Granada, «Paraiso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos»
La cultura social o política de las gentes que vivimos en las ciudades o los pueblos está definida por rasgos que no se resumen exclusivamente con los caracteres electorales más destacados. Por ejemplo, ¿cómo nos relacionamos con lo colectivo, con nuestro pasado común, con nuestros bienes culturales? Sobre esto no nos interrogamos. En un tiempo en el que la «identidad» ocupa un lugar central a la hora de analizar nuestros comportamientos de consumo o electivos (estadísticamente todo está mensurado), es necesario observar esas cualidades que no ocupan los titulares de los medios de comunicación, que no son los centrales en las encuestas electorales o en los memes de las redes sociales.
¿Cuál es la relación de las gentes de Granada con su patrimonio histórico – artístico? ¿Cómo marca nuestra identidad democrática? Realmente carecemos de estadísticas relevantes. Los datos que nos da la principal Administración competente no arrojan mucha luz sobre ello. Atendiendo al Informe: “Estadística de museos públicos de Andalucía” de la Junta de Andalucía, podemos llegar a la conclusión de que en 2016 el número de visitantes locales, porcentualmente, es prácticamente el mismo que el de foráneos. Al escuchar las conversaciones familiares o de barra de bar, Granada es un paraíso monumental que alguna vez en nuestra vida, en la infancia, con el colegio, o por la visita de un familiar, hemos disfrutado.
En el Cuarto Real de Santo Domingo, en la Fundación Rodríguez Acosta, en el museo de Bellas Artes situado en el Palacio de Carlos V, en el Bañuelo, en el Palacio de la Dar – Al Horra, en la Casa de los Tiros, por citar algunos lugares con visitas gratuitas, son escasos los murmullos con tono y acento granainos. Granada, de este modo, vive de espaldas a sus riquezas públicas.
El martes 19 de octubre de 1926 el diario “El Defensor de Granada” publicó en portada una conferencia pronunciada por Federico García Lorca en el Ateneo de Madrid. Dedicada a homenajear al poeta albaycinero del siglo XVII Soto de Rojas, la tituló: «GRANADA (PARAÍSO CERRADO PARA MUCHOS)» . En aquella intervención Lorca reflexionaba sobre la estética de los grupos artísticos granadinos. La estética establecía ciertos paralelismos con la psicología de la ciudad. Una ciudad que “se dobla sobre sí misma y usa el diminutivo para recoger su imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo y armonizar sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas de la ciudad.”
El poeta de Fuente Vaqueros, decía: “Granada es una ciudad de ocio, para la contemplación y la fantasía”. Hoy la “contemplación” la “fantasía” o la “ciudad de ocio” se piensan en clave de “industria”, de “industria cultural”. Industria que en la agenda política de cara a las municipales obvia la relación de las vecinas y los vecinos de esta ciudad con su patrimonio. La industria requiere personal de servicios. Requiere visitantes, turismo. Pero no demanda que las gentes de los barrios de Granada o de su área metropolitana cuando lleguen al Museo del Prado exclamen: “¡Cucha!, Un cardo como el que tenemos en Graná”, que reconozcan en un bodegón de Sánchez Cotán una obra que tiene un alma casi gemela en el Bellas Artes de Granada.
Estamos en días de ofertas electorales. Como en el comercio, las rebajas, impuestas por las grandes superficies, no tienen ni principio ni final. Las rebajas electoralistas continúan educándonos en la ignorancia, en la carencia absoluta de preocupación sobre nuestra salud cultural y enfatizan los proyectos megalómanos o de privatización. Consumo de “pan y circo”. Esto a cualquiera le podrá parecer carente de relevancia para la democracia granadina. Sin embargo, cuando se reflexiona con luces medias o largas en los campos de las ciencias sociales sobre la calidad democrática, se pueden observar destacadas correlaciones entre la actitud de sus habitantes con su entorno cultural y patrimonial colectivo y el comportamiento respecto a la limpieza de las calles, el pago de impuestos o el respeto por la actividad de sus servicios públicos, así como el interés por participar en la vida de lo común.
Quizás ni usted ni yo tengamos entradas para la Alhambra, ni siquiera si madrugamos un lunes para conseguir las gratuitas que se entregan en el Corral del Carbón, pero podemos revelarnos y visitar la fachada de la Casa de los Mascarones, en la calle Pagés, donde vivió el poeta Soto de Rojas.