La extraña muerte de Nerea (1994)
La Memoria de la Fiscalía de cada año recoge una estadística relativa a los crímenes cometidos por menores y adolescentes acusados de participar en homicidios y asesinatos. Los datos son espeluznantes. Un total de 90 en 2009, 67 en 2010, 101 en 2013, y así todos los años. Conforman un capítulo aparte en cualquier crónica negra. Los crímenes cometidos por menores suelen ser terribles, especialmente sangrientos y dolorosos. Se trata de sucesos en los que la edad de los homicidas no se corresponde con el nivel de horror alcanzado. Son hechos que acaparan primeras páginas y las portadas de todos los medios de comunicación cuando se producen y después, tras el espanto causado, suelen caer en el olvido, para volver a rememorarse cuando otro acontecimiento de similar hechura y crueldad los rescatada de la desmemoria. No son una anécdota, no. Los crímenes cometidos por menores no son cosa de niños, como muchas voces equivocadas tratan de hacer ver cuando se producen.
En el caso que sigue a continuación y que sucedió en la localidad de Cenes de la Vega, fue, además, el primer capítulo de otra particular historia, la del terrible criminal que lo cometió y que por entonces solo tenía 14 años. Hoy día cumple condena por la comisión de al menos otros tres homicidios cometidos en 2001, cuando asesinó a balazos a dos hombres y dejó mal herido a otro por una discusión en torno a una mínima cantidad de cocaína, en el que fue conocido como el Crimen del Pub Directo, y en 2015, cuando a sangre fría, tras quebrantar la condena, se levantó de su cama y apuñaló alevosamente a un hombre en la Zubia, “el chimeneas”, un conocido con el que había compartido prisión y parece que mantuvo algún desencuentro. Estos crímenes fueron terribles, pero la extraña muerte de la niña Nerea Risquel Soriano fue mucho más terrible por cómo se produjo, por la vinculación con su autor, también menor de edad, y por ser realmente el prólogo de un fracaso colectivo de la sociedad y del sistema punitivo-educativo de nuestro ordenamiento jurídico, como declararía expresamente el juez de menores Emilio Calatayud.
Una niña desaparecida
El 17 de mayo 1994 la noticia sacudió a la sociedad granadina: “Nerea, una chiquilla de 6 años, había desaparecido”. Había sido vista por última vez por su hermanastro en el campo, en lugar próximo al lugar donde vivían con sus padres. Los dos habían ido juntos a buscar caracoles, pero solo regresó José Antonio Molina Barrilao, de 14 años, hijo del compañero sentimental de la madre de la pequeña Nerea, que únicamente pudo explicar que en un momento dado perdió de vista a la niña y que ya no volvió a verla más. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, tras quince horas de búsqueda desesperada, gracias al amplio dispositivo de búsqueda desplegado por la Policía y la Guardia Civil, el cadáver de Nerea era hallado dentro de una arqueta de registro de la empresa municipal de aguas de Granada, EMASAGRA, un lugar cercano a la subestación que tiene en la Lancha del Genil, en las inmediaciones de la localidad de Cenes de la Vega.
Nada estaba claro. Los investigadores de la Policía comenzaron a dudar de la versión del hermanastro de Nerea al que observaban alterado, tenso y muy nervioso. Después la autopsia ordenada por el juzgado revelaría que la niña no presentaba signos de violencia externos por los que pensar que un anónimo personaje hubiese tratado de abusar de ella y que después se hubiera deshecho de su cuerpo como apuntaban algunas informaciones que circularon. Solo presentaba un golpe en la cabeza, pero Nerea había muerto ahogada en la acequia que la condujo hasta el siniestro punto en el que fue encontrada sin vida.
El Juzgado ordenó de inmediato la detención del menor y su puesta a disposición judicial aquella misma mañana; se pensó en esperar a detenerlo después de la inhumación, pero finalmente se le detuvo durante el sepelio de la chiquilla que se velaba en el hospital Clínico de San Cecilio. Así, pocas horas después del hallazgo del cadáver José Antonio fue detenido y confesó el crimen.
Era la última persona que había visto a Nerea. Estaba muy alterado y ya durante el velatorio acentuó las contradicciones de su versión cuando comenzó a manifestar cosas distintas sobre la desaparición de la niña. Había pasado de no saber nada de Nerea y decir que la había perdido de vista sin volver a saber más nada de ella, hasta decir que la había visto caer al canal de agua por el que había llegado al pozo en el que fue encontrada sin vida y no supo qué hacer.
