Identidad Granadina
Leo en uno de los principales diarios de tirada nacional una entrevista a Victoria Camps ahora que se cumplen 30 años de la publicación de su obra Virtudes Públicas, un ensayo en el que la filósofa reivindicaba la radical importancia de la excelencia en la vida política y la recuperación de la ética en el discurso político. Rebusco en mi biblioteca y encuentro el libro, que tengo anotado y que leí hace años. No recuerdo cuándo, pero una inscripción me lleva a hace unos cuantos años atrás. Veo la impresión que me causó –siempre lo reseño- y descubro, como me temía, que me defraudó. Así debió ser, porque cuando un libro me impacta, me gusta, me influye, no necesito escribir un breve resumen sobre él, ni sobre su contenido, aunque lo haga por costumbre, pero en este caso me viene al hilo para lo que quiero exponer.
Decía Camps que su obra venía a ser una reflexión sobre los principales valores sobre los que se funda nuestra vida en común frente al desinterés y la conformidad, mejor autocomplacencia, que tienden a generar las libertades y el estado del bienestar. En eso pienso que llevaba razón. No así en el mantra repetitivo en el que enmarca la obra. La catedrático de filosofía, de Ética, de la Universidad de Barcelona apostaba por la mejora de los comportamientos cooperativos y el fomento de la participación en las decisiones públicas y colectivas como forma de ayudar a recomponer las identidades perdidas, lo que ahora llaman los “progres” las “identidades colectivas”, cuando quieren conseguir algo desde la diferencia y la aniquilación del que no piensa como ellos –léase por ejemplo a Noam Chomski. Y todo ello Camps lo pretendía, y pretende, salvar con la implantación de una ética pública, el optimismo, el etnocentrismo y el feminismo.
Bien, el que quiera que lea la obra, que no creo que esté de actualidad en nada, salvo para concluir sobre sus errores de visión, varias décadas después. Para mí no merece más comentario la obra de esta científico social que desde mi opinión si entonces hizo un solemne brindis señalando con el dedo la luna a la que había disparado como arquero desde una especie de posición rouseauniana –por excesivamente naif, deliberadamente ingenuo e incluso por excesivamente sin reglas-, ahora desvela con su entrevista publicada en un diario nacional, una insistencia en una propuesta, más bien en una deriva, política de partida más fallida que la que ya hizo.
Repasando la situación actual de nuestro país Camps pontifica afirmando que «España es un fracaso en términos de construcción nacional», y ahí pienso que acierta, que lleva toda la razón y que debía de reconocerse entre los culpables, dado que fue padre de la patria y que poco, muy poco, hizo para solventar la situación que se nos venía encima, como catedrática de Ética de la Universidad de Barcelona y exdiputada del PSOE, entre otros muchos cargos desde los que bien podría haber aprovechado para impedir el actual desastre.
Camps añade que la solución de la situación actual pasa por el establecimiento de un estado federal y se despacha sentenciando:“El estado federal es el estado del futuro, un estado de naciones”. No creo que sea necesario más comentarios para comprender la dimensión de lo dicho, lo tendencioso y hacia donde quieren llevarnos los actuales “hacedores” de la Patria. Estas dos afirmaciones hechas con pretensión de ser implantadas como máximas irrefutables son precisamente las bases que hay que atacar e impugnar. No olvidemos que ya desde 6 de julio de 2013 el PSOE viene soflamando con el mantra de la solución federal de nuestros problemas, en la que hay que ver más una especie de huida hacia delante para que cambiar todo para que nada cambie en términos de presencia personal como habría expresado Giuseppe Tomassio de Lampedusa.
Y tuvo que ser precisamente aquí en Granada, con la aprobación de la que dieron en llamar a modo de Vulgata, “la declaración de Granada” –“Un nuevo pacto territorial: la España de todos”- acordada en el seno de una reunión del Consejo Territorial del PSOE celebrada en el Palacio de Carlos V de la Alhambra, donde se fijó el camino del federalismo salvador, que de intentarlo ha de provocarnos más sufrimientos que beneficios o soluciones.
Lo he hecho en varias ocasiones. He leído el documento y desde mi punto de vista comete errores de toda índole. Tiempo habrá para cobrarle tributo y demérito a este documento, pero en clave del debate central que plantea, se ha abierto muy a pesar de la Comisión Ejecutiva Federal el debate de la revisión del estado autonómico conformado a martillazos a raíz de la aplicación del título VIII de la Constitución Española.
