Humo
No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice el dicho, ni más tonto que el que se lo hace, cuando más bien da la impresión de querer pasarse de listo y arrogarse la potestad de negar lo evidente, véase a Donald Trump con repugnante gesto obviando el cambio climático. Pero más allá de individualizar, podríamos generalizar cuando es un nutridísimo grupo de la Humanidad, que adoctrinado y en estado de perpetua sedación, es incapaz de ver la realidad por más que abra los ojos. Ceguera colectiva. ¿Nos estamos cargando la Tierra? Yo diría que no, pues a pesar del daño irreparable que le estamos haciendo, la más perjudicada, entre otras, es la especie humana. Nos está avisando de múltiples maneras: los mares nos devuelven la basura; los océanos devoran glaciares; la atmósfera se carga de virus y el aire se torna irrespirable, infecto incluso, como podemos observar en China. La alarma está corriendo y no sin razón, a raíz del ya tristemente famoso coronavirus. En fin, creo que hay datos suficientes para aseverar que la cosa va en serio, que es ahora o nunca y que además vamos tarde, por más que los, económicamente perjudicados, lo nieguen.
Claro, que para perjudicados, los agricultores, y no digamos ya los consumidores, tanto por la especulación con la que los intermediarios machacan a ambos, como por el sistema productivo que a día de hoy ha terminado por poner sobre la mesa alimentos sin aroma ni sabor; el paladar de la juventud no conoce el verdadero gusto de un tomate.
Pero volvamos a los contaminantes, que me pierde la nostalgia.
Tuve hace unos días, lo cual agradezco enormemente, la oportunidad de asistir como invitado a una jornada informativa, llamémosla así, sobre medioambiente, que se celebró en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granada. El acto comenzó con la presentación de todos y cada uno de los asistentes, la posterior excusa de algún prócer que se dispensó de seguir allí por lo apretado de su agenda, y la huida sigilosa de otro, debió pensar él, que se ausentó en medio de la exposición que el primero de los oradores desplegaba ante el auditorio. A este le siguieron dos más de la misma guisa, tanto en tiempo, forma y sopor; que me disculpen si pueden y vaya por delante mi más sincero respeto hacia su trabajo, pero me era imposible reprimir los bostezos.
Hablaron mucho y bien de cómo se le estaba tomando la medida a la polución reinante, admitieron el cambio climático, también que nuestra ciudad es una de las más contaminadas de España, con esa boina de humo perenne que se cierne sobre nosotros.
Explicaron que dicha boina es atribuible a muy diversos factores y a no menos causas, que se le había tomado la medida allí, allá, acá y acullá. Uno expresó con gran alivio que se habían conseguido fondos para invertir y así poder instalar, nuevos aparatos con los que poder obtener una mejor y más clara información de los parámetros, que arrojen luz sobre índices y porcentajes de tal o cual rincón.
Insisto, un trabajo encomiable por el cual algún que otro participante no dudó en felicitarlos antes de hacer su particular observación sobre el tema, amén de añadir, y no fueron más de tres en total, alguna pregunta quisquillosa y tal vez incómoda, que fue rebotada o eludida, por ser esta responsabilidad de terceros no presentes o no poder ofrecer una respuesta satisfactoria, o eso me pareció a mí, que ya había pasado de los bostezos a la más insidiosa actitud. Bueno, no tanto, que aunque soy de natural participativo, preferí reservarme la opinión, consecuente de que la misma hubiera molestado y mucho a los ponentes y presentes.
Porque digo yo y aquí me expreso, que muy bien está lo de tomar la medida a las medidas y conocer lo que todos conocemos: que la contaminación nos arrasa y amenaza, que nos come, vamos. Ante lo cual hubiese saltado, de no ser prudente y sapiente de que mi opinión hubiera molestado más que aportado: que está muy bien lo de conocer y admitir que el cambio climático nos asola, que están de más tantas medidas para tomar la medida a lo que a simple vista todos sabemos, pues basta asomarse al mirador de San Cristóbal para ver la boina que corona la ciudad, y que mejor sería invertir en medidas que palien de una vez por todas la contaminación y no en conocerla, que a poco que nos descuidemos, el humo no nos permitirá observar los parámetros que indican una polución que ya nos está asfixiando.