No obstante, hay que decir que desde el primer momento de la comparecencia ante el juez instructor, y posteriormente ante el juez de menores, la Fiscalía mantuvo que los indicios que ofrecía el hallazgo del cuerpo de Nerea eran suficientes como para creer que su muerte no había sido fortuita y que en ella había intervenido de manera activa el hermanastro. Así resultaría. José Antonio reconoció ser el autor de la muerte de su hermanastra, la hija María José Soriano, la compañera sentimental de su padre, Miguel Molina Heredia, que había venido a sustituir en el núcleo familiar a su madre, Purificación Barrilao Pérez —Miguel y Puri se habían separado tres años atrás—.
El móvil
Se estableció por la investigación que el móvil del infanticidio fueron los celos; la terrible envidia que José Antonio tenía a Nerea. La niña era muy querida por Miguel, su padrastro, y por María José, su madre. Ambos la trataban con mucho cariño, mientras según declaró Puri, la madre de José Antonio, su excónyuge, Miguel Molina Heredia, “dispensaba durísimos malos tratos a su hijo, que le reclamaba constantemente llorando irse a vivir con ella, que cuando cometió el crimen llevaba cinco meses sin verlo, aunque hablaba con él por teléfono. Por estos motivos José Antonio estaba en tratamiento desde la separación definitiva de sus padres que había supuesto la desmembración definitiva de la familia. Miguel y Puri tenían tres hijos. Tras la separación la custodia de los tres le fue otorgada a ella, sin embargo, los dos mayores, de 17 y 14 años, quedaron viviendo con el padre en el domicilio familiar de Cenes, mientras el más pequeño quedó con la madre y con él se fue a vivir a Madrid. Purificación declararía que comprendía que los dos mayores se quedaran a vivir con el padre porque ella no podía alquilar un piso para vivir juntos en Madrid, donde solo disponía de una habitación.
Miguel Molina, el padre de José Antonio, y María José Soriano se conocieron poco después de la ruptura matrimonial con Purificación y tras una breve relación sentimental ella, María José, se trasladó con su hija Nerea, desde Granada capital donde vivían, hasta el domicilio de Miguel en la calle Cuesta del Cerrillo, de Cenes de la Vega. Conformaron de ese modo una unidad de convivencia nueva en la que Nerea era el vástago menor, el renuevo o ramo más tierno de una familia reconstituida y, también, la fuente de los celos de José Antonio.
Cómo sucedió el crimen
La tarde del martes 17 de mayo la pequeña Nerea y su hermanastro Antonio salieron a coger caracoles por las proximidades del domicilio familiar. Lo que más llamó la atención fue la frialdad que demostró el menor en el momento de producirse la muerte de Nerea. Costaría que José Antonio desvelara cómo movido por la envida que dispensaba a la niña —en cambio la chiquilla le profesaba a él un gran cariño y aquella misma tarde lo había seguido muy ilusionada a buscar caracoles—, viéndola junto a la acequia que en ese momento transportaba un buen caudal de agua la empujó vengativamente, no haciendo nada por ayudarla a salir, limitándose a observar como la arrastraba la corriente y se ahogaba. Después, deambularía un rato por las inmediaciones y se decidiría ir al domicilio donde se limitaría a manifestar que no sabía dónde estaba Nerea, a la que “había perdido de vista sin saber más nada de ella”. Eso había ocurrido alrededor de las tres de la tarde. Inmediatamente los progenitores de ambos, Miguel y María José, dieron la voz de alarma y comenzó la búsqueda desesperada de la niña con la ilusión de todos de que sería encontrada sana y salva.
Poco antes de las ocho de la mañana, tras quince horas de intensa y agobiante búsqueda en la que participaron medio centenar de agentes de la Guardia Civil, así como efectivos de la Policía Nacional, de las policías locales de Granada y Cenes y numerosos vecinos, el cadáver de Nerea Risquel Soriano apareció en el interior de la arqueta a la que la había conducido la fuerza de la corriente de la acequia a la que había sido empujada por su hermanastro José Antonio, por un ataque de celos.
