Hablemos del amor, una vez más
Huye del triste amor, amor pacato, /sin peligro, sin venda ni aventura, / que espera del amor prenda segura, /porque en amor locura es lo sensato. (Antonio Machado)
Yo conozco que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de ser amado esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. (La pastora Marcela en El Quijote)
No women, no cry (Bob Marley)
Hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no/Hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad, /Hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz. (Mujeres fatal, J. Sabina)
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,/Óyeme sordo, pues me quejo muda. (Sor Juana)
La idea dominante en las sociedades occidentales acerca del amor como fuente de sentido para la vida personal tiene dos referentes privilegiados: el amor cortés de los trovadores provenzales del siglo XV y el amor romántico del siglo XIX. La revolución sexual de los años sesenta y setenta del siglo pasado no fue capaz de destruir el amor romántico, sino que, a lo más, solo logró modularlo, ampliarlo y multiplicarlo. El amor romántico en su versión más clásica alimenta el fantasma femenino de que la mujer solo existe por el hombre, por el amor de un hombre, amor por el que hay que competir duramente con las otras mujeres entre las que el hombre elige con libertad omnímoda y tornadiza, así como la idea complementaria de muchos hombres para los que la mujer es un ser inaccesible, caprichoso, despótico y que juega con ellos sin entregarse nunca verdaderamente, aunque a veces lo parezca.
El amor presente ¿ es un tesoro duradero? O ¿solo un placer momentáneo? Hay dos temporalidades, la mujer según la visión clásica en el amor busca permanencia, un proyecto de vida duradero, mientras que sospecha que su partenaire busca solo un placer momentáneo. Permanencia frente a fugacidad; proyección de futuro frente a aprovechar el instante presente. También se plantea la cuestión de la veracidad y la sinceridad: me dice que me quiere, que soy la única, pero ¿será verdad? Y aunque ahora sea verdad, ¿lo seguirá siendo mañana? Por ello una relación basada solo en el enamoramiento no puede ser muy duradera ya que el enamoramiento es un proceso temporal que nace, crece, y muere de forma inexorable. Solo si estas emociones primarias son capaces de transmutarse en un cariño, un respeto y un proyecto de vida mutuo se puede mantener la relación a lo largo del tiempo.
Podemos constatar que el amor romántico está dejando de ser fuente de sentido para muchos adolescentes en nuestra época, aunque algunos de sus elementos más perniciosos gozan de una espléndida vitalidad. Por ejemplo, la idea, nefasta, de la media naranja que tiene su origen en el mito platónico de los seres dobles que fueron separados por los dioses porque eran muy poderosos y que se buscan desesperadamente uno al otro para completarse mutuamente. La idea de la predestinación, según la cual estábamos predestinados el uno para el otro, o la idea del flechazo o amor a primera vista. El amor es algo que se hace no algo que nace, es algo construido, no algo encontrado por azar, es una actividad. También la idea que relaciona los celos con el amor, o la idea de sufrimiento con este sentimiento son terribles. No tiene celos porque te quiera sino porque es un inmaduro/a, un inseguro/a sin autoestima que tiene terror de ser abandonado porque no tiene vida interior independiente. Quien bien te quiere te hará llorar, nada más monstruoso, ya sufre uno bastante por sí solo como para tener que hacer sufrir a su pareja. Se trata de lo contrario, de unirse para minimizar los efectos perjudiciales de la realidad sobre cada uno de los amantes.
Pero también es verdad que la caída del amor romántico puede entrañar la pérdida de elementos valiosos, como, por ejemplo, de la idea de que el amor es algo importante, por lo que vale la pena apostar. El amor no es una pasión trivial sino una que afecta a lo más hondo del psiquismo humano y si se devalúa en una serie indefinida de escarceos sin importancia se pierde un enriquecimiento potencial. El amor, al ser una salida del autismo y del egoísmo, potencia la capacidad de relación de los humanos. La apertura al otro es un mecanismo de desarrollo propio. El amor mitiga la soledad y ayuda a encarar el sufrimiento, el dolor y hasta la muerte. El amor potencia la vida ya que el que ama se ocupa de desplegar sus capacidades vitales en beneficio del otro.
Por otra parte, las posibles alternativas quizás sean peores. El poliamor (palabra desafortunada donde las haya) o la pareja abierta, aunque satisfacen el fantasma promiscuo del chico, dudo que le vayan bien a la chica que cuando ama realmente no quiere distraerse sino concentrarse en su amor. Es lo de toda la vida, pero ahora sabido ¿y aceptado?, lo que puede añadir más conflicto a la relación ya de por si complicada y conflictiva que es el amor monógamo. Respecto a las relaciones homosexuales aparte de que en dichas parejas se suele reproducir la escisión tradicional entre un polo ‘masculino’, activo, dominante y un polo ‘femenino’, pasivo, dominado, creo que se pierde la apertura al otro que supone la relación con el otro sexo. Es un repliegue en lo propio, en lo homogéneo, perdiendo la apertura a la heterogeneidad. De todas formas, como estas cosas no se eligen voluntariamente sino que como mucho se conllevan, lo único que se puede decir es que cada uno se arregle como pueda con sus fantasmas y con las trampas de su deseo y que estructure sus máquinas deseantes y construya su cuerpo sin órganos lo mejor que sepa.
