La UGR advierte del sesgo en la perspectiva de género sobre las consecuencias de la contaminación ambiental en la salud
- La UGR, como parte de la Red Española de Universidades Promotoras de Salud (REUPS), impulsa dentro de la tercera edición de la iniciativa «Un mensaje saludable por un objetivo común» la campaña que en este mes de abril analiza el efecto de la contaminación ambiental sobre nuestra salud
En 1992 se acuñó el nombre de “disruptores endocrinos” para definir a un conjunto heterogéneo de sustancias químicas aprovechando que la evidencia de daño en especies animales era muy sólida y empezaba a construirse la hipótesis patogénica de base hormonal en la especie humana. En 1996, el problema fue reconocido por la UE en Weybridge (UK) y, a la par, en la primera Conferencia Nacional de Disruptors Endocrinos celebrada en Granada bajo los auspicios de la Universidad de Granada.
Tras treinta años de investigación ambiental y clínica, la exposición humana a contaminantes químicos ambientales que interfieren con el sistema hormonal es bien conocida y está mejor documentada. En estos años se ha progresado mucho en este campo del conocimiento, tanto en el censo de disruptores endocrinos como en el conocimiento de los mecanismos de acción, la información sobre exposición humana y los estudios epidemiológicos que describen la asociación entre exposición a disruptores endocrinos y enfermedades comunes.
Con cerca de 140.000 compuestos químicos de síntesis reconocidos por la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos (ECHA), no es de extrañar que para no más de 1.500 se hayan identificado la capacidad de perturbar el equilibrio hormonal. En algunos casos se trata de compuestos bien conocidos por su capacidad para acumularse y persistir en las cadenas tróficas, como es el caso de los contaminantes orgánicos persistentes (COPs), entre los que destacan por su actividad hormonal el DDT y algunos PCBs. Otras veces, sin embargo, se trata de contaminantes que parecen no acumularse en el organismo, siendo excretados con facilidad, aunque con una destacada presencia en el entorno, agua, alimentos, cosméticos, aire y objetos de consumo. En general, estos disruptores endocrinos no fueron diseñados como tal y forman parte de mezclas más complejas, es decir, que se emplean como materia prima para la fabricación de otras sustancias, preparados u objetos como cosméticos (parabenos, benzofenonas), plásticos (bisfenoles, ftalatos, perfluorados), tejidos (polibromados, organofosforados) y otros materiales (alquifenoles, derivados del estaño, metales y metaloides), lo que dificulta enormemente la identificación de las fuentes de exposición y su prevención.
Entre las alteraciones sobre la salud de distintas especies animales (peces, reptiles, pájaros, mamíferos) que se han sido evidenciadas tras la exposición a este grupo de contaminantes, se incluyen: disfunciones tiroideas, alteraciones en el crecimiento, aumento de la incidencia de problemas relacionados con el tracto reproductor masculino, disminución de la fertilidad, pérdida en la eficacia del apareamiento, anomalías del comportamiento, alteraciones metabólicas evidentes desde el nacimiento, desmasculinización, feminización y alteraciones del sistema inmune, e incluso aumento en la incidencia de diferentes tipos de cáncer.
En la especie humana, la investigación de los efectos de los disruptores endocrinos está resultado mucho más compleja de lo que era previsible y ha desvelado determinados aspectos de la biología del desarrollo hasta ahora desconocidos. Estos compuestos, por ejemplo, son capaces de intervenir, tanto en la morfogénesis mamaria como durante la formación el aparato genital masculino y femenino, o en el desarrollo cerebral, convirtiéndose en verdaderos retos del neurodesarrollo del recién nacido. Es precisamente durante el periodo en el que ocurre este desarrollo crítico de un individuo cuando la exposición a las hormonas ambientales puede determinar la aparición de efectos irreversibles, generalmente no manifestados hasta la edad adulta. Aunque sutiles, estos efectos pueden derivar en graves consecuencias para el individuo más tarde en su vida.
Los trabajos del equipo del Dr. Nicolás Olea Serrano, centrados en la exposición materno infantil a disruptores endocrinos han señalado la fragilidad del binomio madre e hijo en lo que respecta al riesgo de transmisión de la exposición y las consecuencias del problema hormonal en fases tempranas del desarrollo. De forma particular, las publicaciones más recientes que señalan la presencia de bisfenoles, parabenos, benzofenonas, compuestos perfluorados y diferentes especímenes de metales como arsénico, mercurio, cadmio, plomo en la leche de madres sanas, han impactado en la opinión pública y en los promotores de la lactancia materna que la defienden como la mejor de las posibilidades de alimentación del recién nacido.
La evidencia clínica y epidemiológica confirma esa aseveración, lo cual no excluye que haya que actuar con mayor diligencia previniendo la exposición del niño a través de esta vía natural de alimentación. Si estamos comprometidos con esta recomendación no podemos demonizar la lactancia humana, pero sí que nos vemos obligados a denunciar la situación de indefensión a la que se ha llegado al haber permitido que la mujer resulte expuesta. Los sistemas de protección de la exposición han prestado toda su atención al varón sin tener en consideración que una mitad de la humanidad es mujer, con una fisiología particular, muy dependiente de las hormonas y con la posibilidad de transferir su exposición a través del embarazo y la lactancia. Este olvido secular de la condición de la mujer por un sistema regulador patriarcal y claramente machista, resulta ahora vergonzoso ante la evidencia de exposición conjunta madre-hijo, que no gusta a nadie.
El problema de la disrupción endocrina ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, la debilidad del sistema de protección ambiental de los seres humanos, la fragilidad del binomio madre-hijo y la incoherencia por el olvido constante de la condición de mujer en la investigación clínica. No es asumible que nos sorprendamos día tras día con la forma en que ocurre la exposición a disruptores endocrinos por parte de la mujer ejerciendo, por ejemplo, una actividad laboral, aparentemente inofensiva, como es el trabajo en un edificio inteligente altamente plastificado, con el uso de productos de limpieza, con el empleo profesional de cosméticos en peluquería y manicura o, simplemente, en el trabajo de cajera manejando papel térmico rico en bisfenol-A que hasta muy recientemente no ha sido retirado del mercado.
La exposición no laboral a disruptores endocrinos también entraña un riesgo particular para la mujer, por lo que creemos que es momento para que cualquier mujer, haya o no planeado ser madre, diga basta a un sistema que ha olvidado de forma reiterada la vulnerabilidad de su fisiología ante las exposiciones a los disruptores endocrinos y que se horroriza al ver que las normas de protección basadas en una investigación sesgada por el género, han sido incapaces de dar respuesta a sus necesidades.
Nicolás Olea Serrano, catedrático del departamento de Radiología, es licenciado y Doctorado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Granada. Experto universitario en Epidemiología, es director científico del Instituto Investigación Biosanitaria ibs.GRANADA. Director del grupo de investigación Oncología básica y clínica CTS-206 Granada, destacan sus líneas de investigación en Salud y Medioambiente: disrupción endocrina, Cáncer hormonodependiente, Carcinogénesis ambiental y Diagnóstico Radiológico y Nuclear.