Europa nos roba, España nos roba, Sevilla nos roba, mi vecino me roba
Y podríamos seguir hasta el infinito, siempre me roban, me roban, siempre me roban. El caso es que haya alguien a quien echarle la culpa de lo que a mí me pase. Si es como consecuencia de nuestra integración (añorada, por fin conseguida y plenamente disfrutada) en la Unión Europea, basta una decisión plenísimamente ajustada a derecho, a nuestro derecho, pero que no nos gusta o no nos satisface del todo, para culpar a “Europa” de todos nuestros males. Si nos referimos a la compleja pluralidad de relaciones políticas, económicas, legislativas o administrativas que conforman el constitucional reparto del poder en nuestro país, un “quítame de allá esa competencia o esa transferencia”, es suficiente para culpar a “España” de todos nuestros males.
Qué decir si el asunto, por grande, pequeño o nimio que sea, hace referencia a las competencias exclusivas (las menos), compartidas o concurrentes con otras Administraciones (las más) que las Comunidades autónomas despliegan sobre su territorio, donde además suelen mezclarse capacidades de tutela o delegación, control o inspección, que, ciertamente, hacen compleja la plena comprensión objetiva de la cuestión. Bastará, en este caso, apenas un suspiro para desencadenar toda suerte de latrocinios, desmanes y desafueros a cargo de la “Sevilla” de turno, que naturalmente exculpan, por los siglos de los siglos, de cualquier responsabilidad al responsable de turno de “provincias”. En nuestro caso, se da la paradoja, además, de que un somero repaso a la hemeroteca nos proporciona tal cantidad de exageraciones ridículas, hipérboles semánticas, excesos verbales y estrambotes dialécticos al respecto de los supuestos robos, a cargo de anteriores responsables políticos, que verlos, ahora, en el ejercicio del poder y ante supuestos robos similares, esconder la cabeza bajo las alas, tragar saliva, mirar hacia Parapanda o, en el mejor de los casos, guardar atronador silencio, que uno no sabe a qué atenerse. O hacían el ridículo entonces, aunque el mismo viniera acompañado de un cierto aplauso general, o lo hacen ahora. O más bien, nunca han dejado de hacerlo. Pero ya se sabe, ante el “robo” del enemigo exterior, prietas las filas.
Yo creo que, en realidad, nadie roba, o al menos, no lo hace en los términos en los que es acusado tan frecuentemente. Más bien creo que falta mucha capacidad didáctica a la mayoría de responsables públicos, para explicarle a la ciudadanía el porqué de las cosas, el cómo de las competencias de cada cual, lo que supone, a la vez, formar parte de la Unión Europea, y tener un país descentralizado. En definitiva, dónde empiezan y acaban las responsabilidades directas de cada cual, y dónde entramos en terrenos compartidos. Y sobra exceso de sobreactuación y escenificación en supuesta defensa de unas identidades irreales, que la mayoría de las veces viene a intentar esconder la supina incompetencia del responsable de turno, que siempre encuentra la excusa perfecta, culpando al “otro” y eludiendo su propia responsabilidad.
Lo he dicho y escrito más de una vez, y más de dos. Resulta una evidencia que vivimos, cada vez más, en la sociedad del espectáculo, y la política es fiel reflejo de ello. Las redes sociales, la rapidez en la comunicación y la inmediatez del mensaje hacen que no siempre sea posible una racional explicación de las cosas, o que ésta encuentre más dificultades para llegar a la gente. Pero tampoco cabe duda que el latiguillo del “nos roban, nos fastidian, nos perjudican” viene de perlas para una ridícula simplificación del mensaje, para una preocupante elusión de responsabilidades propias y para una, en mi opinión, nada tranquilizadora demonización del ”enemigo exterior”. Resultan prácticas demagógicas y peligrosas para la plenitud democrática de una sociedad, y por tanto, no cabe que nos extrañemos si en la práctica cotidiana ya vemos casos de irresponsabilizarnos de ciertas situaciones, bajo el amparo del “mi vecino también me roba”. No me parece un síntoma saludable de estos tiempos y bien haríamos en poner de nuestra parte para corregirlo lo antes posible. En el ejercicio de la política nacional, regional y local en primer lugar.