos?. Creo que nuestra época es una época Inter-paradigmática, de transición, de crisis, en la que lo muerto se resiste a desaparecer y lo nuevo no acaba de surgir. Una época anómica en suma. Una época en la que la sensibilidad histórica está variando pero es difícil saber hacia dónde. Lo cierto es que el impulso democrático que surgió tras la segunda guerra mundial y que , a pesar de la guerra fría, acabó con el colonialismo y estableció las base de la unión política europea se está agotando. La crisis civilizatoria impone un anhelo de seguridad en detrimento de la libertad.
Para Ortega era posible predecir el futuro prolongando lo que en el presente es esencial y normal frente a lo contingente y lo aleatorio. Lo que pase en los siguientes veinte años se podría predecir a partir de lo que en el presente empieza a insinuarse en las actividades humanas primarias, especialmente en el pensamiento: “en el puro pensamiento es, por consiguiente, donde imprime su primera huella sutilísima el tiempo emergente”. Es en la ciencia donde hay que mirar para vislumbrar el futuro; su materia delicadísima es “sensible a las menores trepidaciones de la vitalidad”. En ese sentido Ortega introduce como apéndice del libro un trabajo sobre la teoría de la relatividad de Einstein como fenómeno histórico, como un síntoma cuyo análisis puede dibujar la sensibilidad nueva que ya se vislumbra. Las características que Ortega analiza son : el relativismo, el perspectivismo, el atiutopismo en tanto que antirracionalismo, y el finitismo. La física de Einstein es más relativista que relativa y allí reside precisamente su carácter absoluto, es decir, la idea de que las leyes físicas son verdaderas en cualquier sistema de referencia posible,cualquiera que sea el lugar de la observación. La teoría de Einstein es perspectivista en el sentido de que la realidad no es independiente del punto de vista desde el que se la contempla; lo que supone que todos los puntos de vista son válidos y no es posible acercase a la realidad sino desde un punto de vista determinado. El perspectivismo al exigir una determinada posición para las observaciones es radicalmente antiutópico ya que niega la posibilidad de una concepción generada desde ningún sitio y que se pretende además que sirva para todos. El utopismo y el ucronismo son exacerbaciones del racionalismo, es decir de la idea de que la razón se impone sobre la realidad que ha de adecuarse al modelo racional que se diseña para ella. Son un idealismo en tanto que asumen el predominio de la idea, del ideal, sobre la realidad concreta. Por último, el mundo de Einstein es cerrado y finito frente al mundo racionalista que se concibe como infinito, con lo que se invierte el famoso título de Koyré que analizó el paso del mundo cerrado de la antigüedad al universo infinito de la ciencia moderna.
Por otra parte, Ortega distingue entre la realidad palpitante e histórica y el núcleo racional que nos lleva a la verdad al precio de no vivir. Como en el joven Lukács se da en Ortega esa dualidad entre el arte y la vida, o entre el alma y las formas. La modernidad ha sido racionalista, es decir, antihistórica, porque supone que ha encontrado un orden definitivo obtenido deductivamente mediante la razón pura, y en ella el futuro, un futuro diseñado racionalmente, se superpone sobre el pasado y el presente. La razón es la base de las revoluciones ya que produce el anhelo de sustituir lo dado por un modelo racional perfecto. El dilema al que se enfrentaba la época de Ortega era el que oponía el absolutismo racionalista que salva la razón al precio de eliminar la vida al relativismo escéptico que “salva la vida evaporando la razón”. Ortega pensó resolver este dilema mediante la razón vital y el perspectivismo del punto de vista. La nueva sensibilidad que él atisba en su época supone que hay que ser consciente de que las funciones espirituales, es decir la cultura, son a la vez funciones vitales; hay que reconocer que la vida produce efectos que van más allá de la propia vida y que retroactúan sobre la vida misma que es su origen. La época está sometida aún doble imperativo: “la vida debe ser culta, pero la cultura tiene que ser vital”, ya que “la vida inculta es barbarie y la cultura desvitalizada es bizantinismo”. En las épocas de reforma se han de subordinar los imperativos culturales dados frente a los imperativos vitales que están en la base de la cultura emergente. A la ironía socrática ligada al surgimiento del racionalismo la suplanta en nuestra época la ironía de Don Juan; la espontaneidad se enfrenta ahora a la razón pura. El tema del tiempo de Ortega era, pues, “someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro delo biológico, supeditarla a lo espontáneo”. En resumen: “la razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital”. Pero hoy, ¿cuál es el tema de nuestro tiempo? Pienso que hoy tras una época dominada por la espontaneidad y el vitalismo, quizás convenga volver un poco hacia el racionalismo. Introduciendo un poco de sordina en los desvaríos de la vitalidad desbordada. Cierta mesura, cierto reconocimiento de los limites puede ser conveniente hoy. Frente al dominio incontestado de Dionisos, quizás una cierta seriedad apolínea nos pueda venir bien.
