Granada, ha llegado el momento
Por mucho que se haya incentivado la construcción de una identidad regional andaluza somos mayoría los granadinos que no nos sentimos miembros de la Andalucía política creada a partir de 1980 y que no consideramos que esta parte del sur de España sea realmente Andalucía. La autonomía nacida a empujones hace 40 años y en la que nos vimos involucrados, se nos impuso sin discusión, incluso sin respeto a las reglas dadas, que cuando no convinieron se cambiaron a voluntad de aquellos que se habían propuesto un fin que no encontró acogida en el pueblo convocado.
Cuatro décadas después la constatación del fracaso es de tal evidencia que ningún análisis soporta su confrontación con la triste realidad generada. Granada y su histórica región, o si se quiere, el oriente de la zona sur de España, que contra toda lógica fue forzada a entrar en la conformación de la actual Andalucía, ha perdido notablemente en parámetros de avance comparativo con los otros territorios del sur con los que se creó la comunidad autónoma de Andalucía. Pasamos de ser una región a simplemente un territorio marginado dentro de otro más grande que ha venido negándonos solo por intereses partidistas y personales.
Granada no era ni es Andalucía. Andalucía no incluyó nunca ni tampoco ahora el territorio de Granada. La lesiva idea de Javier de Burgos, que no era sino una ensoñación de un sistema de división territorial afrancesado contrario a la ancestral organización peninsular en reinos, se hizo triste realidad un siglo y medio después con la plasmación de la actual región autónoma que para más perjuicio se basó en un falso ideal andaluz, en unos símbolos inventados al caso, un lastimoso y pretendido padre de una inexistente patria que no era más que un patético iluminado.
La integración de Granada en esta autonomía con unicentralidad sevillana fue un error de magnitud inconmensurable. Históricamente fue y es inaceptable, porque no se puede ir contra la historia ni contra el territorio en que se ha generado. Cuando ello se ha ensayado en cualquier parte de mundo ha fracasado y ha acabado mal. Políticamente fue un desastre, un experimento solo favorable para una pésima clase política que no dudó en subyugar la lógica de la razón a su propio interés y en someter la razón de la lógica a una ficticia creación a su servicio que ha tratado de perpetuarse sobre falsos ideales e historias inventadas. La mentira solo engendra más mentira. Frente a un ardid codicioso siempre acabará resplandeciendo la verdad, nunca la farsa inventada por una mendacidad mañosa. Jurídicamente fue un atropello, un abuso de tal nivel, que ni los propios agentes que lo perpetraron se atreven hoy a defenderlo. El engaño que supuso la consulta del 28-F y la constatación del modo en que se retorció el Derecho y se manipuló la expresión de la voluntad popular cambiando y supliendo los resultados obtenidos, está en el origen de nuestros padecimientos. Ante ello no hay más horizonte que la reacción como actitud opuesta a la innovación fallida y que nos lesiona.
Lo sucedido y la constatación de lo que tenemos es la justificación de nuestra protesta y el motivo de nuestra obligación de remediarlo, porque aquello que nace nulo, solo puede ser nulo; porque el árbol envenenado solo genera frutos envenenados. Y sociológicamente fue algo inadmisible, ahora que con suficiente perspectiva contemplamos la dimensión del fracaso, del hundimiento, del ataque a toda razón histórica tratada de anular con la creación arbitraria de una realidad política que se asentó con la negación de los territorios y que actualmente trata de perpetuarse con su aniquilación conceptual definitiva. Ni Granada fue, ni es, ni será nunca un territorio de una inexistente nación andaluza; ni los granadinos fuimos, ni somos, ni seremos ciudadanos de un estado andaluz que se federe en un país llamado España. No todo vale, ni todo París bien vale una misa. Lo estamos viendo estos días. En modo alguno podemos permitir que se consolide una mentira que sirva de base para otra falsedad aún mayor. Nuestra responsabilidad es evitarlo. Hay más futuro que el negado, negable y negacionista andalucismo, una doctrina inventada tan nociva y supremacista como cualquier otro nacionalismo.
Desde hace meses venimos reuniéndonos un grupo de personas preocupados por la deriva de nuestra tierra, concluyendo que ha llegado el momento de plantear legal y democráticamente nuestra salida de Andalucía, para que, dentro del marco constitucional, más pronto que tarde, Granada pueda retomar su propio camino, el que nunca debió serle sustraído, proponiendo separarnos de esta Andalucía que nos ha llevado a la lamentable situación en la que nos encontramos. Una autonomía que no nos ha facilitado más cambio que el de un aceptable centralismo madrileño por el un insoportable centralismo sevillano; una autonomía en la que la eficacia de la gestión es inexistente, en la que la descentralización es una mera quimera; una autonomía que solo se ha erigido sobre nuestra historia para quebrar nuestra propia identidad histórica.
En breves días celebraremos una asamblea ciudadana abierta para todos aquellos interesados en compartir opiniones positivas sobre la iniciativa y de confluir para avanzar hacia el objetivo de restablecer la lógica histórica y conseguir una Granada fuera de esta autonomía en la que se nos incluyó indebidamente. Granada, ha llegado el momento.
Me alegra encontrar al gran profesional Agustin Martinez el ultimo que merecia la pena en la ser y coincido plenamente con cesar giron en su articulo