Juego de cromos
Puede usted estar seguro…y pueden estar seguras todas las personas que nos ven, que les estoy diciendo la verdad… Aseveraba 18 años atrás un destacado estadista español y mucho español, sobre las armas de destrucción masiva que el “régimen iraquí “poseía para sembrar el horror y el terror por todo el orbe.
Después se supo la verdad, y es que aquella afirmación era mentira, o bueno, quizá no era del todo cierta, o a lo mejor no sé, ¿no?, o sea, así en plan… ¿Entiendes lo que te quiero decir? Pues no. Ni yo tampoco. Y así se resuelve la invasión de un país; una guerra; unos cuantos miles de muertos; unos pocos millones de refugiados; la desolación de un pueblo y su posterior ruina.
Y esto se puede justificar, que nadie lo ponga en duda, alegando que así es la política y que cuando se ocupa un cargo de relevancia, uno se ve en ocasiones obligado a tomar decisiones de suma importancia y tal y tal. ¿Alberga alguien dudas a día de hoy acerca de que la ciudad de Granada fue utilizada como moneda de cambio en el reparto de territorios, diputaciones, ayuntamientos y demás gobiernos regionales? Se me antoja que no, pero hace dos años… Ya te lo advertí; si se veía venir; te lo dije; quién iba a pensar… Resulta que el no mencionado estadista que he citado antes, asegura que sabía lo que iba a ocurrir en la valla de Ceuta, sí, a esa alentada invasión que a través de una puerta deliberadamente abierta hemos sufrido me refiero. Qué mal español, no avisar sabiéndolo. O puede que de pronto tornara su habitual vicio de la soberbia por la prudencia hecha virtud y haya preferido guardar silencio. Sostiene Bertrand Russell que los estúpidos están seguros de todo en tanto los inteligentes están llenos de dudas, me encantan las citas filosóficas, yo ahí lo dejo.
Lo mismo es que estamos aprendiendo y por eso había un ex director de Trabajo en la Junta de Andalucía que solo sabía lo que costaba un gin tonic y un paquete de tabaco, muy pocos conocimientos me parecen para desempeñar ese puesto. Claro, que más altos cargos adujeron no saber qué vehículo de alta gama se alojaba en el garaje de su chalet, o ignoraban por completo las propiedades inmobiliarias que su cónyuge acababa de adquirir. Pero lo más extraño de todo es que luego sí que saben lo que está ocurriendo a miles de kilómetros de distancia, pongamos por caso Venezuela, aunque no hayan puesto un pie allí en su vida. Pero bueno, eso es común al resto de los mortales, todos conocemos el nombre del presidente de ese lejano país, el actual y el que falleció, aunque pocos sabemos cómo se llama el de la vecina Portugal, qué curioso.
Mientras los científicos advierten del peligro del cambio climático y los irreversibles daños que estamos ocasionando al Planeta, los políticos tildan estas teorías de quimeras y aquí se genera un dilema hecho diatriba: ¿cómo no creer a nuestros próceres, en los cuales depositamos nuestra total confianza?
Pero dejemos a un lado estos sarcasmos y volvamos a nuestra ínclita ciudad, esta Granada que zozobra en la plaza del Carmen a causa de los, voy a llamarlos, personalísimos juegos que entre manos se traen los Caballeros Veinticuatro, hoy veintisiete, ocupantes ocasionales del Salón de Plenos del Excelentísimo Ayuntamiento. ¿Puede uno bostezar atónito con lo que está ocurriendo?, porque es para aburrirse de perplejidad, aunque suene paradójico. Estamos siendo testigos de la mayor farsa puesta en escena que se haya trasladado a la cotidianidad en el panorama político nunca antes visto, al menos de manera tan descarada, quería decir desenmascarada.
De repente no importa la ciudad, si es que alguna vez les importó. Anteponen el orgullo a la razón, el interés personal colectivo, la situación particular por encima incluso de la de sus propios partidos, cosa insólita a ojos vista, cuidado. Están rotos, divididos, las facciones destrozadas. Unos acechan, otros aguardan y nadie mueve pieza. Se dan un tiempo que no tienen en tanto Granada se desespera. Se intriga, se conspira, disparan dardos envenenados, se revelan acuerdos que todo el mundo sabía y nadie aceptaba.
Se han lanzado las estampas al aire y ahora esperan a ver cómo caen. Pero hay quien sopla, quien las pisa y sobre todo, no falta quien las palmea con su mano cóncava en la espalda de un fingido amigo. Que el Señor nos ampare, vivamos este extraño Corpus y luego ya veremos lo que nos depara este Juego de cromos.