El amor supone un cierto devenir. Mediante el devenir se produce una zona de vecindad , de copresencia con lo que se va devenir, mujer, niño, animal, etc., de manera tal que la forma que se tiene, el sujeto que se es se ve envuelto en un proceso no de imitación extensiva sino de transformación molecular intensiva, deseante, que nos abre a lo otro y crea una zona común de incertidumbre y de indeterminación. Devenir mujer no supone imitar las formas femeninas, disfrazarse o travestirse en el nivel global de los sujetos sino generar en nosotros una mujer molecular, una micro-feminidad que subvierta el machismo dominante. Este devenir mujer no es una tarea solo de los hombres, las propias mujeres tienen que entrar en un devenir mujer también ellas, limando y neutralizando todo el machismo y el falocentrismo que comparten con los hombres debido a la educación dominante. Tienen que ir más allá del falo y abrirse, también ellas, a sus posibilidades inéditas que constituyen ese goce otro que define a la mujer según Lacan.
Pasando al tratamiento de la mujer en los tres filósofos de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud podemos encontrar en ellos una mezcla de admiración y de extrañeza frente a la mujer. Marx que tuvo un amor completamente romántico por Jenny no dejaba de considerar a las mujeres, incluidas las más inteligentes, como unas criaturas harto extravagantes. Respecto a Nietzsche podemos comprobar que es muy cambiante , unas veces las idolatra y otras las denigra. Destaca su lejanía y su aparición siempre a distancia y rechaza que hay una esencia de la mujer porque la mujer siempre se separa , incluso de sí misma. Freud por su parte habló de la mujer como si fuera el continente negro, en el sentido de inexplorado, desconocido y enigmático. Lacan, según el sutil comentario que Dolores Castrillo hace del enigmático Seminario XX Encore que retomamos en lo que sigue, continúa en este sentido considerando a la mujer como un no-todo, ya que hay siempre en ella algo que escapa al discurso. La mujer aparece como desdoblada, por un lado se relaciona con el falo pero por otro se muestra como un no-todo. En la mujer, según Lacan, se puede dar un goce suplementario que iría más allá del goce fálico, ya que el falo se presenta como un obstáculo por el cual el hombre no llega nunca a gozar del cuerpo de la mujer sino que se limita a gozar del goce del órgano. Por eso Lacan denomina a ese goce, el goce del idiota en tanto que goce solitario aunque se haga en compañía. El goce en tanto sexual es fálico y no se relaciona con el otro en cuanto tal. En cambio, el amor se dirige al otro y es un fenómeno ligado a la satisfacción de la palabra, cosa en la que coincide con el goce místico ya que trata de decir lo que no se puede decir. Lacan, en la senda de Freud, destaca el malentendido ineliminable entre los sexos debido a que su relación se hace siempre a través de un fantasma que conecta al hombre no con la mujer como tal sino con un objeto parcial, lo que produce que en esa relación la mujer se quede sola. Para Lacan, el goce femenino está desdoblado, por un lado se relaciona con el falo, pero por otro, apunta a algo que no es un simple objeto sino que tiene la forma del otro tachado. Esta apertura de la mujer hacia el otro tachado implica que el objeto para ella no es el objeto parcial que actúa como un fetiche, sino el otro que habla.
Por último, vamos a considerar cómo se presenta la mujer en la copla tradicional española de la primera mitad del siglo XX. En estas letras dotadas de una rara poesía y que muestran una sutil penetración psicológica, la mujer aparece por un lado como le gustaría al hombre que fuera, aunque también aparece como fría y distante. El hombre seduce a la mujer con la fuerza de la mirada y la palabra y obtiene así de ella un amor rendido y una entrega absoluta, pero también recibe frialdad , desvío e indiferencia. Los deseos y miedos del hombre se combinan en esta imagen de la mujer, presente en la copla, a través de la poesía de Rafael de León y la música de Quintero y Quiroga.
