Fútbol y política
En la Olimpiada de Berlín de 1936, Jesse Owens ganó el oro en 100 y 200 m, salto de longitud y relevos 4X100 m, ante Hitler y el supremacismo ario. En la de México de 1968, Tommie Smith y John Carlos, ganaron el oro y el bronce en los 200 m e hicieron el gesto del Poder Negro en el podium para reivindicar los derechos civiles negros en EEUU, levantando el puño con un guante negro mientras escuchaban el himno de su país. En 2020, en EE.UU., más de cien futbolistas homenajearon en un partido a George Floyd, asesinado por la policía, para condenar el racismo. La NBA propuso suspender la liga como protesta por la discriminación racial y durante la Eurocopa de 2020, las selecciones de Bélgica, Inglaterra o Escocia hincaron una rodilla en el césped y levantaron el puño antes de empezar el partido.
El fútbol es droga, religión, útil para adoctrinar a las masas y también como terapia para el desfogue individual y colectivo. Los estadios aúllan consignas machistas, homófobas y racistas entre alcohol, bengalas y simbología fascista como parte de un ritual fanático. Basta saber quiénes dominan el negocio del fútbol para entender algunas decisiones de sus organismos rectores, como el activismo “deportivo” contra todos los deportistas rusos frente a la “neutralidad tolerante” con el genocidio sangriento de Israel en Gaza.
No es usual el pensamiento crítico, salvo en muy contadas excepciones, en personas que utilizan la cabeza para embestir al balón y alcanzan el éxito a patadas, como demostraron los debates en torno al beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso. La incomodidad de los jugadores, al ser preguntados, se tradujo en alguna condena (Isco, Borja Iglesias), balbuceos (Morata portavoz), apoyo a Rubiales (Carvajal) y una mayoría que “no habla de política”. La casi totalidad de los medios de comunicación optaron por la ambigüedad y la polarización habituales que trasladan diariamente a la audiencia tertulianos y opinólogos.
España se acaba de proclamar campeona de Europa en un mes repleto de acontecimientos “políticos” de los que los jugadores españoles prefieren “no opinar”, opción política ésta tan legítima como la de opinar. Previas al campeonato, las elecciones europeas registraron un peligroso ascenso de la extrema derecha que inquietó a numerosos jugadores negros que sufren el odio político de estos extremistas cada día y del público en cada partido. Mbappé y otros jugadores negros de Francia llamaron a votar para parar a la extrema derecha.
La reacción de los jugadores españoles estuvo entre el lamentable nadar y guardar la ropa de Carvajal: “Yo, como jugador, me mantengo al margen de mi ideología política. Lo he hecho en toda mi carrera y lo voy a seguir haciendo”, y el lavado de manos de Unai Simón: “Soy futbolista y los temas políticos hay que dejárselos a otros”. Luego llegó la épica victoria sobre Inglaterra, la Copa y el mensaje de que el triunfo de la selección une a una España multicultural y multiétnica repetido por jugadores y afición en una noche memorable.
Al día siguiente, tuvieron lugar las celebraciones institucionales y la popular. Carvajal debe haber dado por terminada su carrera para despreciar al presidente electo de España. No busquen educación y respeto en alguien que sigue en redes sociales a Alvise, Vito Quiles y Desokupa, que invitó a Abascal al palco del Bernabéu y que se fotografió con bufandas neonazis de los Ultrasur. A su ideología no le importa que Vito Quiles denigre la presencia en la selección de Lamine y Nico, triunfadores en la Eurocopa. A Florentino, quizá tampoco.
Miedo da preguntarle por los 14 asesinatos por violencia machista en 16 días en el último tramo de Eurocopa (desde los cuartos de final) o por la ola de homofobia que recorre Europa, todo ello impulsado por su extrema derecha. Y, mientras, las plazas de Andalucía se llenaron de eufóricos andaluces y las andaluzas que pierden la Sanidad y la Educación pública a manos de los negocios sanitarios impulsados por la Junta con la complicidad de los ayuntamientos gobernados por PP, con o sin Vox. “Lo–lo, lo–lo–ló, lo–lo–ló, lo–lo–ló…”, “Yo soy español, español, español…”. Así van Andalucía y España.
El gesto va más allá de la falta de educación y de la incoherencia. Si en el caso Mbappé, no opinaba ¿ Por qué ese desden y falta de educación ante el presidente que han elegido los españoles?