FITUR de las vanidades

Digamos que Andalucía es, por sí misma, un imán para gentes inquietas que gustan de conocer mundo atraídas por los placeres sensoriales y vitales. Andalucía, como destino turístico, cuenta con una dilatada historia recogida en crónicas literarias, pictóricas, musicales, filosóficas y etnográficas a lo largo de los siglos. El carácter abierto, empático y multicultural de sus gentes coadyuva a su espléndido acervo que transita por los siglos levantando admiración en los cuatro puntos cardinales del globo.

En este marco, muchas regiones andaluzas con idiosincrasia propia tienen en el turismo, a falta de otras industrias negadas secularmente por las élites andaluzas y españolas, la principal, y a veces única, actividad económica. Sin entrar en paletas disputas, se puede afirmar que Granada cuenta con mayúsculos atractivos turísticos que movilizan al año millones de euros. Es complicado competir con La Alhambra, Sierra Nevada, la Alpujarra y la Costa Tropical como reclamos a nivel nacional e internacional.

Sería deseable un desarrollo de esta industria dentro de unos cauces de sensatez, hoy llamados sostenibilidad y respeto al medio natural y etnográfico, que no suponga la muerte por sobreexplotación de la gallina de los huevos de oro. Un paisaje, un pueblo, un barrio, si se les hurtan sus habitantes, son decorados inertes de cartón piedra. Andalucía y Granada están despersonalizando sus pueblos y sus barrios en favor de particulares y fondos de inversión que afanan viviendas para convertirlas en pisos turísticos.

Para desarrollar la industria turística y captar intermediarios que provean de clientela a los diferentes destinos únicos que España atesora, se ha celebrado en Madrid la Feria Internacional de Turismo, FITUR 2023, el domingo acabó. Allí, ciudades y pueblos han dispuesto de estands para exponer sus excelencias a comisionistas profesionales de todo el mundo. La feria en sí es un negocio donde expositores y visitantes pagan por estar ahí, generando un alto volumen de negocio a corto, medio y largo plazo.

FITUR, además, es la feria de la vanidad política donde se exhiben concejales, alcaldes, diputados, presidentes, hasta senadores, oye, y cargos de todos los niveles y pelajes, con sus séquitos de palmeros y meritorios. Todos se cuelgan la credencial, todos se hacen fotos en sus estands y ninguno renuncia a selfis casuales con personajes VIPs para inundar sus redes sociales. Todos usan FITUR para que paisanos y votantes los vean en los medios locales, autonómicos y nacionales unos días, una semana quizás.

En redes sociales, prensa, radios y televisiones de Granada hemos asistido durante dos semanas a tal vendaval de reportajes, entrevistas, declaraciones, notas de prensa y fotos de dirigentes, que hace pensar en la existencia de más políticos que ciudadanos. La capital, las mancomunidades, ciudades de 70 mil y pueblos de 200 habitantes tienen algo que ofrecer en FITUR. Y, en año electoral, han florecido candidatos necesitados de una publicidad que, por saturación, se vuelve inoperante, a veces contraproducente.

Enternece ver al concejal multiusos de turno, triste tríptico en mano, junto al alcalde y un técnico entendido, anunciar la inversión de tantos mil euros de fondos europeos en el desarrollo de una APP que permite una visita virtual a la ermita del pueblo. Da igual el valor histórico o artístico del monumento, lo importante es la foto. Tantos mil euros son pocos para la proyección “internacional” del pueblo y la doméstica del candidato, a los que se sumarán los gastos de viaje a FITUR. Y los de representación.

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