La urgente agenda ecológica del día
Durante la pasada primavera, el movimiento estudiantil «Fridays for future» contra el Cambio climático realizó una serie de movilizaciones y acciones reivindicativas, destacando su salida a las calles de casi 1.500 ciudades de más de cien países de todo el mundo para exigir a los representantes políticos la adopción de medidas ante la crisis climática. Entre las muchas medidas anunciadas, figura la convocatoria de una huelga general de carácter global contra el cambio climático para el 20 de Septiembre y una serie de reivindicaciones pacíficas en las que instan a toda la sociedad a que se implique en la lucha contra el calentamiento global. Este movimiento juvenil viene a poner el dedo en la llaga de un asunto que, por muchas vueltas que le demos, marca el futuro de la humanidad, y no es una frase hecha. Tenemos suficientes datos, estudios y análisis que acreditan que estamos llevando al planeta a límites insoportables de calentamiento y, por tanto, alcanzando el tope de su resistencia.
El movimiento reivindicativo se fija como objetivo provocar un «giro en la historia» y que toda la sociedad, incluida, la población adulta, pase a actuar, a colaborar y a producir cambios en sus hábitos cotidianos, de modo que se eleve la presión social, ciudadana y política, para la adopción de medidas políticas inminentes. Tan importante es, en esta lucha, que los gobiernos del nivel que sea limiten drásticamente el uso del vehículo privado, como que una comunidad de vecinos proceda al cambio de caldera de su calefacción, sin que esto suponga los típicos chistes y bromas que ridiculizan actuaciones tan vitales.
A nivel de todo el Estado, el gobierno de España implementa un importante paquete de medidas para la transición ecológica, que aún chocan con importantes sectores sociales y, sobre todo, con una falta de didáctica para hacer entender lo que nos estamos jugando, no ya para las futuras generaciones, sino para nuestra propia salud y supervivencia hoy día. El objetivo fundamental, también a niveles europeos, es la reducción de fuentes de energía contaminantes, procurando la descarbonización de nuestra atmósfera y la paulatina incorporación de energías renovables. Y a la par, garantizar el suministro cada vez mayor de energía, incluso cuando falte sol, aire o agua, pues la economía y la sociedad del futuro que pretendemos construir, será una gran demandadora de energía eléctrica: inteligencia artificial, robótica, coche eléctrico, redes 5G, etc. La humanidad en general necesita más energía y mas electricidad y el aumento de esa demanda habrá de combinarse con los principios de energía limpia, barata y, sobre todo, abundante. Por tanto, más inversión y más tecnología para sustituir las fuentes tradicionales y contaminantes, fundamentalmente el carbón y la energía nuclear. No es un dilema fácil, pero tampoco admite demagogia ni politiqueo barato o cortoplacista de ningún tipo. Cuando antes lo asumamos, mejor para todas y todos.
Y a nivel más cercano, básicamente en nuestro caso, en el nivel autonómico y municipal hemos de dar pasos, pequeños, pero firmes e indiscutibles, enmarcados en esa Agenda global, pero muy pegados al «terreno», en contacto con quienes viven y trabajan en el medio urbano y rural. Facilitar determinadas labores cotidianas que pueden fijar la población al territorio y simplificar determinados trámites para ello. Por ejemplo, una pequeña y modesta pista de tierra de acceso a unas fincas, que determinada estructura burocrática puede considerar un «vial», sometido a largos meses de informes y autorizaciones hasta hacer desistir al promotor, permite la plantación y recolección, la regeneración y limpieza de la tierra, unos ingresos básicos, y puede llegar a ser un fundamental cortafuegos para el futuro. Un buen tratamiento y cuidado del suelo rural, por nimio que pueda parecer, es un salvavidas de futuro y una garantía ecológica.
Igualmente, la progresiva erradicación del vehículo privado de las calles de nuestras ciudades, aunque impopular al principio, ha de ser una política irrenunciable, como la renovación de las flotas de transporte público y los sistemas de calefacción de viviendas e industrias. Y naturalmente, un uso racional del agua en todo su ciclo, desde el abastecimiento al saneamiento, asegurando las inversiones necesarias, aunque éstas no ofrezcan posibilidad de lucimiento electoral posterior.
Termino e insisto, hay que erradicar el cortoplacismo de este debate, pues los recursos necesarios para garantizar la agenda ecológica son enormes. Nada más que en España, el Ministerio para la Transición ecológica ha cifrado que para los próximos 10 años se necesitarían 200.000 millones de euros, que ahora mismo, no existen. Por tanto, concienciación para un debate serio y profundo, sin trampas. Las energías renovables en nuestro país estuvieron suprafinanciadas, lo que está muy bien, pero esa financiación terminamos pagándola los consumidores a través del recibo de la luz. Y la transición ecológica (al menos, no toda) no puede pagarla el consumidor, ni tampoco la propia industria (insisto, no toda), pues ésta precisa ser competitiva. Por tanto, paso corto, vista larga y determinación política férrea. Y ni un paso atrás frente a los cantos de sirena. Nos estamos jugando la vida de nuestro planeta y la nuestra.