La Toma, una fiesta para dar por saco

Cuando la industria católica se hizo con los mandos del cotarro, desarraigó las fiestas que pasaron de celebrar los ciclos de la naturaleza a convertirse en efemérides en honor a diversas variantes del Becerro de Oro. Desde la prehistoria, las fiestas tenían que ver con la agricultura, bien para implorar bonanza durante las siembras, bien para dar gracias en tiempos de cosecha. La fertilidad fue cosa de diosas desde la Venus de Willendorf hasta que la asimilaron al pecado y crearon la paradoja de la virgen madre.

Las fiestas de pueblos y ciudades obedecen a un patrón antropológico que opera en todas las mitologías de forma muy similar. Ante hechos extraordinarios de naturaleza terrenal, el ser humano busca respuestas que alivien el desasosiego que le producen y hay quien las ofrece envueltas en un halo místico y mítico erigiendo sobre ellas los tótems a venerar y los tabús temer. Así, el calendario se ha llenado de vírgenes aparecidas y de personajes milagreros donde antes hubo sagas de dioses y semidioses humanoides.

Es antigua la convivencia de conveniencia y connivencia entre religión y poder, tanto para gobernar como para ocupar el santoral, donde se rememoran gestas militares a menudo con el concurso de espectros espirituales. A tal punto llega esta entente que hay ejemplos de gobernantes elevados súbitamente a los altares y adorados por el pueblo. Otros quedaron atrás tras vivir bajo palio o pasaron a la historia con títulos menores, por venirles grande el “San”, por su comunión con la embajada terrenal del cielo.

Hay fiestas desligadas de todo misticismo y exentas de épica por su origen o por el transcurrir del tiempo. Estos festejos de variada naturaleza se deben a hechos casuales que el pueblo celebra espontáneamente al margen de la pompa y el boato oficial. Sirva de ejemplo la Nochevieja de Bérchules celebrada cada mes de agosto desde que, en 1994, el pueblo sufrió un apagón que lo dejó sin las campanadas, o la fiesta del agua en Lanjarón cuya liturgia se limita a empaparse de agua para saludar al verano.

Entre tantas fiestas, ¡cómo no!, algunas hay que son un despropósito por la indiferencia popular o por obedecer a una tradición que a unos satisface y a otros agravia. Son fiestas donde la polémica se impone a la diversión. Desde la muerte del dictador criminal, España ha superado sin traumas lo de tirar cabras desde los campanarios o colgar patos de una cuerda para que un mozo a caballo o en bicicleta los despescuece. Otras, como los toros, dan fe de la resistencia del hombre a dejar de ser animal.

Vuelve Granada a retomar la Toma como fiesta local. ¡Toma por saco! La ciudad de la Alhambra celebrará la expulsión de los árabes a manos de los católicos en una ceremonia donde la carcundia viste las ajadas galas de la intolerancia para que sus mesnadas jaleen al pendón o pendona de turno al tremolar un banderón en la Capilla Real (la cruz) y el balcón de la casa consistorial (la espada) a ritmo de música militar. Una fiesta tras la resaca de Nochevieja y año nuevo, cuando mucha gente está de vacaciones.

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