Humildad, resignación y buena predisposición
Estoy leyendo una encantadora colección llamada “Novelas eternas” de RBA. Todas las historias son, más o menos, de la época victoriana; una época que aunque me fascina está empezando a tocarme un poquito los cojones.
Primero porque todas empiezan igual: y he aquí nuestra heroína, lady Audley del condado de York, hija de Lord Audley y prima segunda por parte de madre del baronet, que a su vez es hijo de la prima de la abuela de lady Cork, una solterona de treinta y cinco años que no se casa para que ningún hombre le diga lo que tiene que hacer con su dinero…. ¡No te jode! Si yo fuera rica y me pudiera dedicar a pasar el día bordando con mi vestido de terciopelo y mi peluca churrigueresca también lo haría. Y por cierto, ¿qué coño bordan? Todo el libro lo pasan bordando y soltando la labor por todos los aposentos y por todos los reposapiés de la mansión de piedra oscura cubierta de hiedra. Pero ¿no son ricas? ¿Por qué bordan? ¿Dónde ponen esas mierdas que hacen? No lo entiendo.
Pues bien, estas señoritas en cuestión que nos presentan como heroínas, tienen una serie de características comunes que las hacen adorables y desposables para toda la humanidad: humildad, resignación y buena predisposición para hacer lo que a un señor con bigotes pelirrojo le salga de los cojones. Y ellas ahí, tan contentas… El otro día, leyendo, tenían una conversación y le decía el pelirrojo en cuestión, a la señorita, que su tiempo valía mucho más que el de ella porque era un hombre y por eso él tenía que estudiar y ella dedicarse a sus labores. Me dice a mí eso el pelirrojo y de la hostia que le meto llega al castillo ese de Hogwarts, de magia y tontería, que tienen al lado. Y otra cosa que digo yo ¿qué son sus labores? Pintar, coser y tocar el piano. Cosas que veo yo muchísimo más difíciles que hablar en el Parlamento delante de un montón de momias enchaquetadas… No sé, tú pon al pelirrojo a tocar el piano con un corsé apretándole las pelotas mientras un gilipollas le dice que su tiempo vale más que el de él y que lo tiene que dibujar mientras borda sus iniciales en todos los gayumbos y verás tú la facilidad del asunto…
Y luego pasa otra cosa, que a mí me resulta cuanto menos curiosa, y es la facilidad con la que se muere esta gente. Sale una al balcón o le llueve un poquillo y enseguida le dan unas fiebres tifoideas y expira bajo terribles sufrimientos. Sin embargo, comen oca confitada que lleva un mes macerando medio pudripenta, entierran a los muertos a las dos semanas para que huelan ahí bien y se lavan el culo en el río ponzoñoso y… Dios sabe por qué, no les pasa nada.
Creo que lo que le pasa a esta gente es que tienen los conceptos equivocados y que lo de ser humilde, resignada y predispuesta está sobrevalorado. En casi todos, la señorita, que es la reencarnación de la bondad y de la belleza con esos labios de pitiminí y esa piel nacarada, deja que el señor de los bigotes pelirrojos la putee porque sabe que el bien siempre gana. Sabe que al final él se dará cuenta de su error al irse con la descarada y pecadora señorita morena y divorciada y volverá con ella; que lo esperará eternamente, a llorar sus penas y a ser feliz en un matrimonio de mierda. Y una buena mierda iba a perdonar yo al chaval… pero claro yo sería la solterona señorita Georgette, de treinta y cinco años, hija del baronet del Zaidín que no se casa porque no quiere que el señor del bigote pelirrojo le toque los cojones.
Me ha encantado!! Buenísimo!
Me encanta este artículo! Genial la escritora Georgina Pérez!!!
Me dice a mí eso el pelirrojo y de la ,,,,, buenísimo todo el artículo. En aquella época, las mujeres sólo se preparaban para ser las más bellas y cazar al hombre más rico, y si tenía título, mejor. Me refiero a las pudientes, claro. Me encantas, Georgina Pérez genial, pones siempre los puntos sobre las ies. Sigue escribiendo, necesitamos leer más cosas tuyas, y libros.