La Granada 203040 ante el desastre climático
Estamos ante una emergencia climática. Lo dicen los científicos y lo vemos a diario. Las razones son claras. Desde el comienzo de la Revolución Industrial una expansión masiva de la actividad económica ha transformado el planeta. Ha habido un crecimiento exponencial de la población (2.500 millones en 1950 a 7.500 en 2025) y del PIB per cápita. Esta expansión económica y poblacional sin precedentes genera tensiones sobre el medioambiente, hasta el punto de que un reto para el desarrollo y bienestar humano es asegurar los medios naturales que sostienen la vida en el planeta. El Desarrollo Sostenible significa que el progreso económico y social depende de una biosfera estable y resiliente.
Siempre he sostenido que la solución al desastre climático que se nos avecina necesitaba el consenso y la actuación conjunta de todos los agentes y partes interesadas en evitarlo. Además de nuestra contribución individual, es necesario una potente acción coordinada de los gobiernos, los organismos internacionales, las empresas, las universidades, los centros de investigación. Sin esta acción coordinada y a gran escala, es imposible parar el cambio climático.
En el interesante libro del multimillonario y filántropo Bill Gates, “Cómo evitar un desastre climático” se habla desde esta perspectiva. En el mismo se dan una serie de datos y alternativas que merecen ser tenidas en cuenta a la hora de abordar el problema. Evidentemente, las soluciones están pensadas por un hombre del sistema económico vigente, que no se plantea para nada cambiar el mismo, aunque sí humanizarlo, y utilizar todo su potencial innovador, para así evitar su desaparición. Es decir, hablaríamos de soluciones posibles y ambiciosas, pero dentro del sistema económico capitalista.
El primer dato que nos da el libro de Gates, es la cifra de 51.000 millones. Cincuenta y un mil millones de toneladas de gases causantes del efecto invernadero es la información más reciente de la que se dispone de lo que el mundo aporta cada año a la atmósfera. El descenso mundial de emisiones durante 2020 a consecuencia de la ralentización económica provocada por el COVID 19 se estima en torno al 5% de esta cantidad. El objetivo al que se debe aspirar para prevenir el calentamiento y evitar los peores efectos del cambio climático será llegar a cero emisiones. La razón científica es clara. Los gases de efecto invernadero atrapan el calor. Y una vez que se liberan en la atmósfera, permanecen allí mucho tiempo. De hecho, cerca de la quinta parte del dióxido de carbono emitido hoy persistirá dentro de diez mil años. De no reducir las emisiones, probablemente se producirá un calentamiento de entre un grado y medio y tres grados en torno a 2050, y de entre cuatro y ocho grados a finales de siglo. Y esto ocasionará graves problemas a la humanidad. Tormentas en cadena, amenazas de sequía, incendios forestales, ascenso de los niveles de mar y desaparición o inundación de grandes zonas costeras, con mayor influencia en los países pobres. También habrá una reducción de especies animales y de pantas, lo cual influiría en la cantidad de alimentos disponibles. De ahí el objetivo de cero emisiones para 2050.
Pero, lo anterior no será fácil. Nos explica con claridad que los combustibles fósiles son como el agua. Su presencia está tan generalizada que será muy difícil desprendernos de ellos. Pero, además, nos muestra un gráfico del Banco Mundial que el que se ve una correlación estadística clara entre el consumo de energía per cápita y la renta per cápita en el mundo. Es decir, para combatir la pobreza en el mundo se debe seguir produciendo electricidad y, a su vez , reducir las emisiones para llegar al objetivo de cero en un tiempo prudente. Y también tenemos que seguir produciendo alimentos, acero, cemento, ropa. Tendremos que seguir viajando, calentándonos, cocinando.
Traduciendo lo anterior a porcentaje de emisiones, nos presenta las cinco operaciones básicas en las que se desarrollan las principales actividades económicas. Fabricar (cemento, acero y plástico), supone el 31% del total de emisiones. Consumir energía eléctrica, el 27%. Cultivar plantas o criar animales, el 19%. Desplazarnos en vehículos, aviones, camiones o cargueros, el 16%. Calentarnos o refrigerarnos, el 7%. Pero, ¿cómo llegar a emisiones cero en dichas actividades?.
En el libro, cuya lectura aconsejo, da un detallado catálogo de posibles alternativas a desarrollar en cada uno de los procesos anteriores. Lo que nos propone, en esencia, es adaptarnos a un mundo más caluroso, pero teniendo en cuenta lo ocurrido con la pandemia del COVID 19. Para ello, entiende que la colaboración entre gobiernos, investigadores y empresas farmacéuticas, que nos ha proporcionado vacunas en tiempo record, es el camino también para lograr la meta de cero emisiones y, a la vez, ayudar a los más necesitados a alcanzarlo de forma justa y sin que renuncien a parte de las ventajas de las que disfruta la parte más desarrollada de la humanidad. Para ello considera imprescindible que se comprenda que los países privilegiados tendrán que salir perjudicados en la transición y que una parte de su economía se verá perjudicada, para lo que será necesario poner en marcha planes de transición. Lo esencial será centrarnos en las tecnologías, las políticas y las estructuras de mercado para conseguir ese objetivo.
