Justicia
Creer que la Justicia es igual para todos a estas alturas no deja de ser de ingenuos, el simple hecho de incluirlo en un discurso lo pone de manifiesto, majestad; excusatio non petita… La vida es injusta. En el mundo animal existen depredadores y presas, es natural y lo aceptamos, como otras revelaciones que la ciencia nos ha mostrado tras el estudio, por sorprendentes que nos resulten. Como que algunas especies de insectos practiquen la matrifagia, esto es que las crías al nacer se nutran del cadáver de su madre; que una mantis religiosa devore a su pareja al final de la coyunda o que un león mate a la descendencia de otro para para provocar el celo de la progenitora, y lo más abominable: que esta se entregue después al asesino de sus hijos. Es su naturaleza, no nos impactaría tanto si no tratáramos de humanizarlo todo. En el mundo civilizado y ya desde muy antiguo, véase el Derecho Romano, se trata de impartir justicia para intentar que la balanza que sostiene la ciega alcance el equilibrio. Una quimera, vamos, no hay más que observar que al ministerio que nos ocupa y dado su pésimo funcionamiento, le han puesto, digamos, vigilancia, con otro al que han llamado de Igualdad, paradójico. Y qué decir de los conflictos bélicos: por una parte se despilfarran ingentes cantidades de dinero en destruir y matar, mientras por otra se organizan colectas para alimentos y ayuda humanitaria; y cuando concluya la guerra habrá que reconstruir todo lo arrasado. El día que sean otras especies las que dominen nuestro planeta, esto será digno de estudio para ellas, auguro un sinfín de preguntas sin respuesta e interminables enigmas sin resolver. Una retórica: ¿A esto lo llamamos vida inteligente?
Quién no ha escuchado alguna vez una conversación, por ejemplo, en la que un abogado dice: Nos ha tocado el juez de la sala 5ª. ¿Y qué tal es?, indaga el cliente. Bueno, veremos, no lo conozco demasiado, pero… Pero qué, se pregunta el querellado ante la ambigüedad de la respuesta. Y es que la Justicia, virtud cardinal, queda expuesta a merced de los humanos vicios toda vez que un caso llega a manos del magistrado de turno, y este, erigido en diosecillo por obra y gracia de una oposición, dispone según su arbitrio y criterio, qué hacer, cómo resolver y lo más peliagudo: sentenciar. Pleitos tengas y los ganes, dice el dicho. Pues no, gracias, prefiero vivir en paz y que no me alcancen indeseados litigios, que las causas y disputas no son cuestiones matemáticas ni hay fallo de un tribunal que satisfaga por completo a nadie, ni aun siendo favorable. Y que observando lo que ocurre y como sucede… Soy un humilde trabajador y además de izquierdas, no tengo un hermano concejal o un tío senador, ¿sigo?
Dejando a un lado a los altos tribunales y procurando pasar de largo por sus puertas, lo que nadie puede evitar es ser juzgado y prejuzgado por sus semejantes. Y así es cómo y dónde se cometen los mayores atropellos y linchamientos, la presunción de inocencia no se conjuga entre el pueblo llano. Un pobre comiendo gambas levanta sospechas, un rico frente a una buena langosta despierta admiración. El currito debe llegar al tajo en bicicleta o en bus, mientras el jefe, que nunca llega tarde, si acaso se retrasa, debe hacerlo en el Mercedes. El trabajador vive de alquiler en un pisito de un barrio a las afueras mientras el amo reparte su tiempo entre el chalet, el dúplex del centro y el apartamento de su amante. Si tu hermana es presidenta de una comunidad autónoma puedes hacerte comisionista y sablear impunemente a los contribuyentes, si además te alías con el marqués del marquesado o el conde del condado, al que por su posición todo le viene dado, como está mandado, luego la fiscalía mira para otro lado y asunto arreglado. Lo de menos es que sea inmoral o indecente, lo que importa es que sea legal. Ahora bien, si eres un pobre cantautor y rapeas una verdad de todos conocida, aparte de no aportar nada nuevo, pues ya todo el mundo lo sabía, ándate con ojo si tu dedo acusador apunta a la monarquía, ahí si has de temer a la fiscalía. Así debe ser todo para que todo esté en su sitio, y no hay más, cualquier cosa que ose alterar este orden establecido no tiene cabida en esta nuestra sociedad; porque así ha sido siempre y siempre así será; Dios lo quiere. Y ni justicia poética ni divina, ni el karma con el que soñamos los descreídos, que para alcanzar este éxtasis hay que recurrir si remedio a la épica literaria o ver una película, que en la vida real no hay justicia.