El último crimen en libertad de «Hueso Pavo»

El alcalde José Moratalla Molina comparecía ante los medios el 30 de septiembre de 1999 y hacía una llamada a la población a mantener la tranquilidad. Se dirigía a los habitantes de una ciudad atemorizada por la ola de asesinatos y sangrientos sucesos que se estaban viviendo en la capital, que en una semana había sido escenario de varios crímenes, obligando a las instituciones a adoptar medidas de emergencia, aumentando la presencia policial en las calles.

Acaso de todos los acontecimientos delictivos producidos en aquellos días el más inquietante fue el del homicidio del policía nacional Antonio Domínguez Castillo y el de otro funcionario policial F.F.M. que por fortuna quedó en el intento. Ambos hechos criminales y otros varios más de los que se vieron rodeados ambos homicidios forman parte del que puede ser llamado además del crimen de “Hueso Pavo”, el primer crimen de sangre de “Hueso Pavo” o también, su último crimen en libertad.

Quería marchar al extranjero

Luis Miguel Mingorance Corral, alias “Hueso Pavo”, nacido el día 4 de octubre de 1966, en Granada. Tenía severos antecedentes penales y policiales; era un delincuente común que acababa de ser excarcelado después de haber saldado sus cuentas con la justicia.

El 29 de septiembre de 1999 había ido a su barrio natal, el de San Pedro y San Pablo, en la parte baja del distrito del Albaicín, a reencontrarse con sus recuerdos. Luis Mingorance, “Luisito”, o “Luisito el de Mari de las Chirimías”, que era como se le conocía en el Paseo de los Tristes —aún no había recibido el sobrenombre de “Hueso Pavo”, que recibiría más tarde, después de matar a un preso en la prisión de Jaén en una reyerta con otro recluso, cuando esperaba ser juzgado por el asunto de 1999— anduvo aquel día de verano, por la temperatura, pero de primeros de otoño según el calendario, por el ruinoso Hotel Reúma, donde había vivido con su familia, visitando a varios vecinos que lo conocían desde que nació. Charló con unos, se detuvo a saludar a otros, anduvo por los bares del arrabal y comió en casa de una antigua vecina que lo recibió con mucho afecto aprovechando para darle algunos consejos. A varios de ellos les hizo saber sus planes. Quería iniciar una vida nueva lejos de su pasado. Había decidido marcharse al extranjero para lo cual iba a tramitar el pasaporte en los días siguientes. Después de despedirse de la señora en cuya casa había comido, se marchó poco antes de las 19 horas diciendo que iba a ver a su hermana y a sus sobrinos. Se le vio por la Carrera del Darro y en Plaza Nueva donde saludó a otros conocidos.

Un atraco

Aproximadamente a las 19 horas y 40 minutos Luis Mingorance perpetró un atraco. Entró en el establecimiento “Phineas», sito en la Plaza Gran Capitán, esgrimiendo un cuchillo de cocina con una hoja de 10,5 centímetros de largo y exigió a la dependienta del establecimiento que le diera el dinero de la caja. Como la empleada, una chica joven, se puso muy nerviosa, a lo que se le añadió que desde la calle un transeúnte que había observado la situación le recriminara su acción y comenzara a pedirle a voces que abandonara la tienda, intensifico su amenaza y puso el cuchillo a la muchacha en el costado intimidándola con fiereza. La empleada acabó dejándole franca la caja. Luis Mingorance la abrió por sí mismo y se apoderó de una de una cantidad cifrada en 35.000 pesetas. La guardó en uno de sus bolsillos y se dio inmediatamente a la fuga, tomando por las calles adyacentes. Se le vio adentrarse por la calle Rector García Duarte, antigua calle de Canales, Horno de Haza, y parece que por las calles Lavadero de las Tablas y Montalbán, desembocó en la Plaza de los Lobos.

Un tirón

Habían pasado pocos minutos desde su atraco y allí, de nuevo, en la popular plaza, Mingorance efectuaba un segundo atraco. A punta de cuchillo y con fuertes tirones arrebataba el bolso a una mujer, que comenzó a gritar denodadamente. Los gritos se oyeron en el barrio. Alertados por las voces de auxilio de la víctima, el policía Antonio Domínguez Castillo, de 51 años de edad, que estaba prestando servicio de vigilancia en las dependencias de la entonces Comisaría Central de Policía de Granada, y otro de paisano, F.F.M., que acababa de terminar su jornada laboral, acudieron a la carrera en sofocar a la mujer a la que un individuo asaltaba del modo expresado con un arma blanca.