Tras la razón vital Ortega pone en primer término su perspectivismo, la doctrina del punto de vista, según la cual el sujeto selecciona la realidad , la organiza según sus capacidades receptivas. La razón vital es una razón situada, un punto de vista sobre el universo. El ser un punto de vista determinado hace que la razón vital sea esencialmente antiutópica, ya que el utopista es aquel que reniega de su punto de vista y pretende ver la realidad desde ningún lugar determinado y considera su posición como la única verdadera. A este respecto Ortega habla del ocaso de la revoluciones en el sentido de que la revolución es un estado de ánimo en el que se repudia lo tradicional y para sustituirlo no hay más remedio que crear una realidad nueva a partir de la razón. Las revoluciones son racionalismo político, el resultado de suplantarla realidad dada por un diseño racional utópico, el intento de que la vida se ponga al servicio de las ideas, el intento de adaptar la realidad social a un esquema ideal, perfecto. Si la época de Ortega permite vislumbrar el ocaso de las revoluciones se debe al ocaso del racionalismo y el utopismo. En esa época las ideas comenzaban a dejar de ser un factor histórico primario en relación con la vida. Y este diagnóstico ¿sigue siendo válido para nosotros? En el sentido en que estamos en una época postutópica sí, si se entiende por revolución un cambio radical e inmediato de la realidad social a partir de un modelo abstracto racional y utópico. Como decíamos en un artículo reciente, la gran utopía hoy ha dejado el campo a las microutopías:la gran revolución macroscópica se ve sustituida por los devenires revolucionarios, devenires microscópicos que generan líneas de fuga múltiples y divergentes, cuyo éxito no está garantizado. Ya no somos progresistas no tanto porque no aceptemos el progreso en sí que es innegable, sino porque no aceptamos un progreso global, sin costes y sin posibles estancamientos e incluso retrocesos. El futuro se nos muestra mucho más azaroso y contingente, ya que las grandes leyes dela historia se han visto sustituidas por el análisis de tendencias contingentes e inciertas. En lo que si coincidimos con Ortega es en que las épocas postrevolucionarias son épocas de decadencia en las que el misticismo sucede a los excesos racionalistas. El fracaso de la revolución produce la desilusión , la desmoralización, debido a que ya no se puede volver a la fe tradicionalista en la costumbre y el pasado, y se ha comprobado que el intento revolucionario, por desmedido, ha acabado en el fracaso. Estas épocas son épocas cobardes y por ellos recelosas ante un destino al que se ha renunciado a desafiar y al que solo se pretende sobornar mediante prácticas supersticiosas.
También conviene recordar entre las efemérides de este año que en 1823, los 100.000 hijos de San Luis pusieron fin al Trienio Liberal y Goya acabó sus Pinturas Negras y la serie de Los Disparates. Es penosa la historia del liberalismo español, siempre tan débil y perseguido. En el caso de Goya además se daba la circunstancia de su afrancesamiento. Destino trágico: por un lado, tenía que apoyar el progreso procedente de Francia; pero, por otro ese progreso venía de la mano de un ejército invasor. Su progresismo se enfrentaba a su patriotismo, porque frente a las mentiras de la derecha la llamada anti-españa era tan patriota o más que la España tradicional. Solo que ellos querían una España abierta y tolerante frente a la España de “cerrado y sacristía” que suele preconizar la derecha . Por eso hay que reivindicar por parte de la izquierda la idea de España y no regalársela gratuitamente a la extrema derecha.
Es un triste si no que la nación española desde sus inicios se configurara mediante la expulsión de sus miembros más dinámicos : los judíos, los musulmanes, los erasmistas, los protestantes, los moriscos, los ilustrados y afrancesados, los liberales, los republicanos y, ya en el siglo XX, los socialistas, anarquistas y comunistas. La historia de España se ha desplegado mediante un proceso continuado de selección negativa que ha expulsado o neutralizado a sus elementos más avanzados, cultos y tolerantes, mientras que mantenía y promocionaba a los elementos más retrasados, incultos e intolerantes. Goya en sus últimas obras muestra el tenebrismo de la España absolutista triunfadora que acaba por hacer que se exilie en Burdeos donde morirá. Sus dibujos y grabados muestran los aspectos más sórdidos de la España de su época, sometida al poder de la Iglesia, la Inquisición, los ricos y poderosos, frente a los que las mujeres, los pobres y los liberales sufrían acoso y opresión. También en nuestros días los más exaltados adalides de la derecha claman por la venida, no se sabe de dónde, de unos nuevos 100.000 hijos de san Luis que acaben con el experimento del actual gobierno de coalición como sea. En este clamor, pequeño pero estridente, destacan algunos izquierdistas reconvertidos que, puestos al servicio de la derecha más extrema , actúan como sus corifeos más intransigentes, recitando los argumentarios con un celo digno de mejor causa. Estos neófitos de la derecha cometen el único pecado que, según la biblia, no se perdona: el pecado contra el espíritu, porque ellos mienten y tergiversan a sabiendas de que lo hacen y eso es lo único que no le está permitido a un intelectual. Tenemos un ejemplo de esta mala fe en un reciente artículo de Savater en el que comparaba a Yolanda Díaz con Dragó diciendo que mientras que Yolanda da a sus feligreses lo que quieren oír Dragó era inclasificable, rebelde e imaginativo; lo que el amante de la hípica oculta es que cuando Dragó hablaba de política, lo mismo que hace él, no es ni inclasificable, ni rebelde, ni mucho menos imaginativo, sino que repite los manidos tópicos de la ultraderecha. No, lo que convierte a Dragó y a Savater en intelectuales, aunque sea en tiempo pasado como la lluvia, no son precisamente sus opiniones políticas actuales, absolutamente mostrencas y reiterativas, sino precisamente lo que piensan cuando no lo hacen al dictado de los argumentarios de los que les pagan.