Cierto, se ha criticado históricamente que los males de África deriva del innoble, ilógico, desconsiderado, interesado, irreflexivo y más que nada, la canalla división territorial que del territorio del continente negro hicieron las potencias imperantes para realmente repartirse el continente. O sea, exactamente lo mismo que pasó aquí cuando para dar una respuesta a los planteamientos de vascos y catalanes, se llegó a una ordenación del territorio nacional contra toda lógica histórica, de sentimientos y realidades. Así se gestó la división caprichosa de Castilla en varias autonomías, con la suma de territorios que tenían más razones para no ser juntados que otra cosa, o se facilitaron caprichosamente la aparición de entes autonómicos que jamás debían de haberse permitido, como La Rioja o Cantabria, que no tenían más razón de ser que la comunidad de Segovia que fue rechazada, o la de Madrid que sí que tenía que tener un estatuto especial como capital del Estado, pero nunca conformar una autonomía. Podía dar varios ejemplos más, pero acaso los más sangrantes sean los de León (que en dos ocasiones llegó al Constitucional, donde fueron arrodillados sus argumentos por el rodillo político) y el de GRANADA, que pongo con mayúscula por muchas razones, y que fue amalgamada y anulada en sus pretensiones para conformar la actual “gran” Andalucía (“gran” en términos de extensión que no de grandeza o esplendor). Precisamente en ello es donde se encuentran el origen de la mayor parte de nuestros actuales problemas, que van desde lo identitario español (porque somos españoles y orgullosos de serlo), hasta la desconsideración hacia nuestra historia, nuestro significado y la postergación que sufrimos para el solo beneficio de la metrópoli hispalense.
No es nuevo que yo haga estas afirmaciones. Llevo años sin parar de denunciar el atropello al que fuimos sometidos. Desde una moción que presenté para su aprobación en 1989 en la entonces Agrupación Socialista Albaicín que mereció el apoyo de varios compañeros pero el durísimo reproche del entonces Secretario de Organización que me reprendió furibundamente por atreverme a plantear la “ruptura de Andalucía”; y de ahí hasta ahora en que persisto en lo mismo, en un momento en el que pienso que el convencimiento de que nunca debimos ser integrados en Andalucía, cunde entre la población.
Por esta defensa de mi posición he sido perseguido y represaliado, insultado y tachado políticamente de lo que no soy, pero aquí sigo con más ánimo si cabe, reclamándolo, exigiendo que se haga justicia y que los granadinos y ciudadanos de Granada, comencemos a reclamar una solución a este problema que vivimos y que se llama comunidad autónoma de Andalucía con Granada forzadamente incluida en ella.
Parece que la libertad de expresión y la libertad de pensamiento solo se pueden predicar para los defensores de las Camps llama “identidades compartidas” oficialistas. Reivindicar la identidad granadina, la identidad perdida que algunos, cada vez más, reclamamos es tan justo y tan legítimo como la que más. ¿Qué mal hay en ello si se hace desde el respeto al ordenamiento jurídico y al orden constitucional?
El otro día opiné en estas mismas páginas que “había llegado el momento” en un artículo que dí en llamar así mismo, “Ha llegado el momento”. Hoy desde una identidad colectiva y que algunos quieren dar por perdida desde hace cuarenta años, desde la misma posición filosófica que plantea Camps, reivindico la vigencia, más que nunca, de la identidad de Granada, histórica, sociológica y política, desde el más absoluto respeto a las normas vigentes como no puede ser de otro modo. Una reclamación que hago desde la negación del federalismo que se pretende y de sus intenciones equivocadas porque contrariamente a lo que permiten concluir las afirmaciones de Camps, España no es una federación de estados nacionales, no es una federación de naciones diferentes, ni Granada es parte del territorio de una nación inexistente llamada Andalucía, los granadinos no somos nacionales andaluces miembros de un estado federado llamado Andalucía que se federa en España, ni ninguna otra sandez más.
Si se abre el debate federalizante de nuestro país como algunos apresuradamente quieren hacer, no podrán evitar que se hable de un modelo territorial racional que se base en el respeto de las auténticas identidades colectivas históricas y no de cuestiones inventadas al caso para que los que crearon el lío y porfían en él creen otro mayor en el que seguir estando presentes. Así que debate territorial, sí, pero para poner la razón y el orden que se vulneró hace cuatro décadas. Granada dentro de España, pero fuera de esta Andalucía inventada. “Ha llegado el momento” y “a ello vamos” porque Granada estoy convencido de que va a exigir el respeto por su identidad colectiva, histórica, la que trataron de hurtarnos hace cuatro décadas y en ello porfían día a día.