Envenenados con mucho gusto

Envenenados con mucho gusto

Reza una letrilla flamenca de corte pasional: «En un cuartito los dos, veneno que tú tomaras, veneno tomaba yo». Nadie en su sano juicio ingiere voluntariamente la ponzoña que ha de acabar con su vida, sin embargo se han dado casos…

La primera historia que se nos viene a las mientes es la condena del filósofo griego Sócrates (470-399 a.C.), maestro de Platón, acusado de corromper a la juventud (aunque en realidad se le condenó por oponerse a la tiranía de Critias sobre Atenas). El tribunal le obligó a tomar una copa de cicuta que terminó con su vida, rodeado de sus amigos y discípulos predilectos. Platón lo cuenta así en el fragmento final de ‘Fedón’: «Ya comprendo —dijo Sócrates—; pero, al menos, estará permitido, como es en realidad un deber, hacer oraciones a los dioses a fin de que bendigan nuestro viaje y lo hagan feliz. Esto es lo que les pido. ¡Así sea! Después de haber dicho esto, se llevó la copa a los labios y la bebió sin el menor gesto de dificultad ni repugnancia, apurándola. Hasta entonces casi todos habíamos tenido fuerzas para retener las lágrimas, pero al verle beber y después de que hubo bebido, ni pudimos ya dominarnos».

Cleopatra séptima se suicidó dejándose morder por un áspid (cobra egipcia), aunque en otras versiones ofrecidas por historiadores romanos, se envenenó por medio de un ungüento tóxico (raro es en quien estaba acostumbrada con su amante Marco Antonio a ingerir perlas disueltas en vinagre).

Romeo se tomó el veneno shakesperiano creyendo que Julieta estaba muerta. Romeo se envenenó con una mezcla que compró (de forma ilegal) al boticario en el Acto 5, Escena 3 de la obra que le da título. El veneno también es la primera opción que tiene Julieta para suicidarse cuando, al despertar, se da cuenta de que Romeo está muerto a su lado, tratando de lamer la ponzoña que pueda quedar en sus labios, ya que no queda más para ella en el frasco carrasco.

Courau, Robert, en ‘Histoire pittoresque de l’Espagne. D’aulnoy, condesa: Un viaje por España en 1679’ cuenta: «Poco tiempo ha, una señora de noble alcurnia, quejosa de su amante, le citó a una casa en donde se había visto ya otras veces, y le reprochó su infame conducta. El caballero se defendía con tibieza, porque juzgaba merecidos los reproches, y la dama, segura de su razón, puso en manos del caballero un puñal y una jícara de chocolate envenenado, para dejarle en libertad de elegir el género de muerte que prefiriera. El caballero no se detuvo a implorar perdón; comprendió que su amada no cedería, y era más fuerte, sobre todo en aquel lugar donde sus criados la rodeaban. Y tomando la jícara de chocolate lo sorbió sin dejar ni una sola gota. Después, tranquilamente dijo: “Hubiera sido mejor con algo más de azúcar, porque la ponzoña que le añadisteis amarga mucho; tenedlo presente para cuando volváis a servir a un caballero estos brebajes”. Las convulsiones le cortaron la palabra: era un veneno muy activo y la muerte no tardó en llegar. La dama, que le adoraba con locura, no se apartó de allí hasta que sintió el cuerpo helado».

También quiero recordar —aunque no venga demasiado al caso— la historieta inserta en el libro epistolar ‘La mesa moderna’, serie epistolar del doctor Thebussem y un cocinero de Su Majestad. El primero de ellos, en misiva redactada en Medina Sidonia (15 de mayo de 1877), cuenta el hecho de que, en una visita a una de las principales bodegas de Jerez de la Frontera, Carlos IV, después de haber probado algunos de los excelentes caldos que aquellas paredes custodiaban, alabó al dueño de las barricas diciendo: «Son muy buenos…». «Superiores los tengo», replicó el cosechero. «Pues, señor mío, respondió el monarca, guárdelos para mejor ocasión».

Por último no nos podemos olvidar de la anécdota que atañe a Lady Ascott (1879-1964), acérrima detractora de Churchill, a quien le dijo en cierta ocasión: «Sir Winston, si yo fuera lady Churchill, pondría unas gotas de cianuro en el café con leche de su desayuno». «Querida señora —respondió el político— si usted fuera lady Churchill, yo me bebería ese café con mucho gusto».

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