La guerra del agua
Recibí días atrás un enlace a una publicación de Greenpeace titulada “El agua es un derecho, no un negocio ¡Salvemos el agua!”. Pedían mi firma para solicitar a las administraciones que no se permitieran los regadíos descontrolados, localizaran y cerraran pozos ilegales, prohibieran nuevas concesiones, pusieran freno al urbanismo desmedido y establecieran una reducción del regadío para 2030.
La explicación a todas están peticiones las centraban en que vivimos en un país lleno de vida y con una amplia biodiversidad, pero que a la vez es el país con más riesgo de desertificación de Europa, con cada vez más sequías y menos precipitaciones. Lo que se exponía era que casi el 80% del agua consumida en España iba a parar a regadíos, en manos de grandes empresas en su mayoría, que junto a las macrogranjas estaban provocando una presión brutal en los recursos hídricos y contaminando el agua (Mar Menor, Doñana o las Tablas de Daimiel). Y en lugar de parar esta sobreexplotación acuífera, en los últimos años se habían sumado medio millón de hectáreas a la superficie dedicada a regadíos, que ya llegaba a 4 millones de hectáreas. Ante esto Greenpeace pedía frenar que las grandes corporaciones dejaran sin agua a ecosistemas enteros, y a agricultores y ganaderos, que sí hacen bien las cosas.
Me convenció el escrito y firmé. También lo difundí en diversos foros y contactos. Mi sorpresa llegó cuando una persona conocida avisaba de que no se debía firmar este manifiesto porque perjudicaba a los agricultores. Mi perplejidad fue total, pues se mezclaban las justas reivindicaciones de los agricultores de estos días, con unas peticiones de esta organización ecologista que, precisamente, se hacía en defensa de los agricultores y ganaderos que sí hacían bien las cosas, frente a las grandes corporaciones que esquilmaban y contaminaban los recursos hídricos.
Pero, si lo que decía esta persona me dejó confuso, no menos lo hizo el comentario de otro conocido en un foro similar, respecto al proyecto de regeneración de los márgenes del río Dílar. Dicho proyecto cuenta con el apoyo de la Diputación de Granada y de la Universidad de Granada, y se enmarca en el Programa europeo de Mitigación del Cambio Climático del Programa LIFE. En este caso de lo que se trataba era de reforestar la ribera del río con especies autóctonas, resistentes a la sequía y capaces de frenar la fuerte degradación existente, eliminando las abundantes especies invasoras (principalmente la caña Arundodonax, en su terminología científica). Para ello, era necesario mantener un mínimo caudal ecológico superficial en aquellas partes del rio que ello fuese posible. También aquí se veía un perjuicio para los agricultores.
Un colega de la Universidad, cuando conoció los detalles de estas quejas, me respondió con una profunda argumentación, que considero de interés reproducir íntegra (cuento con su permiso): “El ser humano, como buen animal que es, tiene en su ADN natural la «búsqueda de enemigos». No tenemos más que mirar las tristes guerras que nos envuelven día a día. La «guerra del agua» es una de las más conocidas en nuestro bello sureste de España. Me sorprenden realmente dos cosas: 1) que vean a la agricultura como generadora de más biodiversidad que un bosque de ribera con un río con agua. Si este es su pensamiento real, es que la educación en nuestras aulas es un absoluto desastre; Dentro de la agricultura hay muchas formas de proceder, siendo la regenerativa la más recomendable para lo que llamamos sostenibilidad y respecto al medio ambiente; porque, comer hay que comer; 2) si ven a las choperas de Santa Fe como su enemigo, deberían lanzarse en tromba contra los promotores de la estación de sky. ¿Lo hacen? Quizás sí. Por la misma razón, los choperos de Fuentevaqueros deberían odiar a los algodoneros del bajo Guadalquivir. Y así sigue la rueda y la guerra del agua con la que comencé el mensaje. Pero lo que es evidente es que el chopero necesita comer tomates, el tomatero necesita sentarse en una silla de madera, y ambos necesitan un trozo de algodón cuando son atacados por un zorro. La sociedad, de la nieve o del Dílar, es eso, una sociedad…”.
En un artículo de hace unas semanas titulado “Emergencia hídrica” explicaba que los planes hidrológicos contaban con serios estudios dedicados al Cambio Climático, pues el mismo afectaba a todas las políticas sectoriales, y que lo que se esperaba, según las conclusiones de los estudios científicos,era que en los próximos años hubiera una reducción general de la escorrentía y un incremento de los episodios extremos (sequías e inundaciones), lo cual tendría una lógica repercusión en la calidad de las aguas.
En estas circunstancias, peticiones como las de Greenpeace, que exponía al principio de mi artículo, referentes a la reducción de los regadíos y los pozos ilegales, tienen todo su sentido. Al igual que lo tienen los estudios científicos y las actuaciones que buscan regenerar los márgenes de los ríos con especies autóctonas resistentes a la sequía y generadoras de biodiversidad. Porque, como decía este profesor universitario, la sociedad, de la nieve o del río, es eso, una sociedad.