En la cocina con la pata quebrada

Conviene mirar al pasado para comprender el presente. Las personas adultas pueden hacerlo desde la atalaya de la memoria, pero es aconsejable contrastar, con precaución, los recuerdos acudiendo a fuentes fiables como estudios, monografías o hemerotecas. La memoria joven debiera recurrir a memorias de confianza y extremar las precauciones ante los cantos de sirena de las redes sociales e influencers sin escrúpulos. En todo caso, mirar al pasado o al presente con el cristal inamovible de la soberbia es poner vendas en los ojos.

Ayuda también a comprender el presente analizar quiénes toman posiciones a favor o en contra de determinados comportamientos ante los que la equidistancia supone una toma de partido. Es habitual que las posiciones conservadoras se opongan a las que miran al futuro, al progreso. Es lícito, y hasta conveniente, preguntarse qué pretenden conservar unos y a qué tipo de futuro apuntan otros. Si lo conservador atiende a privilegiar a unas personas sobre otras, la desigualdad es el precio a pagar. Todo progreso deberá buscar la igualdad.

Cada vez que las posiciones conservadoras ven zozobrar ciertos privilegios, hay feroces ataques a la igualdad con el fin de impedir el avance social, el progreso. Los ataques suelen ir acompañados de campañas que ensalzan, edulcorando o negando las consecuencias de la desigualdad, unas supuestas ventajas del privilegio para la víctima. Aunque existe en muchos niveles de las relaciones sociales, es en el binomio hombre/mujer donde mejor se ejemplifica históricamente la dialética privilegio/igualdad que enfrenta tradición y progreso.

Hoy se está produciendo un ataque furibundo a la igualdad entre hombres y mujeres, entre mujeres que quieren la igualdad y hombres que quieren conservar sus privilegios. Mirar al pasado puede dar pistas sobre cómo la tradición asigna una supremacía al hombre desde el derecho civil y el canónico, ideados e impuestos por hombres. La memoria, los estudios y la hemeroteca ilustran sobre cosas de anteayer, como la “licencia marital”, el Patronato de Protección a la Mujer o la Sección Femenina, que explican los ataques conservadores hoy.

Observar quiénes abanderan y protagonizan estos ataques también ayuda a comprender qué posición del tablero social ocupan. Es habitual que el supremacismo machista vaya acompañado de la supremacía racista, homófoba, cultural y religiosa, un kit imprescindible para librar la guerra cultural desde la trinchera conservadora. Es el mismo armamento que siempre le ha dado buenos resultados, y buenos dividendos, a una extrema derecha capaz de mentir y manipular para conseguir su objetivo de enfrentar al pobre con otro más pobre.

Aspirar a la igualdad es muy distinto a imponer los privilegios, es la diferencia entre apostar por el progreso y hacerlo por la desigualdad. Para imponerlos, la ideología conservadora se vale de artimañas como pedir la mano hincando la rodilla y ofreciendo un anillo para cerrar el trato como en una operación comercial. La mujer se deja seducir, y comprar, por un apuesto príncipe de cuento de hadas como sucede en Blancanieves, Cenicienta o Barbie, icono tóxico de la feminidad machista que prima curvas, pasta y postureo sobre el intelecto.

Cualquiera tiene una madre que puede evocar la España de los 60 y 70, cuando al príncipe se le iba la mano con ella y el deseo con otras. Cualquier abuela puede evocar rapados, ricino, violaciones, fusilamientos y robo de hijos y cualquier bisabuela su reconocimiento como persona y la conquista del voto. Es importante para la ideología conservadora borrar a la mujer de la historia y recluirla en el ámbito privado bajo tutela. El refranero conservador lo recoge en “La mujer y la sartén en la cocina están bien” y “En casa con la pata quebrada”.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )