José Luis Rodríguez García: elegancia, profundidad y apertura a la diferencia

y, de pronto, uno sabe que todo se acabó, hay que hacer el equipaje, así es la vida humana, no risas, no amores, hacer el equipaje y desaparecer en la noche. (J. L. Rodríguez, El ángel vencido)

El maestro Francisco Jarauta suele decir que los sitios donde se encuentra a gusto son los que aúnan ideas y amistad y no puedo por menos que decir lo mismo al evocar a mi gran amigo, recientemente fallecido, José Luis Rodríguez en el espacio de esa Zaragoza que tanto amó desde que recaló en ella a mediados de los años setenta. José Luis era un dandi tanto intelectual como vital, gustaba de la buena vida y de los placeres con moderación, como un auténtico clásico. Sus cuidados trajes, su sempiterno sombrero y sobre todo su mirada profunda y serena y su sonrisa receptiva y afectuosa, le convertían en una persona elegante y fina, muy acogedora y receptiva. Desde hace ya muchos años siempre me recibió en Zaragoza con afecto para llevarme a un restaurante nuevo y mostrarme un vino que acababa de salir. Mis primeros viajes a Zaragoza coincidieron con el lanzamiento de los fabulosos vinos del Somontano y estos vinos y otros menos conocidos como los del Campo de Borja, acompañaron desde entonces nuestros encuentros. En aquellos momentos la ciudad se iba transformando especialmente por el arreglo, tan controvertido, de sus plazas y ambientes más emblemáticos. A mí me gustaba la mezcla de clasicismo y modernidad que se iba desplegando en esas plazas y en general en toda la ciudad. Combinación mágica que también se daba en la vida y la obra de José Luis.

Para mí Zaragoza ha sido una segunda casa intelectual gracias a la acogida continua que tanto José Luis como mi gran amigo Juan Manuel Aragüés, siempre me han brindado desde hace ya tanto tiempo. En Zaragoza, y especialmente en su universidad, se encuentran varios de mis mejores amigos y algunas de las  referencias intelectuales y afectivas que han sido más decisivas para mí a lo largo de los últimos años.

En estas tristes ocasiones de lo que más te acuerdas son de detalles intrascendentes pero los recuerdos sentimentales no pueden ocultar que José Luis además de un gran amigo y una persona excepcional era también un sabio en el sentido renacentista de la palabra, ya que su trabajo no solo se centró en la filosofía a la que dedicó eruditos y sutiles escritos, además dela entrega de más de 40 años de docencia y de la estructuración administrativa de la Facultad de Filosofía, actualmente reducida a Departamento por condicionamientos burocráticos y económicos absurdos que ignoran lo que ha de ser una universidad, sino que se extiende a diversos campos literarios: poesía, novela, cuento, ensayo, y otros campos artísticos como la pintura y la música. José Luis  sumaba todas estas actividades que se enriquecían entre sí dando lugar  a una escritura, cuidada, primorosa, con voluntad de estilo, a la par que densa y profunda cuando era necesario.

Mi generación ha sido una generación sin maestros, lo que no deja de ser triste, pero a la vez, esta circunstancia le otorga una libertad amplia que  le permite buscar en algunas personas como José Luis, no un modelo, ni un método, ni un ejemplo, sino un poco de aire puro, una corriente de aire fresco,como decía Deleuze de Sartre, una de las referencias esenciales de nuestro filósofo.

Se ha podido decir de él que era un afrancesado y es verdad: no solo porque su formación fue fundamentalmente francesa, sino porque , al igual que sus homólogos del siglo XIX como Goya y Moratín, no soportaba el casticismo rancio, tan frecuente en nuestros pagos y de triste reverdecer en la actualidad.Siempre estuvo muy atento a las corrientes intelectuales europeas y dentro de ellas se centró en personajes, como Savonarola, Hölderlin, Artaud, que por su inadaptación se convertían en sutiles sismógrafos capaces de detectar las menores oscilaciones culturales de su tiempo. Moderno radical supo captar, sin embargo, los rasgos postmodernos de su realidad que es la nuestra. Marxista teórico y militante radical, su honestidad intelectual y política le llevó a reconocer las sombras de los movimientos revolucionarios, que como Saturno devoraban a sus hijos. Su lucidez le llevó a registrar los efectos no queridos a los que ciertos planteamientos utópicos habían conducido y a hacer patente la necesidad de reconocer que nos encontramos en un tiempo postutópico.

Su escritura filosófica era ensayística, tentativa, más que sistemática y doctrinal y en eso seguía autores como Musil. Su prosa se situaba, como la de su amado Hölderlin, en el intervalo entre la Filosofía y la Poesía, conjugando la verdad y la bondad en la belleza, partiendo de la conciencia, ya esbozada en el Primer programa del idealismo alemán de 1800, de que la filosofía ha de ser estética y de que el filósofo ha de tener tanta fuerza estética como el poeta. Nuestro autor retoma de Hölderlin la atención a lo singular frente a todo apriorismo y abstracción y la tensión entre el ideal moral y la singularidad histórica. José Luis era un moderno muy consciente de los límites de la modernidad y por ello siempre se situó en ese limiar, ese umbral entre modernidad y postmodernidad que parece ser nuestro destino actual.Ir más allá de la modernidad supone instalarse en otro decir, desde el que el sentido del Ser y de la Potencia hablaría en términos de olvido, ya que es consciente que dicho ser solo se puede concebir como ausente, como ya sido, como perdido; de manera que más que como fundamento firme solo se puede presentar como abismo, como vacío.

Nuestro autor supo ver desde muy pronto que la postmodernidad no era una simple opción teórica o vital sino el ambiente espiritual de nuestra época y a él intentó adaptarse con la lejanía irónica que lo caracterizaba. José Luis se debatía entre dos consideraciones dela postmodernidad antagónicas: la postmodernidad como resultado del agotamiento de la modernidad o la postmodernidad como nueva etapa del desarrollo moderno adaptado a nuevas circunstancias. La postura de nuestro autor hacia la modernidad es compleja: por un lado pretende distanciarse de la misma, pero al mismo tiempo reconoce que desde su origen anidan en la modernidad unas fuerzas inmanentes que no han podido ser sojuzgadas completamente ni siquiera en la versión dominante de la modernidad, sometida al capitalismo. Estas fuerzas inmanentes resurgen de forma intermitente y suelen ser consideradas como no modernas por la modernidad dominante: son coetáneas pero no contemporáneas como la modernidad que ha prevalecido ya que introducen espacio-tiempos irreductibles a las formas dominantes de la modernidad capitalista occidental. Son residuos persistentes de un tiempo otro, no cumplido, que se mantiene siempre latente y que

resquebrajan el dominio del presente en nombre de un pasado irredento, el pasado de los vencidos, reclamado por Benjamín. Esas fuerzas inmanentes son las que han tomado el protagonismo en la actual postmodernidad. La modernidad ha sido un proyecto fundamentalmente platónico, idealista, que se relanzó con la victoria dela tradición cartesiana-hegeliana contra una tradición escéptica incipiente, que tuvo su emblema en Montaigne, pero que fue derrotada por el idealismo dominante a través del cogito cartesiano y el despliegue de la ciencia moderna.

Marxista convencido y persistente, buscó , en cambio las equivocidades, los desajustes teóricos, las inconveniencias metodológicas que se pueden encontrar en la obra de Marx y que han repercutido de forma decisiva en el desarrollo del marxismo. Desajustes teóricos  en el concepto de proletariado, en la noción dela lucha de clases, en la idea del partido obrero revolucionario, en la propuesta de la dictadura del proletariado. Nuestro autor critica la utilización de la analogía por parte de Marx que le llevó a proyectar la crisis de la sociedad feudal que dio origen al capitalismo sobre la crisis de este último que tendría que dar paso al socialismo. De igual forma se destaca la confusión en la obra marxiana de la idea de un proletariado-número, sociológico, y un proletariado-saber, construido políticamente y con conciencia de clase, lo que lleva al abandono del lumpenproletariado, del ‘proletariado en harapos’ y su expulsión del sujeto revolucionario. Esta reducción del concepto de proletariado se ampliará en el leninismo al identificar al proletariado verdadero con el partido. Otro de los problemas de lo que el autor denomina el Acontecimiento K. M. es la concepción dela política como lucha, como cuestión militar y de estrategia. También se produce en la tradición marxiana y marxista una contradicción entre el primado de la economía y el primado de la historia, o sea la contradicción entre un economicismo que no tiene en cuenta la praxis y un voluntarismo que no tiene en cuenta las condiciones materiales de la acción. La conclusión es la duda sobre si Marx es o no moderno, si se da o no una continuidad entre modernidad y marxismo. Nuestro autor parece reconocer las deudas de Marx con la modernidad pero también defiende la existencia de otro Marx que lucha por desmarcarse de la herencia moderna , un Marx que pretende dejar de ser ilustrado, liberal, jacobino, cientificista y hegeliano; un Marx que no se puede identificar con el Acontecimiento K.M. , que permanece en “el subsuelo del orden teórico” y en el que “radica la fuerza del porvenir de la ilusión emancipatoria”, un Marx con una mirada más amplia, más abierto a la pluralidad de las luchas y de los sujetos que pululan en el capitalismo y no pueden reducirse al proletariado clásico.

Perteneciente a una tradición, el marxismo, que se ha solido caracterizar como utópica, especialmente por sus detractores, Jose Luis dedicó su último libro a combatir la utopía por su carácter cerrado y homogeneizador que solía en su búsqueda de la pureza  acabar en crueldad, como magistralmente describió en su novela dedicada a Savonarola. La utopía a pesar de ser consciente de la imperfección humana se obstina en instaurar la perfección aquí y ahora, sin tener en cuenta los costes, por ello es esencialmente violenta, cruel y despiadada. Frente a la utopía resaltó en cambio casi como una constante antropológica la idea de impulso eutópico, conjunto de sueños diurnos que nos lleva a querer vivir mejor. Su sueño, trágico, o sea consciente de su interna dificultad, era instaurar-restaurar una sociedad agórica, desplegada en el ágora o plaza pública“es decir, un renovado espacio público en el que los protagonistas sean las subjetividades liberadas de la obsesión de una identidad y animadas por la convicción de la urgencia de fabricar una normatividad democrático-radical”.

La crítica de la utopía clásica le lleva a reconsiderar la idea de temporalidad dominante en la modernidad que ha privilegiado el futuro en detrimento del presente y del pasado, y nuestro autor reivindica la centralidad del presente como lo único que tenemos y que no puede ser hipotecado en beneficio de un futuro pretendidamente mejor. De igual manera se critica la idea de un saber absoluto que impone una vida homogénea en beneficio de una concepción radicalmente democrática que va tanteando mediante prueba y error una vida mejor que la actual, pero que parte de ella. Se trata de luchar más por una Ciudad ideal que por una Ciudad Utópica. La primera pretende que el presente funcione lo mejor posible, mientras que la segunda olvida las condiciones de la actualidad y postula un modelo alejado de la realidad actual, en el espacio y en el tiempo, que no tiene en cuanta la materialidad del presente y que pretende instaurar una novedad radical.

En la línea de Deleuze defendía la necesidad de construir nuevas subjetividades, en tanto que formas inéditas del espacio-tiempo, capaces de articularse de forma democrática sin caer en las redes de las identidades cerradas y en pugna continua, subjetividades hospitalarias en el sentido de abiertas a lo radicalmente otro. Su libro sobre el devenir de la cultura occidental plantea de forma clarividente la aporía trágica en la que nos movemos al intentar conjugar la dimensión irrenunciable de la subjetividad individual, de la diferencia, con el mínimo de homogeneidad requerida para constituir la sociedad agórica de la democracia radical. Tensión, quizás irresoluble, entre la identidad y la universalidad al menos tendencial de los principios éticos y el hormiguear irreductible de las diferencias. La multitud democrática que hay que construir como articulación de diferencias, no es posible sin una puesta entre paréntesis , aunque sea coyuntural, de la diferencia misma. Oposición entre el Canon como modelo ideal a seguir y el Atlas en tanto que reconocimiento de la pluralidad inconjugable e injerarquizable , como nos recordó  ya hace unos años Jarauta.

Su apuesta por la diferencia le llevó a poner en cuestión el privilegio de la Mirada, de la ocularidad, que ha definido a Occidente. Jose Luis defendió un pluralismo no solo de diferentes formas de mirar, sino también un pluralismo que retomaba la totalidad de la riqueza sensorial como desafío al predominio de la Mirada occidental autoconstituida como teoría única y dominante. La Mirada en Occidente siempre ha ido unida al poder porque siempre ha definido un acceso privilegiado a la verdad que ha desatendido lo empírico en detrimento de lo ideal.

En uno de sus últimos poemarios, José Luis escribía que solo aspiraba “ a escribir un penúltimo poema”, y en verdad lo consiguió porque su último poema no lo escribió él sino nosotros con  nuestro recuerdo y nuestro amor. Igual que el alcohólico, como nos recuerdo Deleuze, no anhela la última copa, sino la penúltima para poder seguir mañana, José Luis con su penúltimo poema buscaba su continuidad en nosotros, sus lectores, sus amigos, sus cómplices.

En estas ocasiones de pérdida de alguien que quieres es cuando se echa más de menos la creencia en la resurrección de la carne y la vida eterna, entendida no tanto como la Jerusalén celestial del Apocalipsis, sino más bien como el jardín del Edén, como el paraíso original, espacio eutópico por excelencia, en el que reinaba la armonía entre los hombres y entre los hombres y la naturaleza, un jardín, pues, epicúreo y órfico, en el que departir tranquilamente con los amigos por toda la eternidad.

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