La explosión de la burbuja

No hay nada más divertido para un niño pequeño que explotar pompas de jabón. En cuanto alguna pompa revoloteaba por algún parque, en aquellos tiempos antes de la pandemia, los niños acudían a ellas como las polillas a las bombillas. Manotazos al aire, correr erráticamente detrás de ellas y risas por doquier… eso era auténtica felicidad, y es lo que parece que ha pasado con nuestras vidas, esta Navidad.

En contra de lo que las autoridades sanitarias recomendaban una y otra vez, estas pasadas fiestas hemos hecho todo lo contrario. Parece que las luces de Navidad han sido señuelos que nos inoculaban oxitocina en cantidades industriales. Se ha bajado, a partes iguales, la guardia y las restricciones ante el riesgo de contagio del COVID, tanto por parte de los políticos como del pueblo. Nos hemos lanzado a centros comerciales, a visitar a familiares y alternar con amigos, y ahora estamos cogiendo los frutos de la siembra. El calendario de siembra y recogida, no falla.

Admitámoslo. Hemos metido la pata y perdonen que generalice, pero ante la situación sanitaria tan extrema, funcionamos como un equipo. Si pierde uno, perdemos todos. Ahora mismo, nos está ganando el coronavirus por goleada. Unas restricciones severas se acaban de implementar y, en vista de los resultados, un confinamiento total está a la vuelta de la esquina.

Los centros educativos de Infantil, Primaria y Secundaria exprimieron todos sus recursos y posibilidades para hacer los llamados “grupos burbuja”. Les recuerdo que son aquellos grupos que no tienen a penas contacto con ningún otro grupo del colegio, para tratar de salvaguardarnos de los contagios en los colegios. Como les he comentado varias veces, en estos espacios, el entorno es “seguro”. Están controlados, no comparten sus utensilios ni sus comidas, se desinfecta constantemente…

Pero por desgracia, los grupos burbuja, al igual que las pompas de jabón en el parque, se han explotado estas Navidades, ¿de qué sirve todo el esfuerzo colectivo cuando hay familias que, de forma totalmente irresponsable, promocionan quedadas entre amigos sin respetar ninguna de las restricciones? ¿Dónde queda la responsabilidad individual y colectiva? ¿Dónde queda el civismo? Y aún más importante, qué enseñanza le estamos dando a nuestros hijos, ¿la del todo vale, no importa nada, haz lo que te plazca? No, así no funciona la vida.

Ya lo escribió Albert Camus sobre el mito de Sísifo: “Los dioses habían condenado a Sísifo a transportar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”. Así nos sentimos en el colectivo docente. Así se sienten en el colectivo sanitario. Así se sienten en la hostelería y en el pequeño comercio. Así se siente la parte responsable de la sociedad.

Volvemos a estar peor que en el punto de partida inicial de marzo. En aquel lejano mes del pasado año no sabíamos a qué nos estábamos enfrentando. Ahora nos sobra información, pero adolecemos de responsabilidad. Por nuestra parte, seguiremos pasando frío en nuestras aulas (11ºC he tenido en mi clase esta semana) con la ventilación obligatoria y refrendada por el escrito que nos ha hecho llegar la Junta de Andalucía. En los centros educativos combatimos el virus con pistolas de plástico llenas de hidrogel y sonrisas detrás de las mascarillas, pero todavía hay quien se empeña en soplar pomperos cargados de SARS-CoV-2. Y no, no tienen ninguna gracia explotar esas pompas de jabón. Recojan lo sembrado.

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