El reino de las Españas

El rey Carlos I fue el primero en adoptar el título de Rey de las Españas, como forma de abreviar el conjunto de todos los títulos que poseía así como poner de manifiesto la unidad de los tres reinos originarios que constituían España en aquel momento (Reino de Aragón, Reino de Castilla, Reino de Navarra). Esta denominación se fue manteniendo en el tiempo, hasta la llegada del rey Amadeo de Saboya, el cual es el primero en usar el título de Rey de España, denominación que desde entonces se ha mantenido.

Realmente España es un país diverso, integrado por comunidades regionales con culturas, tradiciones y personalidades diferenciadas y fuertemente arraigadas. No es lo mismo Andalucía que Madrid, Castilla o el País Vasco. Esto es algo no único de España, sino que se da prácticamente en todos los estados europeos (Córcega, Bretaña, Baviera, Zelanda, Laponia…). No obstante, tras más de 500 años de convivencia la gran mayoría de los españoles hemos adquirido una conciencia colectiva común, que por lo general suele ser compatibilizada con la correspondiente identidad regional y con la europea.

Esto no quita que en determinados territorios, esencialmente Cataluña y País Vasco, existan movimientos de personas que no se consideren españoles y ansíen la independencia para constituir estados soberanos propios. Es legítimo.

Es paradójico que en este momento el futuro de España y de los españoles esté en manos de estos movimientos que propugnan la ruptura. Y aún es más sangrante que estemos en manos de una opción política que ha obtenido el 1,6% de los votos emitidos en España y el 11,2% de los votos emitidos en Cataluña en las últimas elecciones. Es como si nos pusiéramos en manos de un médico que pretendiera nuestra defunción. Sin duda, y como ya he expresado en otras ocasiones, es necesaria y urgente la reforma del sistema electoral para impedir dislates de esta categoría.

Las exigencias con las que tanto los nazionalistas vascos (PNV, BILDU) como catalanes (JxC, ERC) chantajean al candidato socialista a presidir el Gobierno de España son ilegales (amnistía, reconocimiento al derecho de autodeterminación) e injustas para el resto de ciudadanos españoles (unilateralidad de las relaciones Estado-Comunidad Autónoma, más dinero).

La asunción por parte de la sociedad española de las exigencias nazionalistas sería el reconocimiento del carácter opresor y antidemocrático de España respecto al pueblo catalán.

Este intento de extorsión no hubiera tenido más recorrido en el caso de que la persona a la que se pretendiera coaccionar fuera una persona con principios morales y visión de estado. El problema deriva de quién es el interlocutor con el que se negocia. El canciller británico Lord Palmerston dijo “Inglaterra no tiene amigos permanentes o enemigos permanentes, solo tiene intereses permanentes”. Podemos sustituir el sustantivo “Inglaterra” por el sustantivo “Pedro Sánchez”, y quedaría retratado perfectamente el personaje, solo preocupado, al igual que su “guardia pretoriana”, en mantener las prebendas a cualquier costa.

Desde la izquierda española pretenden justificar que la cesión a este chantaje de los nazionalistas calmará sus reivindicaciones, pero la experiencia de estos casi 50 años de democracia demuestra que los nazionalistas son insaciables, y necesitan la exigencia y el victimismo constante para perpetuarse en el poder de sus comunidades autónomas.

Y para incrementar aún más la tensión, el año que viene hay elecciones en Cataluña y el País Vasco, por lo que las correspondientes opciones políticas están luchando para demostrar ser los auténticos “patas negras” (pediría perdón a los cerdos por compararlos con esta gente, pero en un ejercicio de aplicación de la figura literaria de metonimia creo que es bastante adecuado).

Desde algunos sectores de la sociedad española se está pidiendo que el rey se niegue a firmar las cesiones que el Sanchismo vaya a realizar. Creo que esto no es posible, por principio y fundamentación de la monarquía constitucional (como dijo Adolphe Thiers, “el rey reina, no gobierna”) y por el riesgo de incremento de la cainita confrontación política izquierda-derecha en España que especialmente ha promocionado el Sanchismo. El Rey tiene que aceptar y validar las decisiones emanadas de la soberanía nacional española, cuyo epicentro es el Congreso de los Diputados. No nos gustará, pero como ya he dicho en otro momento, España será lo que quieran los españoles, y parece ser que hay una mayoría de ciudadanos que han apoyado la situación actual. O quizás no sea así, en cuanto a que el “señor” Pedro Sánchez se presentó como candidato negando que fuera a aprobar la amnistía y la celebración de un referéndum de independencia.

Por ello, pienso que lo más conveniente sería que hubiera unas nuevas elecciones generales, en la que todos se han quitado la máscara, y a modo de consulta popular, todos los ciudadanos podamos elegir de forma clara y contundente cual es el futuro que queremos.

Este verano he estado de turismo en Bélgica, y he llegado a la conclusión de que Bélgica no existe, es una entelequia holográfica, constituida por dos comunidades que se odian íntimamente y viven de espaldas la una a la otra. Ese no es el futuro que quiero para España.

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