¡Good bye, Lenin¡

Acaba de cumplirse 35 años de la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989). El título de este artículo toma el nombre de una divertida comedia alemana que se desarrolla en aquella época.

Recuerdo volver de clase por la tarde y ver en la televisión a la gente asaltando el muro. Aquello me dejo absolutamente alucinado, puesto que creía que nunca se produciría el colapso del bloque comunista.

A lo largo de la historia de la humanidad, las condiciones sociales, económicas y legales de la inmensa mayoría de la población del mundo han sido absolutamente deplorables y basadas en la injusticia entre los grupos detentadores del poder y de la propiedad, y la masa principal de personas.

Las corrientes políticas nacidas a partir de la Revolución francesa intentaban corregir esta situación. Dentro de estas corrientes nacen el socialismo y el anarquismo, cuya preminencia de acción es la igualdad de todas las personas. La evolución del socialismo dio lugar a la socialdemocracia y al comunismo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el comunismo se expandió por amplias áreas de la tierra, imponiendo las “Dictaduras del Proletariado” bajo la hipócrita denominación de “Democracias Populares”. Estas autodenominadas democracias llevaron a sus respectivas sociedades a situaciones de eliminación de las libertades de las personas, a asesinatos masivos, y a la pobreza y miseria de la población.

El caso más tremendo es el de Camboya, en donde la dictadura de los Jemeres Rojos (1975-1979) causo la muerte del 25% de la población y la migración del 50% hacia los países limítrofes para poder salvar su vida. La situación era tan brutal que los mismos estados comunistas vecinos invadieron el país para acabar con estos psicópatas sanguinarios al mando del camarada Pol Pot.

Me sorprende y escandaliza que desde determinados sectores de la izquierda se pretenda justificar, e incluso blanquear, a estos regímenes. Por ejemplo, alegan que el “padrecito” Stalin no conocía los asesinatos represores ni los campos de reeducación (“gulags”). En el extremo contrario, alguna gente defiende que los millones de personas asesinadas por los nazis en los campos de exterminio, en realidad murieron de peste y que las incineradoras era para prevenir la expansión de la epidemia. Las dos caras de la misma moneda.

Recuerdo un “chiste” del dibujante Peridis, publicado en el diario El Pais en aquellos días, en donde un trabajador se quejaba de que “como vamos ahora a amenazar a los capitalistas”. Ole, ole y ole el internacionalismo de la izquierda y su superioridad moral frente a la vil derecha: para que yo pueda vivir bien, que se fastidien las personas del resto del mundo. El cinismo elevado a la enésima potencia.

Creo que el comunismo es uno de los grandes fracasos de la humanidad. Lo que en sus inicios fue un sueño de justicia social, se transformo en una pesadilla de sangre y miseria. Tal y como dijo San Bernardo de Claraval, “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.

Cualquier tipo de totalitarismo (fascista, comunista, religioso, nacionalista) es intrínsecamente malvado, destruye a la persona, transformándola simplemente en una pieza deshumanizada más del engranaje del pensamiento único y verdadero, y bajo los caprichosos designios de la elite dirigente detentadora del poder.

Ningún totalitarismo es bueno ni aceptable, solo la libertad responsable de las personas en el ejercicio de su propio desarrollo vital permitirá alcanzar un mundo más justo política, social (justicia social es diferente a igualitarismo) y económicamente.

Libertad, Igualdad, Fraternidad.

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