Consternación
Cuando se conoció la muerte de la niña y la detención de su hermanastro la conmoción en la localidad de Cenes fue total. Se dispararon los comentarios sobre cómo pudieron haber sucedido los hechos. El más repetido quizá fue, precisamente, el que apuntaba a que el móvil de la muerte fueron los celos. Muchos vecinos del pueblo no ocultaron su consternación y estupor ante un suceso terrible. “Algo así nunca ha ocurrido en el pueblo”, aseguraban los más antiguos del lugar. “Era una familia normal y la madre de la niña era una mujer muy joven, muy correcta y apañada”, mantuvieron los vecinos más próximos al domicilio de la Nerea y del infanticida. Una vecina aseguraba que “José Antonio, que acudía al mismo colegio que sus hijos, nunca había presentado un comportamiento extraño y que era un chico normal, si bien sabía de los problemas que tenía después de la separación de sus progenitores y de la marcha de su madre a Madrid, a la que hacía muchos meses que no veía”.
El entierro de Nerea tuvo lugar pasadas las cuatro de la tarde en el cementerio municipal de San José de la capital granadina en medio de grandes escenas de dolor. Su cadáver fue rodeado y conducido hasta el momento de la inhumación por un grupo de párvulos del colegio de Cenes donde estaba escolarizada. Miguel y María José asistieron unidos y visiblemente consternados.
Horas antes José Antonio había sido conducido al juzgado. Ante el juez y el fiscal José Antonio negó que hubiese tenido que ver con la muerte de Nerea. Después entró en contradicciones. Finalmente, tras varias horas de interrogatorio, se derrumbó y confesó el crimen.
Tras la detención por la Guardia Civil, su padre y María José Risquel se desentendieron de José Antonio, dejándolo a su suerte.
Sólo su madre, venida el jueves 19 de mayo desde Madrid, y unas tías le esperaron ante la Audiencia de Granada, donde entonces se encontraba la sede de la Fiscalía, y conversaron con él. José Antonio llegó discretamente. Su rostro no denotaba nerviosismo. Besó a su madre secamente y fue conducido ante los psicólogos de los juzgados que le sometieron a distintas pruebas. Después, aquella misma tarde del día 19 de mayo, el juez Calatayud decretó su traslado e ingreso en un centro de reforma de Sevilla.
Condena y peligrosidad
Durante el proceso que se siguió por el crimen de Nerea, se argumentó en favor de José Antonio por su defensa, que había actuado movido por los profundos celos que sentía hacia su hermanastra de 6 años. Se argumentó también, tratando de justificar de algún modo su fechoría, diciendo que tenía un carácter irascible y que sufría una infancia difícil junto a un padre separado que le maltrataba sin contemplaciones y que había sido abandonado por su madre, pero lo cierto es que dejó ahogarse a la niña sin mover un dedo por salvarla.
José Antonio Molina Barrilao fue condenado por el Juzgado de Menores a dos años de internamiento en un centro cerrado por la muerte de Nerea Risquel Soriano. Los técnicos que participaron en el caso, que estaban horrorizados con la frialdad con la que cometió el crimen y que según dijeron lo había efectuado “sin justificación alguna” porque sus celos no llegaban a ser suficientemente intensos como para perturbarlo de tal modo que no pudiera contener su impulso, ni que le impidieran conocer el alcance de los efectos de su acción”, advirtieron de su personalidad compleja y potencialmente peligrosa para la sociedad.
El juez Emilio Calatayud, famoso por la ejemplaridad de sus sentencias, decidió su ingreso en un correccional, donde permaneció dos años. Fue puesto en libertad tras cumplir la pena correctiva. A partir de ese momento comenzaría una marcada senda de desencuentros con la justicia jalonada por incidentes relacionados con asuntos de robos y tráfico de drogas. La sociedad volvió a saber de él en abril de 2001 cuando asesinó a tiros a dos hombres e hirió a otro de gravedad en un tugurio de Granada. Allí estaba acompañado por su padre y un hermano. Se lio a tiros tras una discusión por medio gramo de cocaína. El tribunal ya no fue tan benevolente y le sentenció a 42 años de cárcel. Salió con un permiso carcelario y no regresó a la prisión. Poco después asesinó alevosamente a otro hombre. Es uno de los casos que le siguen doliendo a Emilio Calatayud: “La Justicia de menores y la sociedad fracasaron”, se lamenta.