Granadinos, levantaos

Nací junto a Cádiz, vivo en Granada desde hace casi medio siglo. Los carnavales, los vivo a distancia, pero por herencia paterna –que estoy legando a mis hijos– disfruto del ingenio y de esas “verdades” populares que se cantan a quien manda. En 1999, la chirigota Los Yesterdays, del inolvidable Juan Carlos Aragón –a quien tanto echamos de menos– cantaba un pasodoble dedicado a Andalucía que puso la tilde sobre la í. Cuenta ese pasodoble, con triste actualidad, sobre el “servilismo mamón” andaluz y la visión sesgada que el resto de España y el resto del mundo, tienen del sur ibérico. Tierra de ignorancia, de gracia, salero, palmas y bailes. Hace muy poco, en ese foro caótico que son las redes, alguien se preguntaba si los andaluces saben hacer algo más que cantar, bailar… un preclaro le contestó que –además de bailar, canta y dar palmas, bastante bien– pintan Las Meninas, el Guernica, escriben Poeta en Nueva York, Platero y yo, cantan Yo soy aquel, curan el jamón de Jabugo y diseñan el antivirus de Google. Yo añadiría que copan las listas de música actual, que destacan en la creación cinematográfica, que no se bajan del podio de los concursos de sabiduría, y que, aunque pierdan y camuflen sus acentos, están en los ámbitos de la comunicación, de la cultura y de la ciencia, por doquier. También saben los andaluces soportar esta humillación constante. Así como Madrid se apropia de la mascletás, y del Flamenco (capital mundial, dicen ahora), el expolio andaluz tiene una larguísima historia que siempre desemboca en el domicilio social en la capital de España de las empresas que trabajan en Andalucía. Así como nuestras playas y estaciones de esquí terminan sirviendo como solaz de españoles de más allá de Despeñaperros, a quienes servimos con dedicación y milenaria amabilidad. La hospitalidad es un rasgo muy del sur, pero no la gilipollez, no el servilismo, ni el vivan la caenas.

Así como Andalucía se ha postrado históricamente ante la capital de Castilla, el centralismo se reproduce como un fractal en el interior de la Comunidad. Granada es a Sevilla lo que Andalucía es a Madrid, una colonización irrespetuosa, un ninguneo sonriente: esa innecesaria altivez de “Madrid es España dentro de España”, minimiza y ridiculiza la España que no es Madrid y es un retorno a aquel “cuando habla Madrid callan las provincias” que el nacionalismo español tanto añora. La existencia de una reina entre barones en el sillón de mando de Madrid no ayuda a una descentrificación, sino que sostiene que la mayor parte de la información quede encerrada en la M50 y solo las desgracias, la violencia y la excepcionalidad pueden desviar el potente foco que se centra en Madrid y que todo lo deslumbra.

Supongo que, del mismo modo, se podría decir que Granada es a Sevilla lo que Loja es a Granada, la fractalidad no tiene límites. Algo tienen las capitales que absorben, que “capitalizan” en todos los sentidos del verbo, que terminan por hacer olvidar el entorno en el que se vive: la realidad del país. En ese país, Granada fue un reino glorioso, con longevas dinastías, con perdurables rasgos culturales y tesoros tangibles, un reino abandonado, de expulsados, de represaliados. Volver al Reino es volver al pasado, y eso es propio de ultramontanos y derecha rancia. Los granadinos, más que buscar una independencia regional, que tanto se reviste de medievalismo, podrían levantarse para reclamar la descentralización de la región y, de paso, asumir su capital la vocación de área metropolitana, de conurbe que pueda reclamar y poder sentarse en las mesas del reparto del poder. No lo verán ustedes esta actitud en ninguno de los partidos gobernantes y turnantes en el Este andaluz, que suelen achicarse en los centros de poder sevillanos y madrileños, que no se plantan, que no se unen los unos con los otros, para coincidir en lo que beneficie al territorio, no al Partido.

No se trata tanto de la procedencia de quienes mandan –que pesa–, aunque el único presidente procedente de la Andalucía baja no pase de Málaga, lo que quizá explique el auge del poder malagueño actual en la Junta, tanto al derecho como al revés. Se trata de una conciencia de una nación más allá del cliché andaluz que reproduce el poder en Sevilla y amplifica el poder en Madrid. Se trata de pensar una Andalucía como la que propusieron Juan Carlos Aragón, Carlos Cano o José Luis Serrano. Una Andalucía con aspiraciones, una Andalucía descentralizada pero concentrada, de por sí y para sí. Una Andalucía en la que Granada sea Andalucía tanto como Andalucía es Granada. Por eso, hay que levantarse, hay que reclamar que Andalucía sea mucho más, que las consejerías y su poder, que las instituciones, los cuerpos de funcionarios, se distribuyan por el territorio; que quienes representen el poder se alejen de las camarillas dominantes; que abandonemos el servilismo y no agachemos la cerviz ante Madrid, ya sea en su oposición o en su gobierno. Que sea Granada también motor y no remolque. Que soñemos, en fin, la Andalucía y la Granada del futuro.

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