Una de las acciones internacionales que buscan la colaboración descrita anteriormente, es la denominada Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se adoptaron por la Asamblea General de la ONU el 25 de septiembre de 2015, fijando 17 objetivos, establece especialmente cinco que hacen mención a los límites planetarios, en concreto los dedicados a Ciudades sostenibles; Modelos de consumo y producción sostenible; Detener el cambio climático inducido por el hombre; Proteger el medio ambiente marino; Proteger el medio ambiente terrestre. En base a lo anterior, se han dictado una serie de directrices europeas, como ha sido el “A European-Green Deal”, que persigue conseguir un continente climáticamente neutro, invirtiendo más en innovación e investigación y rediseñando la economía y preservando el medio ambiente natural de Europa.
En España, también se están diseñando estrategias específicas de Desarrollo Sostenible, hay un Plan de Acción para la Implementación de la Agenda 2030 y hace poco se ha aprobado una novedosa Ley de Cambio Climático y Transición Energética. En este contexto, desde el Gobierno de España, se ha elaborado un informe titulado “España 2050: Fundamentos y propuestas para una estrategia nacional de largo plazo”, en el que han colaborado más de 100 expertos de distingas disciplinas y en el que se busca nuestro encaje en el futuro sostenible del mundo, en consonancia con los grandes objetivos fijados a nivel internacional y europeo. Lo que se pretende conseguir son una serie de objetivos estratégicos para mejorar la educación, el medio ambiente, la fiscalidad, la sanidad o el empleo en las próximas tres décadas.
En Granada se ha formado un Grupo de Trabajo denominado “Granada 203040”, en el que colaboran expertos y dirigentes ciudadanos de distintos ámbitos para dar ideas sobre la provincia que queremos para las próximas décadas, que, necesariamente ha de partir, desde una visión macro, de todo lo anterior, para descender al nivel más cercano a los ciudadanos, como son los territorios en los que viven.
A finales de 2018 asistía a la presentación de un libro de la editorial Universidad de Granada titulado “Para evitar la barbarie. Trayectorias de transición ecosocial y de colapso”, en el histórico entorno de la Corrala de Santiago. Recuerdo que salí de allí con un sentimiento agridulce de impotencia ante el inevitable desastre climático que se anunciaba. Presté especial atención a uno de los estudios incluidos en el mismo, “Rearticular la economía desde los territorios: Hacia un economía de los vínculos par el cuidado de la vida”, de María Soler y Manuel Delgado. Nos hablaban de la “economía sustantiva”, de Karl Polanyi, como todo proceso social orientado a atender necesidades humanas dentro de los límites biofísicos, como algo opuesto a la economía de los negocios, heredera de la crematística aristotélica, como responsable de los procesos de desterritorialización que rompen los frágiles equilibrios socioecológicos en el mundo local.
Y aquí vendría el enlace con lo que se decía en el libro referido al principio del artículo y con la estrategia que estamos elaborando para nuestra ciudad. La pandemia del COVID nos ha mostrado también el camino que nos lleva a la recuperación de la vida en los pequeños municipios, desde el momento en que se han desarrollado más las comunicaciones y se ha vislumbrado la posibilidad de realizar muchos de nuestros actuales trabajos de forma no presencial. Quizás esto haya proporcionado una nueva oportunidad para desarrollar una economía sustantiva más cercada a los territorios. Si esto se combina adecuadamente con una actuación coordinada a nivel internacional de los gobiernos, los organismos internacionales, las empresas, las universidades, los centros de investigación y los ciudadanos, como explicábamos anteriormente, podríamos hablar de una nueva idea de la rearticulación de la economía desde los territorios, perfectamente viable en la actualidad.
En concreto, estaríamos hablando de adaptar nuestros municipios para esta nueva realidad, diseñando planes de recuperación de la vida y el trabajo en los mismos, extendiendo las redes de comunicación, electricidad, regadío y transporte público a todos los rincones. Creando oficinas municipales de gestión energética que sean capaces de orientar y fomentar la adaptación de las viviendas a sistemas de uso de energía solar o de sistemas de calefacción más eficientes. Fomentando planes de restricción del acceso de vehículos de combustibles fósiles a las calles de los municipios y de uso de la bicicleta, el coche eléctrico y los transportes públicos. Cambiando el alumbrado público a otro más eficiente. Sustituyendo autobuses y vehículos de recogida de residuos por otros de emisiones nulas. Reordenando las normativas urbanísticas de forma que se fomente un uso sostenible y ordenado del territorio, que respete los espacios naturales y de conservación de la biodiversidad. Fomentando la agricultura ecológica y la ganadería sostenible mediante planes municipales de ayuda a los pequeños agricultores y ganaderos, y a la recuperación de oficios tradicionales y artesanos. Diseñando planes de fomento del comercio y el consumo de productos locales y de temporada. Diseñando planes de empleo que faciliten todas las anteriores políticas de desarrollo sostenible.
El camino es difícil, pero quizás estos son algunos de los medios para contribuir desde nuestro territorio a evitar un desastre climático a escala planetaria.
Es desolador comprobar cómo comarcas con potencial para la agricultura ecológica y el turismo rural como La Alpujarra ya es un desierto humano,en el que es milagroso encontrar un niño en las calles de los pueblos. Las carreteras son tercermundistas y las redes de WiFi insuficientes. Y así seguimos: desertificando de humanidad el interior de nuestra provincia y provocando el éxodo de la población joven.