Encarar el futuro con alegría
La pasada semana fui al cine. Al cine de toda la vida. A uno de los pocos cines clásicos que quedan en Granada, pero que proyecta muy buenas películas. Casi obras de arte. Me obligó a dejar la rutina diaria Rosa, mi compañera y esposa. Me resistí. Pero, finalmente, se lo agradecí. Acabamos el visionado de la película con un magnífico paseo, con copita de vino incluida en una de las tabernas clásicas (restaurada) de la Carrera de la Virgen. Repetiremos.
La película que vimos fue “El Sol del futuro”, de Nanni Moretti. No sabía nada de este director. Al principio nos pareció una película aburrida y lenta. ¡Con lo cómodo que estaba yo en mi rutina diaria! Pensé. Sin embargo, conforme avanzaba la proyección, todo empezó a cambiar. Primero fueron unas sonrisas por alguna loca escena. Luego llegó la curiosidad por descubrir lo que seguía. Más adelante el deleite por unas tomas espectaculares. Le siguió el interés histórico por lo que contaba. Finalmente una tremenda sensación de felicidad al contemplar que Moretti y su equipo hacían un llamamiento a encarar el futuro con alegría.
El acontecimiento histórico que narraba no era lo más importante, pese a su interés. Más bien parecía una excusa para hacer una buena película. Contaba un suceso ambientado en 1956, justo cuando los soviéticos aplastaron a la población de Hungría, que se levantó contra la dictadura comunista. Esto, junto a la crisis de su pareja, y las locuras de su hija, que con 20 años se enamora de un hombre mayor que él mismo, no era más que la historia de un director de cine del pasado, que se negaba a aceptar la realidad que imponen plataformas como Netflix, frente al cine de autor. Una especie de resistencia artística e ideológica. Este era el verdadero valor de la obra.
De todas las críticas que he leído, me quedo con dos. Una de Sergi Sánchez en La Razón: «Al final, y ahí está la belleza de las contradicciones de “El sol del futuro”, hay un deseo, un sueño, y es precioso que Moretti tenga la fuerza para seguir persiguiéndolo”. Y otra de Elisa Fernández-Santos en El Pais: «Con algunas secuencias hilarantes (…) ‘El sol del futuro’ es musical, divertida y, en un país donde gobierna la ultraderecha, saca en procesión su viejo trotskismo con un vigor político emocionante.» .
Lo que reivindica Moretti es “el cine como un arte comunitario, que acerca a las personas y con el que caminar hacia el futuro con una sonrisa en la cara”. Nos habla de cine, de amor, de utopía, de esperanza. Es el mensaje de un nostálgico, pero también de alguien que se resiste a quedarse inmovilizado en el pasado, como dicen algunos críticos mucho más versados que yo en este arte.
Pero, más allá de la premiada película, lo que yo veo es a un viejo revolucionario que, lejos de quedarse anclado en el pasado, se adapta al presente, incluso cambiando la vespa por el patinete eléctrico, y es capaz de ilusionarnos para que veamos un futuro con alegría. Todo un mensaje y una lección para todos nosotros. Sobre todo para estos tristes personajes del pasado de nuestro país que, cada poco aparecen para recordarnos lo grandes que fueron, sin percatarse de que lo único que muestran es lo miserables que podemos llegar a ser, cuando no sabemos ocupar nuestro lugar en la historia.
Cuando acababa de redactar este artículo vino a hacer su compra semanal de pan un viejo amigo, compañero de andanzas en las filas anarcosindicalistas, que me mostraba su preocupación por lo que podía ocurrir en las sesiones de investidura de esta semana. Me confesaba que vivió con mucha preocupación el famoso “Tamayazo” de 2003 en la Asamblea de Madrid. Ahora, 20 años después, parece que los mismos de entonces están intentando algo parecido. Yo también le confesé mi preocupación, después de ver cómo se habían puesto de acuerdo viejos enemigos para hacer un frente común contra un posible gobierno progresista en nuestro país. Curioso.
Le aconsejé que se fuera tranquilamente a ver la película de Moretti, pues le alegraría la tarde, le daría mucha luz sobre los acontecimientos actuales y tendría la oportunidad de contemplar una obra de arte y un canto a la esperanza y a la grandeza del ser humano.