Antonio Domínguez Castillo, que un año antes había recibido una condecoración por sus méritos en el servicio, alcanzó a Mingorance en la embocadura de la calle Angulo, y tras gritarle: «alto Policía», y preguntarle «que llevas ahí», pudo alcanzarlo. Lo cogió del brazo, lo retuvo y lo apoyó para detenerlo contra uno de los edificios. En ese momento Luis Mingorance, que se encontraba con la espalda apoyada en la pared, lanzó dos cuchilladas al agente con el arma blanca que aún portaba, alcanzándole la primera de ellas en el abdomen y la otra en zona precordial que penetró entre la 3ª y 4ª costilla, alcanzando el ventrículo derecho del corazón, causándole la muerte poco después. Todo ello ocurrió muy rápido. En pocos segundos. Los que tardó en presentarse en la escena del crimen el otro agente.

Como se ha dicho, próximo al lugar se encontraba el también Policía Nacional F.F.M. que iba de paisano tras finalizar su jornada de trabajo, que al ver la persecución de su compañero y la agresión de la que era objeto cuando llegaba a ayudarle, se lanzó contra el acusado para reducirlo. Fue en este otro momento cuando Mingorance, le tiró una cuchillada, con clara intención de quitarle la vida, alcanzándole la zona submamaria izquierda, causándole una herida de 7 centímetros de longitud que, afortunadamente, solo afectó a planos musculares. Como quiera que dicho agente insistiera en la persecución el procesado le lanzó otra cuchillada que sí pudo esquivar. Sin embargo, aturdido tuvo que sentarse en el suelo vencido por la importante hemorragia que le originó la grave puñalada sufrida. Una herida de la que tardaría 163 días en curar y por la que estuvo impedido para su trabajo quedándole como secuelas síndrome depresivo postraumático y cicatriz de cuatro centímetros en región por la cuchillada.

Nueva huida y detención

Tras este nuevo episodio de violencia, el cuarto en poco más de 20 minutos, el atracador, Luis Mingorance Corral, que aún no era conocido como “Hueso Pavo”, emprendió una nueva huida a media carrera seguido de cerca por un ciudadano que se encontraba en el lugar y que había contemplado lo sucedido. Al percatarse el agresor de que era perseguido de cerca se detuvo, se volvió y con un gesto desafiante le mostró el cuchillo y le dijo: “acércate, vamos, acércate”, lo cual no hizo. No obstante, continuó siguiéndolo, pero al final le perdió la pista por el dédalo de calles del barrio de la Magdalena.

Nada más ocurrir la agresión, la Policía comenzó una vasta operación de búsqueda del asaltante por la zona, que quedó completamente colapsada por el despliegue. Poco después el esfuerzo policial daba resultado y Mingorance era arrestado en unos billares próximos a la céntrica Plaza de Gracia. Se le ocuparon entre otros efectos, el cuchillo con el que había cometido sus crímenes y 24.175 pesetas en billetes y metálico, en un bolsillo y 165 pesetas más en moneda fraccionaria en un monedero.

La fuga del que más tarde sería apodado “Hueso Pavo”, Luis Mingorance, había acabado, no así la secuencia delictiva, porque poco después cometería un nuevo atentado.

En efecto, tras las labores de identficación e interrogatorio en la comisaría y cuando estaba siendo preparado para su traslado, una vez que había sido reseñado y fotografiado, inesperadamente agredió a uno de los agentes que lo custodiaban propinándole un puñetazo en la cara rompiéndole una pieza dental, haciéndolo caer al suelo inconsciente. Por esta agresión el policía necesitaría asistencia sanitaria.

La víctima

Pese a la rápida intervención de los facultativos del Servicio de Emergencias Sanitarias del 061, desplazados poco después del suceso hasta el lugar en una UVI móvil, no pudo hacerse nada por la vida del policía Antonio Domínguez Castillo, que falleció una hora más tarde en plena calle. Las terribles imágenes de su cuerpo tirado en el suelo en espera del levantamiento por el Juez que fueron publicadas por la prensa al día siguiente conmocionaron a la opinión pública, indignada por la que sería ya el último crimen en libertad de Luis Mingorance.

Antonio Domínguez Castillo era un funcionario ejemplar. Su muerte fue muy sentida en todo el cuerpo policial. Era padre de cuatro hijos. Tenía 51 años. Su muerte determinó la eliminación aquel año de todos los actos de celebración de la festividad de los Santos Ángeles Custodios y del 175 aniversario de la fundación del Cuerpo de Policía.

Dos muertes más

Como ya se ha expresado, en espera de la celebración del juicio por los hechos de la tarde del 29 de septiembre de 1999 —era el día de San Miguel, onomástica del agresor—, Luis Miguel Mingorance Corral cometería el acto criminal por el que merecería su apelativo como “Hueso Pavo”, a cuyo tenor atacó y dio muerte a otro recluso en la prisión de Jaén con un cuchillo fabricado con un hueso del citado animal. Pero no acabarían aquí sus delitos de sangre. En un segundo incidente, mató a otro preso de un golpe en la cabeza, cuando estaba en la lavandería y que finalmente se consideró como un accidente. Para cuando llegó el momento de la celebración del juicio oral que tuvo lugar el día 6 de abril de 2002 en la Audiencia Provincial de Granada, Luis Mingorance, reunía ya su extenso currículo criminal.

La acusación particular interesó la condena por el delito principal de asesinato consumado de Antonio Domínguez Castillo, y la defensa que correspondió a la letrada Fernández Padial, interesó la libre absolución, en base a la falta de pruebas y otras circunstancias que fueron debidamente expuestas en un proceso sumamente complicado procesalmente hablando.

La sentencia número 199/2002, de 6 de abril, pronunciada por la Sala presidida por el magistrado Domingo Bravo Gutiérrez e integrada por los también magistrados Pedro Ramos Almenara y Pedro Isidoro Segura Torres, que actuó como ponente, impuso al procesado la condena de 13 años por el delito de homicidio, 7 por el de homicidio en grado de tentativa, 1 año por el delito de atentado y 4 años por los de robo con violencia y tenencia ilícita de armas, y otras penas menores por los de amenazas, más accesorias, indemnización, costas y reparación del daño de las víctimas.

Luis Mingorance Corral

El 22 de noviembre de 2018, Luis Miguel Mingorance Corral, alias “Hueso Pavo”, moría en prisión. Tenía 52 años. Treinta y tres de ellos los había pasado en prisión por unas u otras fechorías. Al principio delitos menores contra la propiedad. Algún robo con fuerza y alguno con intimidación, pero todos de poca entidad. Sea como fuere ingresó en prisión con 19 años y de ella, salvo un breve período de apenas tres días en 1999 cuando había saldado sus deudas con la justicia, y ya no volvió a salir.

Aquel fin del mes de septiembre de 1999 regresó a Granada, a su barrio, a lo que quedaba de su casa y sus recuerdos de infancia. Había nacido en el Paseo de los Tristes, en el popular edificio del Hotel Reúma, visitó a algunos conocidos para sentir un poco de calor humano y truncando los propios sueños que tenia de marcharse al extranjero para iniciar una nueva vida, cometió un crimen terrible. Era el acto de agresión que una fiera acorralada y desorientada habría cometido seguramente, pero no hay justificación lógica alguna de lo que hizo aquella tarde de principios de otoño, cuando acabó con la vida de un servidor público y a punto estuvo de acabar con la de otro. Ahora bien, sí que quiero dejar constancia de que Luis Mingorance, “Hueso Pavo” fue impulsado y maltratado por la sociedad, avocándolo a una espiral de la que ya nunca pudo salir.

Esta es mi particular opinión. Con ella espero no molestar a nadie. Tampoco es tributo a nadie, solo el reconocimiento de como las circunstancias pueden condicionar y marcar la existencia de una persona. Conocí a Luis y su entorno. Y además de delincuente y verdugo, también era un ser humano; fue también una víctima. Dios se apiade de él.

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