La ciudad de Ys
La música del bardo bretón Allan Styvell nos retrotrae paradójicamente a la vitalidad de las lenguas muertas, no sólo del griego clásico y del latín, provenientes del indoeuropeo, del que derivan gran parte de las lenguas actuales y constituyen la base de nuestra etimología, sino también el bactriano o el ulfiano.
El músico celta, tañendo el arpa irlandesa, canta en inglés y en francés, pero también en sanscrito. Uno de sus temas, harto melancólico (en ‘Renaissance de la Harpe Celtique’ de 1972), está inspirado en la antigua leyenda de Bretaña sobre la enigmática ciudad de Ys, isla armoricana sumergida en el siglo V. (Antes de que se escuche el arpa, al principio de la pieza, se oye el sonido de las olas.)
El anciano y viudo Gradlon, rey de Cornualles, hizo construir para su mimada hija Dahut la maravillosa ciudad de Ys, «donde reinaban la riqueza, la libertad y la alegría». Ys (o Yss) era una isla situada por debajo del nivel del mar, en el centro de la bahía de Dournenez, cerca de la punta de Luguéné, cuyo puerto protegía un dique que tenía una «llave». Si se giraba esa llave se abría la puerta del mar y la ciudad sería engullida.
Hay varias versiones sobre su hundimiento pero todas coinciden en que en ella, al igual que en Sodoma y Gomorra, creció el desenfreno y el descontrol entre sus ciudadanos. Una historia de piratería confabulada por dragones y los caprichos extremos de la princesa es otra de las leyendas, pero la copla más extendida es la del castigo recibido por el habitual pecado de incesto en la isla (sobre todo entre padres e hijas).
Louis Charpentier, en ‘Los gigantes y el misterio de los orígenes’ (1969) afirma que «esta ciudad existió, sin duda, y la prueba nos la da el nombre mismo de los pueblos que ocupaban el Finisterre: los ‘ismios’. Era una ciudad sagrada, como indica ya su nombre de ‘Ys’, y fue especialmente santa, ya que el pueblo lleva el nombre de la ciudad, lo cual permite, por otra parte, suponer que los ismios eran anteriores a los gaélicos y a la invasión céltica del siglo XV antes de Jesucristo. El nombre de su rey es también revelador. Se llama Gradlon, lo que parece indicar un ‘guardián del Graal’».
Yss, según recuerda Cunqueiro, desde que las aguas la cubrieron (la ‘asolagaron’ dice él), nunca fue vista, ni nadie pudo descender a ella, aunque sí fueron oídas alguna vez las campanas de sus iglesias, «lo que puede probarse con Debussy» (preludio para piano ‘La Catedral Sumergida’, de 1910).
Se oyen sus campanas, aseguran, pero también se adivina sobre las aguas un breve reflejo de blanco y oro de la torre sumergida de alguno de sus siete castillos, y los ladridos difusos del alano del rey cuando las barcas pasan cerca de la puerta del palacio.
El escritor de ciencia ficción estadounidense Poul Anderson también escribiría su visión personal de esta isla sumergida en ‘La espada rota’, de 1954 diciendo que «los marinos mortales sólo vislumbran o ven en sueños la sumergida torre de Ys»; y después en la tetralogía ‘El Rey de Ys’, escrita en colaboración con su esposa Karen, cuya primera entrega apareció en 1986.
Umberto Eco, en ‘La isla del día de antes’ (1994), cuenta que tanto el rey de Yss como sus dignatarios vagaban por entre las torres y el gran puente de Crogh convertidos en peces (anfibios, según Cunqueiro), el monarca de mayor tamaño, observando de vez en vez, según Yves Le Bronder, «un reloj de sol, en el cual esperan ver la hora de la desecación, el castigo cumplido, en la que su ciudad y su reino, volviera al aire y la luz».
Existen otras ciudades sumergidas interesantes como la Atlántida nombrada por Platón, la irlandesa Hy Brasil, la francesa Ile Verte, la portuguesa Ilha Verde o las gallegas Antioquia, sumergida en la laguna Antela o Valverde, en la laguna de Cospeito, todas variantes de esta misma hagiografía que dan sentido a un mundo submarino paralelo, todas hundidas «porque hubo en cada una de ella un gran pecado». La leyenda dice sin embargo que la ciudad de Ys renacerá un día más bella y encantadora que nunca.