En el amor se da una creación del objeto amoroso por parte del amante: “Todo amor es fantasía; /él inventa el año, el día, /la hora y su melodía; /inventa el amante y, más, /la amada. No prueba nada, /contra el amor, que la amada/no haya existido jamás” (A. Machado)” Guiomar, Guiomar, /mírame en ti castigado: / reo de haberte creado, /ya no te puedo olvidar” (A. Machado). El amor aparece como algo azaroso, milagroso, en lo que uno se encuentra sumido de repente y que le cambia la vida de golpe (como dice la copla: “no sé cómo me vino este querer sin sentir; ni sé por qué desatino, todo cambió para mí”).El amor es al principio silencioso, pero al final exige su declaración, aunque solo sea para comprobar si los signos emitidos hacia el amado y los recibidos de éste se corresponden o todo es un malentendido como suele suceder a menudo.
Para Proust, según Deleuze, “enamorarse es individualizar a alguien por los signos que causa o emite. Es sensibilizarse ante esos signos, hacer de ellos un aprendizaje”. El ser amado se nos muestra como un signo que expresa un mundo posible desconocido para nosotros y por ello “amar es tratar de explicar, desarrollar, estos mundos desconocidos que permanecen envueltos en lo amado”. Hay una contradicción en el amor: los gestos del amado dirigidos a nosotros expresan, sin embargo, un mundo que nos excluye, un mundo al que no pertenecemos y al que probablemente no perteneceremos nunca. Por eso los signos del amor son siempre engañosos y decepcionantes, aún referidos a nosotros expresan mundos que nos excluyen y que el amado no quiere o no puede hacernos conocer. El enamorado está siempre en un estado de equilibrio metaestable. La amada se nos muestra siempre como “un ser de fuga”, como alguien que se evade, que se sustrae, volátil, de posesión insegura, esencial y radicalmente fugitiva, que aunque esté presente siempre está atravesada por la ausencia. Su postura es casi siempre el desdén, el desdén frio y mudo de la copla o el desdén condescendiente. No sólo no es cierto que cuando dice que no quiera decir sí sino que incluso cuando dice sí quiere decir no. La posesión siempre es imposible, la prisionera siempre es una fugitiva y lo que creíamos seguro se desvanece como un espejismo cuando lo queremos agarrar. Para Ortega el enamoramiento contiene dos ingredientes esenciales: el encantamiento que produce el ser amado en el amante y la sensación de entrega total al otro ser. Lo importante para Ortega es que no se trata aquí de “un querer entregarse, sino de un entregarse sin querer” cualquiera que sea la decisión de su voluntad, porque “la entrega radical no la hace él,[el amante] sino que se efectúa en profundidades de la persona mucho más radicales que el plano de su voluntad”. Encantamiento y entrega son las bases del enamoramiento, más aún, se trata de “la entrega por encantamiento” . En esto se diferencia el amor y el deseo, según Ortega, en el deseo traigo el objeto hacia mí, en el amor soy absorbido por el objeto, no hay tanto una captura del objeto como una entrega de mi ser. No utilizo el objeto sino que me pongo a su servicio. Lo que no obsta para que esta oblación sea sentida por el ser amado, si no ama a su vez, casi tan agobiante e invasiva como la utilización y manipulación que busca el deseo. Los hombres, según Ortega, se enamoran de las corzas, de lo que hay de corza en la mujer. “En la mujer hay siempre algo de corza, para ventura de ella, para derrota nuestra, y cuando esa corza latente se pone alerta, estamos perdidos, porque hace lo que hacen todas las corzas: se estremece maravillosamente sobre sus finos cabos, vuelve desdeñosa la deleitable cabecita y parte veloz en fugitiva carrera.” El arma de la corza es la fuga.
El paso de la erótica caballeresca al amor cortés supone el paso del amor-posesión al amor-identificación, al amor-comunión, lo que entraña una fuerte espiritualización y sublimación de la relación amorosa. El silencio es un elemento esencial en el primer nivel del amor cortés, el del suspirante, muchas veces ignorado por la amada, aunque mantiene su importancia en los otros tres niveles; el de suplicante, el de amante aprobado y el de amante carnal, aunque siempre contenido y sin llegar a la consumación (el ‘hecho’). En el amor cortés el amante perfecto tenía como deberes el servir, alabar, honrar a su dama y sobre todo mostrarse discreto y disimular su pasión, punto en el que el silencio era esencial.
El amor es un espejismo, un producto imaginario, un sufrimiento atroz, como nos recuerda otra vez Ortega, “¡EI amor es siempre un choque a la vez feliz y terrible, el amor es siempre delicia y estrago!”, pero es lo único que nos permite resistir un poco a la muerte. Por ello hay que intentarlo y aunque el fracaso está asegurado no hay que renunciar a ser ante la amada una llama aunque al final nos convirtamos en una ceniza; como dice Ortega, el mayor homenaje que se pueda ofrecer a una mujer quizás sea fracasar ante ella.
¿ De qué escribirá para San Valentín? De que la ultraderecha ha ganado la partida al progresismo, a la igualdad, mientras todos nos centramos en los detalles que su lupa quiere mostrarnos.