Por último podemos recordar que también en 1923 se define una tendencia artística que sigue al auge del expresionismo en Alemania y que se conoció como “nueva objetividad”. La nueva objetividad busca lo real en contraposición a lo espiritual que había desplegado Kandinsky como el ámbito privilegiado del arte. El realismo descarnado de estos pintores produce un distanciamiento; su obsesión por el detalle produce la desrealización de los objetos. La importancia del objeto retoma el impulso del dadaísmo en su crítica del arte burgués y la idea del artista como creador subjetivo. El anti subjetivismo buscado despliega un interés por la estandarización , por los tipos medios, como medio de representar la deshumanización de la vida moderna capitalista. Se trata a través de la fotografía de Sander, por ejemplo, de establecer “el rostro de este tiempo”mediante el montaje de elementos heterogéneos. Los modelos preferidos son los objetos y se trata de presentarlos de forma precisa en su bruta materialidad. Todas las cosas se convierten en objetos y son tratados como tal. Las personas se ven como ‘personas frías’, presas de la desilusión y la vergüenza que ha seguido a la derrota alemana en la Gran Guerra. Hay una culpabilidad interior y una vergüenza hacia el exterior que se muestra en los retratos a través de la indiferencia y los fondos neutros que reflejan más que su interioridad su posición social. Se produce una racionalización de la vida ligada a la introducción del taylorismo y el fordismo como sistemas de producción masiva. En esta época también surge un nuevo tipo de mujer liberada, ‘las hijas del jazz’, también denominadas flappers,que tiene unos modales desenvueltos, viste de forma desenfadada , se corta el pelo, trabaja y cuyo hogar se va automatizando. El teatro épico de Brecht y la ópera popular rompen con la interioridad exacerbada del expresionismo provocando el distanciamiento y la falta de identificación con los personajes. La utilización de medios técnicos y reproductivos permite democratizar y difundir la cultura. La época es una época de transgresión, que combina los géneros literarios y artísticos y que revoluciona las costumbres, especialmente las femeninas, en dirección a la emancipación y al mismo tiempo mediante una mayor permisividad de la homosexualidad. La transgresión, especialmente en Berlín, permite definir la capital alemana como una nueva Babilonia. La respuesta a estas transgresiones se da muchas veces a través de la violencia sobre las mujeres, reflejada en muchos cuadros de esta época,víctimas de la angustia masculina ante su emancipación. La racionalización dela producción y de la vida en general y la emancipación sexual no puede hacer olvidar que hay un mundo de excluidos que no se benefician de estos adelantos y que más bien los sufren en sus propias carnes: mutilados de guerra, parados, pobres, mendigos, campesinos, etc. son las víctimas de la modernización y temas de los artistas de esta nueva objetividad que no sería completa sin ellos.
Hemos visto algunas de las características de nuestro tiempo a la luz del tiempo orteguiano y finalizamos resaltando la necesidad de una ‘nueva objetividad’, no tanto de un ‘nuevo realismo’, porque toda filosofía digna de tal nombre ha de ser realista. Tras una época como la actual que se puede denominar manierista por su idealismo hedonista, el cultivo del preciosismo y el capricho, el subjetivismo más ensimismado , el formalismo más extremo, la retórica desbordada, la utilización desmedida del pastiche como combinación y deformación de todas las formas culturales del pasado y de las demás culturas no europeas, la extravagancia más ecléctica y el experimentalismo desbocado, fruto todo ello del predominio casi absoluto del sujeto neoliberal, quizás sea conveniente volver a las cosas y construir una nueva objetividad que analice la realidad con mirada parecida a aquella con la que autores como Otto Dix y Georges Grosz contemplaron a partir de 1923 su tiempo, caracterizado, como el nuestro, por el desorden moral, la bajeza intelectual y la hipocresía.