El precio del gobierno
Todo gobierno tiene su precio y ese precio es el acuerdo de los representantes parlamentarios de la soberanía nacional. Comprender el sistema parlamentario, y no tergiversarlo cuando se hacen declaraciones o titulares de prensa, es algo fundamental para la salud democrática de un país. Para formar gobierno hay que ceder –lo conocen, lo sabemos– y, al fin y al cabo, quienes están en el Parlamento han recibido el encargo, la tarea y la confianza delos votantes para poder alcanzar acuerdos con el resto de representantes de los españoles y españolas todas. No ocurre así en otros poderes, como el Judicial, que está deslegitimado desde hace cinco años y, ahora mismo, lo ocupan sujetos aferrados al poder, sin la dignidad democrática de la renuncia.
Ya casi no recordamos los tiempos de las mayorías absolutas en el Gobierno de la nación. Alguna queda todavía en las Comunidades autónomas, como la andaluza o la madrileña, pero son especies cada vez más raras en un mundo donde alcanzar acuerdos, incluso entre la derecha y la ultraderecha, es un tónico que fortalece las relaciones políticas del país. Cuantos más acuerdos se alcancen –lo conocen, lo sabemos–, será mejor, estarán más controlados los gobiernos, pues surgen del compromiso, el acuerdo y la vigilancia.
Hace casi 8 años desapareció el último gobierno monocolor en el gobierno de España. Antes, desde 2004, comenzó a ejercerse esa “geometría variable” por la cual el compromiso parlamentario es el motor de la gobernabilidad. La aparición de los nuevos partidos,desde aquel momento en que se pulverizó el bipartidismo, introdujo una mayor geometría: cuando cuatro fuerzas igualaban el número de escaños y el mal agüero decía que sería imposible crear mayorías. Desde entonces hasta ahora las mayorías se han creado, algunos de aquellos nuevos partidos, como Ciudadanos y Podemos prácticamente han desaparecido: uno engullido por su conversión en marca blanca del PP y el otro empeñado en dar el ejemplo, una vez más, de que la izquierda rota es la más izquierda de España. Los partidos territoriales –lo conocen, lo sabemos–, son el contrapeso para que el centralismo y el nacionalismo español (o madrileño) comprenda que el país no es políticamente un espejo del diseño radial de carreteras. Sumar y Vox ejercen como voces de conciencia, que tiran hacia el extremo de PSOE y PP, necesarias, por mucho que duela a tantos demócratas que la ultraderecha pueda llegar a gobernar en el país: pero de eso se trata el juego democrático, y en el momento que alguna fuerza política sobrepase la línea roja, ahí deben estar las instituciones para soportar el impacto y reconducir esas tendencias políticas a las líneas marcadas por la Constitución.
Parece a veces que la derecha moderada es la fuerza que llega más tarde a los preceptos constitucionales –pero llega–, y luego, una vez los aceptan, se convierte, como fuerza conservadora que es, en aquella que más atrincheray afianza el principio constitucional, como fuerzas “tardoconstitucionales”. La izquierda más moderada parece avanzar en una senda constitucional que busca una interpretación amplia de la Constitución, como fuerzas “sobreconstitucionales”. A su izquierda las fuerzas políticas se convierten en “ultraconstitucionales”, empeñadas en una continua ampliación de derechos y una reforma continuada de la Ley fundamental. En la extrema derecha, aún les queda por asumir principios constitucionales y ejercen de “retroconstitucionales” en ámbitos como las comunidades autónomas, los derechos de minorías o la comprensión social de género. Por eso, para frenar la derecha extrema–lo conocen, lo sabemos–, solo queda la fortaleza de las instituciones nacionales, europeas, autonómicas, e incluso municipales, y sobre todo pedagogía, mucha pedagogía, y confianza en los principios de respeto que nos rigen: no solo ejercido por los partidos políticos sino que también es la responsabilidad de los medios de comunicación, que no se dejen llevar por el trabajo y dinero fácil, el clickbait y el forofismo político, que convierte la política de partidos en partidos de fútbol y banalización.
Como es tradición, falta el centro –lo conocen, lo sabemos–, desde la desaparición de UCD, tras esa raya en el agua que fue Ciudadanos, el voto de centro solo consigue su identificación en algunas, cada vez menos, autonomías con partido territorial moderado. Este voto, que al fin y al cabo es un voto indeciso y tibio, pero también prudente,es por el que deberían luchar PSOE y PP. Ahora mismo el voto de centro parece estar volcado hacia la derecha, en el campo del PP. Por eso ese empeño de embucharse el voto de VOX y refundar una derecha unificada, que esta vez sí, pudiese volver a reverdecer las mayorías absolutas añoradas por quienes se consideran españoles de bien.