El poder, ese oscuro objeto de deseo
El Poder es un instrumento para alcanzar uno o unos objetivos determinados. Estos objetivos pueden ser espurios y destinados a satisfacer intereses particulares, o bien tener un fin constructivo de mejora de una situación determinada en favor de la mayoría.
La consecución del poder puede ser de manera agresiva (complots, terrorismo, golpes de estado, guerras,…) o bien mediante mecanismos más o menos democráticos, en donde el ganador ha conseguido articular una mayoría. En el primer caso, el poder se mantiene mediante el miedo o por las dádivas que se distribuyen entre sus acólitos. En el segundo caso, la conservación del poder se fundamenta en la negociación con los colectivos que correspondan a partir de la asunción de las demandas de estos, sean estos justos o no, aunque también puede derivarse de la capacidad del reconocimiento de la autoridad y liderazgo de una persona por parte de la mayoría del colectivo.
No obstante, por lo general, ambos casos tienen una característica común: el deseo de conservación del poder.
Es lo que Robert Michels definió como la “Ley de hierro de la oligarquía”. Esta teoría defiende que todas las organizaciones complejas (estados, partidos políticos, asociaciones,…) independientemente de cuán democráticas sean cuando comenzaron, finalmente se convierten en estructuras oligárquicas, controladas y administradas por una «clase de liderazgo», debido a la apatía, la indiferencia y la falta de participación que la mayoría de los miembros de base tienen en relación con los procesos de toma de decisiones de su organización.
A esto podemos añadir el apotegma “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” (“Dictum de Acton”, Lord Acton).
Se pueden nombrar muchos ejemplos a lo largo de la historia, como por ejemplo las “guerras de liberación” delos países americanos, africanos o asiáticos, en donde las oligarquías nacionales empujaron a sus pueblos a luchar por la independencia para reemplazar a los poderes coloniales, pero tras reemplazarlos procedieron simplemente a mantener los mismos hábitos de explotación económica-social previos. Podemos nombrar también a Putin y su corte de oligarcas, a Pedro Sánchez y su sus palmeros, a los nazionalistas catalanes y vascos como instrumentos de las respectivas oligarquías,…
Pero el caso actual más sangrante es el conflicto árabe-israelí. La solución es la instauración de dos estados sobre la base de las fronteras reconocidas internacionalmente de 1967 (en esto estoy de acuerdo con el señor Pedro Sánchez). Pero las respectivas oligarquías no están interesadas en la finalización del conflicto: a los ultraortodoxos y militares judíos les permite justificar su posición predominante dentro del estado de Israel (el cual es lo más parecido a una democracia occidental en la zona); a los terroristas palestinos les permite seguir viviendo de ser los “defensores” del pueblo palestino, importándoles un bledo el bienestar de la población (ninguno de los altos dirigentes de estas organizaciones vivan en los territorios ocupados); y los gobiernos de los estados árabes utilizan la situación para desviar la atención de sus ciudadanos, pero sin hacer nada más que aspavientos (no aportan ayuda económica, no aceptan la recepción de los refugiados palestinos en sus territorios, y el sostenimiento económico de los palestinos es gracias a los fondos europeos y de las remesas de los emigrantes). Lamentablemente, es una situación enquistada, sin visos de solución.
La obligación de un estado es proteger a sus ciudadanos, por lo que, tras el atroz ataque terrorista de HAMAS, considero legítimo que el estado de Israel pretenda extirpar ese peligro, aunque desgraciadamente los que más están sufriendo la violencia son la mayoría de palestinos no pertenecientes a los grupos terroristas. Una de las diferencias entre el estado de Israel y los terroristas árabes es precisamente que los primeros sí están preocupados por la seguridad de sus ciudadanos, mientras que los segundos los utilizan como meros objetos para alcanzar sus fines políticos, económicos, religiosos…
En mi opinión, la Unión Europea debe posicionarse a favor de la creación de un estado palestino democrático, pero también actuar para que Palestina no se convierta en un foco de terrorismo contra nuestra seguridad e integridad.
Afortunadamente, no en todos los casos se cumple la Ley de hierro de la oligarquía.
Mi personaje histórico favorito es Cincinato.
Fue llamado por el Senado romano, en 460 a. C., en calidad de cónsul suffectus, para mediar en un contencioso entre los tribunos y los plebeyos a propósito de la Ley Terentilia Arsa, tras lo cual regresó a su ocupación agrícola. Dos años después, en 458 a. C., de nuevo fue llamado por el Senado, para salvar al ejército romano y a Roma de la invasión por los ecuos y volscos, para lo cual le otorgó poderes absolutos y lo nombró dictador. Tras conseguir la victoria sobre los invasores en dieciséis días rechazó todos los honores. Un año después, los romanos volvieron a entrar en guerra contra los ecuos, sufriendo sucesivas derrotas, por lo que el Senado le volvió a dar poderes absolutos. Tras vencer de nuevo, el dictador se despojó de la toga orlada de púrpura, transcurridos apenas seis días, y aunque aún podía prolongar el poder durante seis meses, se reintegró a su arado.
Al igual que Cincinato, ha habido otros Grandes Hombres en la Historia de la Humanidad que han antepuesto el bien común y la integridad moral: Clístenes de Atenas creador de la democracia, el rey persa Ciro II el Grande quien redactó el primer Código de los Derechos Humanos, George Washington, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela,… Entre los españoles, me atrevería incluir al Presidente de la 1ª República Nicolás Salmerón Alonso y a Adolfo Suárez como pieza esencial de la Transición. Incluso me atrevo a nombrar al ex primer ministro portugués Antonio Costa quien dimitió a finales del año pasado por un escándalo en el que no estaba implicado, pero asumió su responsabilidad sobre la calidad democrática de su país. Que envidia frente al personaje que tenemos gobernando España.
Como ciudadanos de un estado democrático tenemos la posibilidad y la obligación de elegir a los mejores gobernantes del país. Me niego a aceptar la máxima de Joseph de Maistre: “cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece”.